La UE ha respirado aliviada por la victoria de los conservadores de Nueva Democracia, que les permitirá formar gobierno con los socialistas del PASOK, es decir, medio año después, Grecia vuelve a la situación política de partida, la que llevó al país a una situación ingobernable, protagonizada ahora por el partido que originó el desastre económico y que falseó las cuentas que se presentaron en Bruselas.
El voto del miedo ha funcionado. Desde Europa, las alarmantes amenazas que auguraban el caos si no era suficiente el apoyo a los partidos que respaldan el rescate europeo han supuesto un ejercicio de presión política que nunca se hubiera aceptado si no se tratara de un país pequeño, periférico y sometido al diktat de Bruselas y Berlín.
Pero los dirigentes de la UE y de los socios principales de la UE solo buscaban un supuesto fortalecimiento de la moneda única de cara a los mercados. Supuesto porque nada hace pensar que la situación mejore, a la vista de que ajuste tras ajuste, los insaciables mercados no frenan las vueltas de tuerca. La espiral que lleva de los recortes drásticos a la paralización de la actividad económica es un hecho, pero es también la exigencia de Angela Merkel y, por tanto, un principio sagrado, por más que la respuesta sea ahondar en la crisis.
La aprobación de dos planes de rescate para Grecia, poniendo sobre la mesa casi un cuarto de billón de euros no ha funcionado. La necesaria consolidación fiscal ha empobrecido a la sociedad griega y el paro ha aumentado 6,7 puntos en un año hasta situarse en el 22,6%. Ni siquiera, el pretendido cortafuegos europeo ha servido. España es el ejemplo.
Son las realidades que ha venido exponiendo la coalición de izquierdas Syriza, apellidada permanentemente como radical, declarada enemiga de la UE, solo por tener un planteamiento político que, a buen seguro, comparten una amplia mayoría de europeos: sanear las cuentas públicas, luchar contra el fraude fiscal, reinventar el Estado desde la transparencia sin abandonar el euro, con el apoyo de la UE, pero con un plan de ajuste que deje margen a las empresas y a las familias griegas para impedir que la economía acabe por ahogarse definitivamente. ¿Eso es radical?
Syriza vuelve a ser el segundo partido más votado en las elecciones griegas. Previsiblemente no entrará en el gobierno de unidad nacional que pide el vencedor, el conservador Antonis Samaras, pero, de alguna forma, ha triunfado. Su mensaje ha calado hasta el punto de que el resto de las fuerzas políticas griegas han ido modificando su programa hasta acercarse a las posiciones de esa izquierda radical.
Las felicitaciones que reciben los griegos desde toda Europa insisten en que el programa de ayuda financiera europea es la vía de la recuperación, desde unas posiciones inamovibles que pretenden ignorar la fragmentación del voto griego. Vienen a decir, con miopía democrática, que se han salvado los muebles y eso es suficiente. Entre la tanda retórica de aplausos por que Grecia sea fiel a lo establecido, solo un apunte de salida, el del ministro alemán de Exteriores, que deja una vía a flexibilizar los plazos para que Grecia cumpla sus compromisos con la UE y el FMI.
Hay que esperar a la formación de gobierno en Grecia y ver si la gobernabilidad es posible, pero, sobre todo, hay que esperar que la UE sea capaz de ofrecer algo más que gestos para que la economía griega pueda respirar.