Tenemos el quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que expresa el mensaje ambiguo de que el fenómeno es consecuencia de las actividades humanas y de que si no se controla derivará en una catástrofe.
Tenemos el problema de la desigualdad de ingresos en todo el mundo. Los 1 200 millones de personas más pobres son responsables del uno por ciento del consumo, frente al millón más rico, con el 72 por ciento. Esto aumenta la frustración y la tensión, en especial entre los jóvenes, quienes constituyen el 26 por ciento de la población mundial.
Tenemos extremismo religioso, racismo y violencia bestial del Ejército Islámico, de Boko Haram y otros grupos anárquicos, que desafían nuestras normas sociales civilizadas y los valores compartidos. Tenemos el terrorismo de Estado de Israel que libra una guerra desigual contra los palestinos, mientras ocupan su territorio privándoles de tener su estado y violando el derecho internacional.
Tenemos más de 50 millones de personas desplazadas por guerras y violencia, 33,3 millones en sus propios países y unos 16,7 millones de refugiados, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Tenemos el problema del hambre, enfermedades, pobreza y violaciones de derechos humanos que siguen desfigurando la condición humana.
¿Las armas nucleares podrán anular esas amenazas? Por no decir, ¿servirán para resolver esos problemas? ¿No es más probable que en un mundo de pudientes y desposeídos se dé una creciente proliferación, entre la que figuran actores terroristas no estatales?
La evidencia científica muestra que hasta una guerra nuclear limitada, si fuera posible algo así, derivará en un irreversible cambio climático y en la destrucción sin precedentes de vidas humanas y de la ecología que la sostiene. Nosotros, el pueblo, tenemos la «responsabilidad de proteger» al mundo de las armas atómicas prohibiéndolas mediante una Convención de Armas Nucleares verificable y anulando a todas las otras autoproclamadas aplicaciones de «responsabilidad para proteger».
A pesar de estas pruebas abrumadoras, el mundo todavía tiene 16 300 ojivas nucleares en manos de nueve países, pero Estados Unidos y Rusia poseen el 93 por ciento del total, y de estas 4 000 están operativas.
La posibilidad de uso por voluntad política, ciber-ataque o por accidente por parte de un estado o de un actor no estatal es más real de lo que nosotros, en nuestra complacencia, decidimos reconocer. En tiempos en los que los recursos para el desarrollo, la friolera de 1 700 billones de dólares se destinan a armas, en general, y a la modernización de las atómicas, en particular.
Solo en Estados Unidos, y en flagrante contradicción con las promesas del presidente Barack Obama, la modernización de las armas nucleares costarán 355 000 millones de dólares en los próximos 10 años. Un general con visión de futuro y dos veces presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower (1953-1961), alertó hace 50 años sobre la influencia insidiosa del «complejo industrial militar» en su país.
Esa influencia, reforzada por un deseo insaciable de beneficio, se ha propagado por todo el mundo, avivando las llamas de las guerras, aun cuando la ONU y otros defensores de la paz tratan de encontrar soluciones pacíficas de acuerdo con su Carta.
Estoy orgulloso de que la Conferencia de Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales, que tengo el privilegio de encabezar actualmente, lleve más de cinco décadas persiguiendo la erradicación de las armas nucleares sobre la base del Manifiesto de Londres, de 1955, suscrito por Albert Einstein y Lord Bertrand Russell.
Joseph Rotblat, uno de los padres fundadores de la Conferencia de Pugwash, que abandonó el Proyecto Manhattan como objetor de conciencia, compartió el Premio Nobel de la Paz con Pugwash en 1995.
Pugwash no es sino uno de los movimientos de ciudadanos que desde 1945 reclaman la abolición de las armas nucleares. La presión de la sociedad civil fue la que finalmente posibilitó el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares y otros significativos logros destinados a la proscripción total de este armamento.
El mundo ya logró la prohibición de otras dos categorías de armas de destrucción masiva, las biológicas y las químicas.
Dos organizaciones no gubernamentales, ICAN y PAX, rastrearon minuciosamente el dinero detrás de las armas nucleares y revelaron en su informe «Don't Bank on the Bomb» (»No financien las bombas») que desde enero de 2011, 411 bancos diferentes, compañías de seguros y fondos de pensión invirtieron 402 000 millones de dólares en 28 países en la industria de armas nucleares.
Las naciones con armas atómicas gastaron en total más de 100 000 dólares en sus fuerzas nucleares.
Solicito que hagan sus propias contribuciones al desarme nuclear uniéndose a la campaña de desinversión. La marchita retórica de Obama en su célebre discurso de Praga, en abril de 2009, sobre un mundo libre de armas nucleares tiene poco de qué jactarse si no actúa la sociedad civil.
He visto al mundo superar muchos obstáculos, el colonialismo, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el fin del odioso apartheid en Sudáfrica y finalmente el fin de la Guerra Fría.
El desarme nuclear también es un objetivo alcanzable y no un espejismo, como nos quieren hacer creer los estados nucleares. El logro de un acuerdo final por el programa nuclear de Irán y la próxima Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares en 2015 son oportunidades para que evitemos la proliferación erradicando estas armas.