Este domingo los franceses votan para elegir al presidente de la República para los próximos cinco años. Pero éstas no son unas elecciones más en uno de los 27 países de la Unión Europea, porque Francia – segunda economía de la UE y país fundador – no es un Estado miembro cualquiera, ni estas elecciones son como cualquier otras.
En la partida por el Palacio del Elíseo los candidatos están jugando fuerte, con cartas como el futuro del espacio Schengen o la ratificación del nuevo tratado de estabilidad presupuestaria que, más que argumentos electorales, son en buena medida el sustento de este edificio que llamamos Europa. Así que aunque sean 44,5 millones los franceses llamados a votar, la liza y el resultado de estos comicios despiertan – y con razón - el interés de toda la Unión Europea, con sus más de 500 millones de habitantes.
El primer round de las elecciones, este domingo 22 de abril, será eliminatorio: de los diez candidatos en competición – tres mujeres y siete hombres - los dos más votados se disputarán la segunda vuelta, 15 días después, el 6 de mayo. Todo apunta a que el duelo final será entre el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, del partido conservador Unión por un Movimiento Popular, y el gran favorito, según las encuestas, el candidato del Partido Socialista, François Hollande.
La campaña en Francia comenzó hace meses, por no decir que hace casi un año. En mayo de 2011, el que se perfilaba como caballo ganador de los socialistas franceses, Dominique Strauss-Khan, vio sus aspiraciones presidenciales y su carrera política derrumbarse como un castillo de naipes cuando una trabajadora de la limpieza de un hotel neoyorquino le acusó de agresión sexual. El proceso penal quedó archivado y DSK – como le llaman los franceses, apasionados de las siglas – pudo volver a Francia, aunque para entonces los socialistas ya estaban inmersos en las primarias abiertas a toda la ciudadanía en las que salió elegido François Hollande.
La izquierda europea mira a Francia
Con los socialistas europeos casi borrados del mapa, muchos de ellos vieron entonces en las primarias francesas, y ahora, las grandes posibilidades de Hollande para ganar, una razón para creer que es posible contrapesar a la derecha europea. Así, muchos, fuera de Francia, esperan que de estas elecciones salga un presidente francés socialista capaz de hacer frente a la canciller alemana, Angela Merkel, principal valedora de la política de austeridad impuesta en Europa y que en países como Grecia o España está siendo especialmente dura.
Si gana las elecciones, el candidato socialista ha prometido que bloqueará la ratificación del tratado europeo de estabilidad presupuestaria. Hollande quiere forzar a Alemania a renegociar el acuerdo para incluir medidas que favorezcan el crecimiento. «Me he reunido con varios jefes de Estado europeos y no son muchos los que están contentos con la situación económica. Así que no estoy solo», aseguró Hollande esta semana en una entrevista con el diario alemán Handelsblatt. El candidato socialista también anunció que en su primer viaje como presidente de Francia, si es elegido, irá a Alemania, porque «Europa necesita a la pareja franco-alemana».
Sarkozy y la regla de oro
Sarkozy, por su parte, tacha a Hollande de irresponsable por querer bloquear el tratado europeo, aunque en los últimos días se ha apreciado una evolución en la postura del conservador al anunciar que él también pedirá al Banco Central Europeo que ponga en marcha políticas de crecimiento.
En lo que sí que están diametralmente opuestos los dos principales candidatos es en limitar por ley – como pide Alemania - el máximo desequilibrio que puede haber entre gastos e ingresos en los presupuestos públicos de los Estados miembros. Mientras Sarkozy quiere que se incluya en la Constitución la conocida «regla de oro» que limita ese déficit público, Hollande está en contra y califica la regla de oro como una «operación de marketing político».
En cuanto a las promesas que Hollande ha hecho a los franceses, el partido de Sarkozy, la UMP, sostiene que los socialistas sufren una «borrachera de gasto descontrolado». Hollande promete, por ejemplo, crear 60.000 nuevos puestos de funcionarios, mientras que Sarkozy en su actual mandato ha puesto en marcha un mecanismo de reducción de funcionarios que consiste en sustituir solo a uno de cada dos funcionarios que se jubilan. Hollande quiere además dar marcha atrás en otra de las reformas de Sarkozy, que atrasó la jubilación hasta los 62 años, y así recuperar la jubilación a los 60 años, una de las medidas estrella de la presidencia de François Mitterrand.
Guerra a la deuda
«No podemos gastar más de lo que ingresamos», lleva repitiendo Sarkozy desde que la crisis financiera mundial dio paso a la crisis de la deuda en Europa. Y es que Francia de deuda sabe mucho. La suya equivale al 89% de su PIB, esto es, 10 puntos más que la española, 11 más que en Alemania, pero 34 puntos menos que en Italia.
La deuda francesa se explica en parte porque Francia es el primer país europeo en gasto público: el 54% del PIB es gasto del Estado, muy por encima de la media de la OCDE, del 43%. Hay que tener en cuenta que Francia cuenta con uno de los sistemas de protección social más amplios de Europa.
En Francia, por ejemplo, la educación y la sanidad son gratuitas, aunque existe un sistema de copago en la segunda; los trabajadores tienen derecho a una prestación por desempleo a partir de cuatros meses trabajados y se percibe durante el mismo tiempo que duró el contrato. Además si se termina la indemnización o se trabaja y el salario es muy pequeño, se puede cobrar el denominado RSA, o prestación de solidaridad activa. Sin embargo, todas estas prestaciones no impiden que el número de personas bajo el umbral de la pobreza en Francia no pare de aumentar y la cifra supera ya los 11 millones.
El futuro del espacio Schengen
Europa forma parte de esta campaña no solo por la omnipresencia de la crisis y la incertidumbre sobre el tratado de estabilidad financiera, sino también por el polémico anuncio de Nicolas Sarkozy de suspender la participación de Francia en el espacio Schengen de libre circulación, si en el plazo de un año los socios europeos no revisan sus condiciones. Y es que para Sarkozy las fronteras europeas se han convertido en «coladeros» de la inmigración ilegal desde terceros países.
«Hay que llevar a cabo una reforma estructural de Schengen como la que hemos hecho con el euro», anunció Sarkozy en marzo en un mitin. «No podemos dejar la gestión de los flujos migratorios solamente entre las manos de burócratas y jueces. Hace falta un gobierno político de Schengen como hay un gobierno de la zona euro (...) Estoy decidido a comprometerme para que este principio se ponga en práctica porque esa es la única manera de evitar la implosión de Europa».
La Europa de los pequeños partidos
El discurso de Sarkozy sobre la inmigración se interpreta como un guiño a los votantes del partido de extrema derecha Frente Nacional que, con Marine Le Pen a la cabeza, pugna con el Frente de Izquierdas de Jean-Luc Mélenchon por el tercer puesto en la primera vuelta.
La candidata Marine Le Pen, que es además eurodiputada, se manifiesta en contra del euro y en su programa promete que las leyes que incumban a los franceses «se votarán en París y no en Bruselas», a la vez que anuncia que pondrá fin a un gobierno europeo de «burócratas y banqueros».
Otro de los candidatos de la derecha, aunque con menos posibilidades según las encuestas, es Nicolas Dupont-Aignan, presidente del partido República en Pie y uno de los candidatos que más se ha posicionado contra el actual modelo europeo, al que acusa de haber abierto la puerta a la competencia desleal. Dupont-Aignan critica fuertemente el euro, defiende el proteccionismo y aboga por que Francia recupere la soberanía monetaria.
El candidato centrista François Bayrou, del MoDem, defiende una Europa «democrática» con elecciones por sufragio universal. En el plano económico apuesta por que la Unión Europea tome medidas europeas en favor del crecimiento a la vez que los países controlan su deuda.
Jacques Cheminade, al que algunos califican como el «ovni» de la campaña, por su difícil clasificación, sostiene que Europa se ha estancado y «debe dejar de ser el caballo de Troya de la mundialización financiera, de la City y de Wall Street y convertirse en una verdadera locomotora de la salida de la crisis mundial».
El candidato «revelación» de esta campaña por su oratoria y por la multitudinaria convocatoria de un gran mitin en la emblemática Plaza de la Bastilla de París es Jean-Luc Mélenchon, del Frente de Izquierda, una escisión del Partido Socialista. Mélenchon – que también es eurodiputado - propone que «el nuevo tratado Sarkozy-Merkel» sea sometido a referéndum y promete que si gana declarará la «desobediencia a las directivas europeas» como la directiva Bolkstein sobre la liberalización de servicios.
La también eurodiputada Eva Joly, de Europa Ecologista-Los Verdes, propone una Europa federal con un único presupuesto y una deuda común, así como una «verdadera» tasa a las transacciones financieras, es decir, una tasa que no se destine a cancelar la deuda si no a salvar la «crisis ecológica».
En el flanco más a la izquierda de la política francesa, la candidata de Lucha Obrera, Nathalie Arthaud defiende una «unificación real» de Europa y califica la Unión Europea de «caricatura». En su opinión, la Europa actual «es exclusivamente la Europa de los capitalistas y los banqueros y no la de los pueblos y los trabajadores».
El candidato del Nuevo Partido Anticapitalista, Philippe Poutou, ha sorprendido por su espontaneidad en las pocas oportunidades que ha tenido para aparecer en los grandes medios. Asegura que «a diferencia de los otros yo no quiero triunfar en política», apuesta por la democracia participativa y aboga por una Europa donde los «pueblos avancen en armonioso desarrollo» y no por una Europa cuyo objetivo sea ser una potencia. El NPA se declara al lado de los «indignados» españoles y griegos y en contra de la Europa-mercado, construida a base de liberalizaciones y que da la austeridad como única propuesta de salida a la crisis.