La convulsa situación que vive Europa se está haciendo notar en las últimas elecciones que se suceden en diferentes países. Si hace unas semanas los ultraderechistas Verdaderos Finlandeses arrasaban en las elecciones y se convertían en la 3ª fuerza política más votada en Finlandia, un hecho sin precedentes en esta parte de la Unión, ahora le toca a Escocia marcar la diferencia. Las urnas han dado otro sorprendente resultado en el país más septentrional de los cuatro que conforman el Reino Unido.
El Partido Nacional Escocés (SNP), de ideología proindependentista moderada de centro izquierda y capitaneado por Alex Salmond, ha alcanzado una histórica victoria en las elecciones autonómicas celebradas el pasado jueves 5, al ganar por mayoría absoluta. El SNP ha obtenido 65 escaños de un total de 129, hecho que ha supuesto el hundimiento de los liberales, que han pasado de 17 a 4 escaños, y el fracaso de los laboristas, que han reducido su éxito en 10 escaños hasta marcar los 29 actuales, todo un mínimo para esta formación política.
Pero esta victoria tiene otra lectura importante y no solo significa el castigo de la sociedad escocesa hacia las otras dos grandes opciones políticas. Para el líder del SNP, las puertas para celebrar un referéndum sobre la independencia escocesa podría quedar abierta ya definitivamente. Ya lo intentó hacer en la última legislatura (2007-2011) pero al gobernar en minoría no pudo llevarlo a cabo. Las reticencias de los grandes partidos británicos a convocar ese referéndum, combinado con los reveses que sufrió la idea misma de la independencia tras el colapso económico de dos de los principales modelos en que se asienta el independentismo (Islandia y la república de Irlanda), había hecho que la campaña no se centrará en la consulta.
Pero no todo es el tema de la independencia de Escocia de Reino Unido. El SNP también ha defendido otras ideas claves de su programa político, como por ejemplo la congelación de los impuestos municipales hasta 2016, políticas económicas para salir de la crisis y reformar el sistema energético con el objetivo de que toda la energía consumida en Escocia provenga de fuentes renovables. Ideas que también habrían obtenido el beneplácito del pueblo escocés, escéptico con los laboristas a quienes no ven mirar tanto por sus intereses y sí por los recortes que mandan desde Londres.
La independencia de Escocia, un asunto pendiente desde el S.XIII
Con la mayoría lograda en estas elecciones, pocos dudan de que Alex Salmond convoque un plebiscito en el que se pregunte a los escoceses si quieren abandonar la marca UK, lo cual sería uno de los mayores cambios políticos de la reciente historia de Europa. No obstante, la polémica no es nueva y es uno de los temas más recurrentes entre los políticos desde hace más de siete siglos.
Cabe recordar que el Reino de Escocia se hizo independiente el año 1707, fecha en la que se firmó el Acta de Unión con Inglaterra, para crear el Reino de Gran Bretaña. La unión no supuso alteración del sistema legal propio de Escocia, que desde entonces ha sido distinto del de Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, por lo que es considerada en el derecho internacional como una entidad jurídica distinta. La pervivencia de unas leyes propias y de un sistema educativo y religioso diferenciado forman parte de la cultura escocesa y de su desarrollo a lo largo de los siglos.
La controversia sobre la independencia de Escocia se remonta al siglo XIII con las conocidas Guerras de independencia de Escocia: un conjunto de diversas campañas militares que enfrentaron a Escocia con Inglaterra entre finales del siglo XIII y ya avanzada la segunda mitad del siglo XIV. A lo largo de dicho período y de las campañas y batallas subsiguientes, el objetivo de Inglaterra era la ocupación y anexión del territorio escocés, mientras que Escocia pretendía mantener su propia independencia frente a los ingleses, cosa que lograría en 1707.
La Primera Guerra de Independencia (1296-1328) se inició con una invasión inglesa de Escocia, que terminó mediante la firma del Tratado de Edimburgo-Northampton en 1328. Mientras que la Segunda Guerra de Independencia (1332-1357) se produjo con motivo de la invasión de Eduardo de Balliol, apoyado por los ingleses, en 1332, y finalizó en 1357 con la firma del Tratado de Berwick. Tras esas guerras, Escocia había logrado mantener su estatus de nación libre e independiente, su objetivo a lo largo de todo el conflicto.
Desde mediados del siglo XIX reapareció un movimiento por el autogobierno que buscaba la devolución del control sobre los asuntos escoceses a Escocia, pero el apoyo a la independencia no llegaría hasta los años veinte del siglo XX. La demanda de la creación de una Asamblea Escocesa fue iniciada en 1853 por un organismo cercano al Partido Conservador y pronto recibió también el apoyo del Partido Liberal, pero no fue considerado algo prioritario, y cuando la propuesta de autogobierno escocesa fue presentada al Parlamento de Westminster en 1913, su trámite fue interrumpido por la Primera Guerra Mundial
Escocia goza de privilegios en Reino Unido
Dado que Escocia es uno de los países constituyentes del Reino Unido, el jefe de estado escocés es el monarca británico, es decir, la reina Isabel II del Reino Unido desde su coronación en 1952. En Escocia, la reina utiliza el título de Queen Elizabeth (Reina Isabel) en vez del de Isabel II, dado que nunca ha habido una reina Isabel I de Escocia.
Constitucionalmente, el Reino Unido es un estado unitario con un Parlamento y un gobierno soberanos. Tras la descentralización de poderes aprobada en referéndum en 1997, Escocia goza de un autogobierno limitado: el Parlamento británico sigue conservando la capacidad de reformar, cambiar, ampliar o abolir el sistema de gobierno escocés a voluntad.
Bajo el régimen de la descentralización de poderes, ciertas áreas del legislativo y el ejecutivo han sido transferidos al Gobierno de Escocia y al Parlamento. El Parlamento del Reino Unido, por su parte, mantiene su poder sobre los impuestos, seguridad social, ejército, relaciones internacionales, medios de comunicación y otras áreas explícitamente indicadas en la Scotland Act de 1998 como materias reservadas.
El Parlamento Escocés tiene, por su parte, autoridad legislativa para todas aquellas áreas relacionadas con Escocia, incluso para variar levemente los impuestos, aunque nunca ha ejercido dicho poder. También puede remitir asuntos relacionados con las competencias devueltas al Parlamento Británico, para ser consideradas en el conjunto de la legislación del Reino Unido. En determinados asuntos, la legislación escocesa ha optado por soluciones distintas a las adoptadas en el conjunto del estado, por ejemplo, la educación universitaria y los cuidados para ancianos son gratuitos para los residentes de Escocia y comunitarios europeos, mientras que en el resto de Reino Unido se deben pagar unas tasas por los mismos servicios.
El 48 por ciento de los ingleses a favor de que Inglaterra se separase de Escocia, Gales e Irlanda del Norte
En una encuesta publicada en 2006 por "The Sunday Telegraph", la continuidad del Reino Unido quedaba en entredicho según los deseos de la opinión pública. Y no solo sobre la independencia de Escocia. El 48% de los ingleses se mostraron de acuerdo con que Inglaterra se separase también de Escocia, Gales e Irlanda del Norte, frente al 43 por ciento que se declaraban en contra. Además, el 59% de los encuestados apoyaban la independencia de Escocia, rechazada por el 28%. Una idea que era apoyada por más del 50% de los escoceses por aquel entonces (52%).
Dicha encuesta realizada a un heterogéneo grupo de ingleses, arrojaba otros sorprendentes resultados. Al 68 por ciento le gustaría que Inglaterra contara con un Parlamento propio, similar al de Escocia, Gales o Irlanda del Norte y solo un 25 por ciento de ingleses lo consideraban innecesario.
Parte de esa opinión se fundamenta en una disfunción que se ha generado desde la devolución de poderes a las autonomías. En numerosas ocasiones se han levantado críticas contra el hecho de que los diputados escoceses en el Parlamento nacional de Westminster votan en leyes que afectan sólo a Inglaterra (a veces también a Gales, ya que esta región tiene pocas competencias propias), pues el Parlamento de Edimburgo legisla de modo exclusivo en multitud de materias.
Por ello, según el sondeo, el 62 por ciento de los ingleses estimaban que los diputados escoceses deberían abstenerse en tales debates, frente al 34 por ciento que preferían dejar las cosas como están, una idea que dividía a partes iguales a los escoceses.
La única pregunta del cuestionario en la que en ambos territorios hay parcial acuerdo es la relativa a la composición del Gobierno. En los dos lados, entre el 76 y el 77 por ciento estima que no importa el número de ministros escoceses en el Ejecutivo, aunque para el 21 por ciento de los ingleses la actual representación es excesiva.
En su día, «The Sunday Telegraph» destacaba que uno de los principales legados que quería dejar Tony Blair era el de la creación de los Parlamentos de Escocia y Gales, pero tal vez esto hubiera fomentado un mayor enfrentamiento territorial y el riesgo de una disolución del país.
Habrá que ver si el referéndum sigue en pie y cual es el resultado. Uno de los temores de muchos escoceses no convencidos por los argumentos independentistas es que una Escocia independiente sería económica y políticamente débil. En respuesta a esto, los independentistas citan asiduamente el éxito de otros pequeños países del norte de Europa como Irlanda, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suecia, Finlandia o los Países Bajos. El SNP ha empleado el eslogan Independencia en Europa sugiriendo que la Unión Europea es el entorno ideal para el florecimiento de los pequeños estados.