El Tratado de Lisboa, cien días y esperando

Se tardó dos años en aprobarlo y entró en vigor con prisas el 1 de diciembre de 2009. Se decía que el futuro de Europa dependía de ese nuevo marco de actuación que permitiría a la Unión salir del letargo y acelerar su capacidad de actuación para convertirse en la potencia mundial que merece ser y que los ciudadanos supuestamente esperan.

Han pasado más de cien días. La economía no crece, el paro aumenta, el euro vive sus peores momentos, la acción exterior de Lady Ashton fracasa de día en día, la Comisión no termina de ponerse a trabajar, el Parlamento chilla, incapaz de ser efectivo y el Consejo sigue mandando, o más bien, Berlín y París. Es la botella medio vacía. Si quieren verla medio llena, vean los titulares oficiales de los últimos tres meses.

Herman Van Rompoy, presidente estable de la UE / Foto:UE

Han pasado más de cien días y poco ha cambiado. Ciertamente es poco tiempo para mover un mastodóntico engranaje de burocracia e intereses como el que tiene la UE, pero el tiempo corre en contra y los propios líderes europeos levantaron expectativas que no se cumplen o lo hacen con una lentitud exasperante.

Es cierto que la crisis económica condiciona todas las políticas, pero precisamente es en lo que se está perdiendo la oportunidad de demostrar que la UE tiene algo que decir, y de decir ya, sobre la salida de esa crisis y su repercusión sobre el empleo.

De los últimos tres meses de actividad europea, posiblemente sólo haya un titular con una palabra: Grecia. En Bruselas parecen muy satisfechos de cómo los 27 reaccionaron consensuadamente para salvar a su socio y, de paso, evitar que las maltrechas finanzas griegas contaminaran a la moneda única. No fue así, fue el miedo de Francia y Alemania a cargar con las consecuencias de la mala gestión de Atenas. Y cuando París y Berlín estornudan, los otros 25 socios sacan el pañuelo. El capítulo griego, en cualquier caso, no está cerrado. Falta ver si el plan de austeridad de Papandreu funciona y si, finalmente, hay que poner dinero para el rescate o no.

¿Europa, una única voz en el mundo?

La visibilidad del Tratado tuvo de inmediato dos figuras, dos personas con nombramiento polémico desde su inicio y claroscuros en sus resultados. El presidente estable de la Unión, el ex primer ministro belga, Herman Van Rompuy, el hombre del traje gris llamado a ser la voz y la imagen de Europa en el mundo vive en su superestructura, emite comunicados diplomáticos y sigue con sus haikus. Bien es verdad, que ha tenido algún momento plausible y que no se corta a la hora de plantear lo que la políticamente correcta Europa no se atrevía a decir en alto. El último ejemplo, su petición de más respeto a los derechos humanos en Marruecos, en la cumbre de Granada, delante del primer ministro marroquí. La cuestión es si sus quejas, llamamientos o decisiones se toman en el mundo como quejas, llamamientos o decisiones de la UE o como atrevidas declaraciones de un funcionario que se representa a sí mismo.

En esa expectativa de poner a Europa en el mundo, la clave se suponía que estaba en la Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común, cargo que se llevó la británica Catherine Ashton ante la perplejidad general. Ella si ha roto el molde, pero para mal. En tres meses ha desperdiciado lo construido, con menos medios y menos apoyo, por su antecesor Javier Solana. Ha demostrado incapacidad para reaccionar y desinterés por un puesto que debería ser el altavoz permanente de la UE. Entre críticas solapadas de los Estados y apoyos oficiales, la baronesa pide que se la juzgue por los resultados de su trabajo, pero ya ha quedado patente que su trabajo es o parece escaso. Ahí está empantanado el Servicio de Acción Exterior, la diplomacia comunitaria, entre peleas de quién pone más y quién se lleva más.

Ya se hacen chistes sobre su ausencia en las cumbres internacionales, pero su portavoz asegura que la Alta Representante no puede ser omnipresente. Ha visitado Haití un mes después del terremoto, tras fallar en la coordinación de la ayuda inmediata al país, ha realizado una gira por los Balcanes en la que no ha sabido definir una posición estratégica de Europa ni atraer ninguna repercusión mediática, lo cual forma parte de sus funciones; y este fin de semana viaja a Oriente Próximo sin un mandato claro de los 27.

¿Una Europa para los ciudadanos?

El Tratado de Lisboa se vendió además como la fórmula definitiva de acercar Europa a los ciudadanos. Un Parlamento europeo con más funciones espera aún propuestas legislativas de una Comisión europea que ha tardado en formarse y que arranca con cuentagotas sus iniciativas, de nuevo, más teóricas que prácticas.

La iniciativa popular, por la que un millón de ciudadanos podrán obligar al ejecutivo comunitario a tomar en cuenta una propuesta, se debate, se expone a consultas, se estudia con milimétrica exactitud para definir sólo de cuántos Estados deben ser los participantes o con cuántos años de edad. Con suerte, se verá en 2011.

¿Una Europa competitiva, social y sostenible?

Hay un esbozo de estrategia llamado UE 2020 en el que se ponen todas las aspiraciones de la Unión para los próximos diez años. Barroso la ha presentado como la panacea y los 27 se pronunciarán, sin duda a favor, este mes en el Consejo europeo de primavera.

Seguramente la estrategia UE 2020 es irreprochable en su planteamiento de marcar el futuro de Europa en la investigación, la educación, la competitividad y el respeto al medio ambiente manteniendo el modelo social europeo. Pero, una vez más, se juega sobre vacío. No se puede o no se quiere obligar a los Estados a cumplir unos objetivos que exigen además de voluntad política, capacidad de liderazgo y, sobre todo, dinero en tiempos de crisis.

Se dice que la falta de sanciones a los incumplidores y lo ambicioso del proyecto provocó el fracaso de la anterior Estrategia de Lisboa. Por eso ahora supuestamente se han limitado las metas. Aún así, es un proyecto que implica a las instituciones comunitarias, a los gobiernos, las administraciones nacionales, regionales y locales, la empresa privada, la universidad, los agentes sociales... Cabe preguntarse si la UE está en condiciones de mover la maquinaria. Entre tanto, el paro sigue aumentando en los 27. Hay ahora 23 millones de desempleados, cuatro más que hace un año.

Aún hay más y no mejor. En el único capítulo en el que Europa podía presentarse ante el mundo con una postura única, avanzada, respetable y respetada, la lucha contra el cambio climático, las cartas no se han sabido jugar. La cumbre de Copenhague en diciembre fue el estreno de la Europa de Lisboa y fracasó. Estados Unidos y los países emergentes ningunearon a la vieja Europa y acordaron lo que quisieron y como quisieron al margen de las posiciones vanguardistas de los 27. Fue el primer aviso de que sólo la coherencia política conduce al éxito. Ahora se replantea la cuestión de cara a la próxima cumbre del clima de México, con armas parecidas. Nosotros cumplimos, damos ejemplo y financiamos para que los demás cumplan.

La presidencia española del Consejo tenía por delante la rápida y plena aplicación del Tratado de Lisboa entre sus prioridades. El semestre va pasando, se ponen sobre la mesa las iniciativas y se entra en los perpetuos prólogos de cada una de ellas. Se reiteró que Lisboa daba las herramientas para construir una nueva Europa. Estos cien días han demostrado que Europa sigue siendo un club de naciones, donde los intereses individuales están por encima de los colectivos. euroXpress