A la que no le preocupa nada el estilo de su peinado es a la canciller Angela Merkel, que hace unos días recordaba como en su partido su «corte de pelo fue objeto de discusión al menos tan importante como mis convicciones políticas». Lo dijo sin «pelos en la lengua» en un congreso de empresarias alemanas donde reconoció que entiende a las mujeres que ocupan cargos directivos y son constantemente criticadas por su aspecto físico. Su peinado a lo «príncipe valiente» hizo que en el año 2000 el diario sensacionalista Bild, propusiera una campaña a prestigiosos peluqueros para que mejoraran el peinado de Merkel, que en algun momento llegó a llevar media melena. Parece que nadie lo consiguió.
La actriz Penélope Cruz también se añade a esto de la peluquería y los recortes. Más preocupada por su imagen que la canciller alemana, y es comprensible, Penélope ha estado estos días en San Sebastián. En el festival de cine dijo que la situación económica en España «es para tirarse de los pelos». La actriz se mostró preocupada por las consecuencias del aumento del IVA, en el ámbito de la cultura. Poco dada a «mojarse» en política habló de los recortes en cultura y educación diciendo que son escalofriantes.
Las que se tiran de los pelos, aunque no han llegado a las manos, son las «mujeres» del presidente francés, François Hollande. La primera dama francesa, Valérie Trierweiler, ha admitido que el «tuit» que escribió en apoyo de un rival político de la expareja de Hollande, la socialista Ségolène Royal, fue «un error». En una entrevista con el diario «Ouest-France», ha reconoció que fue torpe mostrar de esa manera su respaldo a Olivier Falorni durante las legislativas del pasado junio, y aseguró que no se volverá a repetir. El mensaje lanzado en la red social «Twitter» causó un revuelo en Francia y quedó en evidencia la enemistad entre ellas. El tuit tan de moda, a más de un político le ha dado un «mal de cabeza».
También se tiraron de los pelos durante un tiempo la compañía holandesa Philips y la japonesa Sony, hasta que descubrieron que era mejor colaborar y ampliar negocio. De esta colaboración nació hace 3 décadas el CD, un producto revolucionario, que de golpe, y sin que fueramos conscientes, nos puso en la era digital. El aparatito en cuestión, que ha cumplido 30 años esta semana, costaba 1.680 euros y pesaba 7,6 kilos. Las grandes compañías discográficas se frotaban las manos. Habían descubierto un nuevo nicho de negocio. Hace 5 años se habían vendido más de 200 mil millones de CDs en todo el mundo. Ante la influencia cada día mayor de internet y otros soportes musicales, de momento, parece que el CD se «salva por los pelos».