La última vez que el gobierno subió el salario mínimo mensual para el sector de la vestimenta fue en 2010. Ahora los obreros demandan un incremento de 3.000 takas (38 dólares) a 8.114 takas (100 dólares), más o menos el precio por el que se vende un pantalón vaquero bangladesí en un centro comercial de Varsovia o Berlín.
Los empresarios han aceptado solo un aumento del 20 por ciento, elevando el sueldo a unos 46 dólares. La mayoría de los analistas coinciden en que el ínfimo incremento es una ofensa para los trabajadores y fue lo que desencadenó las protestas.
Bangladesh tiene un salario mínimo independiente para cada sector. Las diferencias son sustanciales: los trabajadores del transporte y los empleados de comercios ganan el doble que los tres millones de obreros textiles.
Estos últimos se encuentran al fondo de la lista, no solo a nivel nacional, sino internacional. Según un estudio de la Organización de Comercio Exterior de Japón, divulgado en diciembre, solo en Birmania los trabajadores textiles ganan menos que los bangladesíes. Los obreros de India perciben el doble y los de China cinco veces más.
Todos trabajan horas extras. Entrevistamos a algunas operadoras de máquinas de coser, quienes señalaron que ganan entre 102 y 115 dólares, para lo cual deben trabajar entre 11 y 12 horas.
Según el líder sindical Masood Rana, las demandas salariales son en parte el resultado de una mayor toma de conciencia entre los trabajadores que comenzaron a prestar más atención a cuánto pagan los compradores occidentales por las ropas hechas con sus manos después de la conmoción por el derrumbe de la fábrica de la plaza Rana en abril, en el que murieron 1.133 empleados y empleadas.
¿Pero por qué las manifestaciones son tan violentas? «Esto se debe a que son espontáneas. No tienen líder», explica Rana.
Reaz bin Mahmood, vicepresidente de la Asociación de Fabricantes y Exportadores de Ropa de Bangladesh (BGMEA, por sus siglas en inglés), tiene una teoría diferente: los que empujan las protestas son los instigadores políticos . Pero no quiso dar más detalles al respecto.
«Este problema no se puede solucionar en las calles», dice. «Hay un panel gubernamental trabajando en un nuevo salario mínimo, que se espera anuncie sus resultados en noviembre. Pero temo que esto no suceda si las protestas continúan» apunta.
Se han identificado varios modelos para fijar el salario mínimo. «Realizamos un análisis económico del coste de la vida de un trabajador textil, partiendo de la base de que su salario debe cubrir el consumo de toda su familia», explica el director de investigaciones del Centro de Diálogo Político, Khondaker Moazzem. «Y hemos detectado tres opciones» de referencia.
La primera es la línea de pobreza, que establecería el sueldo mínimo en el equivalente a 80 dólares. Que el Centro señala como inaceptable.
La segunda es el «nivel superior», esto es, los ingresos que permitirían a los trabajadores llevar una vida holgada. En ese caso, el salario mínimo mensual debería ascender a 200 dólares.
El Centro también rechaza esta opción, considerando que el sueldo mínimo no puede ser superior a la media nacional.
La tercera opción es considerar el actual nivel de consumo de los obreros. Este indicador fijaría el sueldo mínimo en poco más de 100 dólares, que es exactamente lo que estos están demandando.
«Después de que enviamos esta recomendación al gobierno, recibí numerosas llamadas de los industriales», dice sonriendo Moazzem. «Me dijeron que estaban dispuestos a cederme algunas fábricas para que probara si podía tener ganancias pagando esos salarios».
«Los costes de producción aumentan un 13 por ciento cada año», dice Mahmood, de BGMEA. «Bangladesh debe importar algodón, mientras India tiene el suyo propio. Las monedas de India, Indonesia y Turquía pierden valor, mientras que el taka bangladesí sigue fuerte, por lo que perdemos competitividad», explica.
«El gobierno no nos apoya. Hay cortes frecuentes de energía, y en viajar de Dhaka al puerto de Chittagong se debería tardar seis horas, no 26», se queja.
A esta lista de dificultades, Moazzem añade los altos intereses de los créditos, las dificultades para comprar tierras en las que invertir y la inestabilidad política.
Sin embargo, las fábricas textiles no pierden tan fácilmente la competitividad como se lamentan los empresarios. Los precios de la ropa caen y los costes aumentan, pero esto se ve compensado por una mayor eficiencia.
«Reconozco que mis trabajadores deberían cobrar más, pero los minoristas también deberían pagarme más a mí», dice Mahmood, explicando que el precio de los productos es decisivo. «Los consumidores occidentales son en parte responsables de los bajos salarios en Bangladesh», indica.
Los minoristas se quedan entre el 55 y el 65 por ciento de las ganancias de las prendas de vestir bangladesíes. Los precios de los materiales consumen cerca del 25 por ciento y el resto e divide a partes iguales entre trabajadores y empresarios, según Moazzem.
Todavía no está claro si los trabajadores recibirán lo que exigen. El ministro de Transporte, Shahjahan Jan, ha apoyado públicamente sus demandas, pero se cree que el gobierno en realidad respalda a los industriales.
Es que nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro. La industria textil aporta un 80 por ciento de los ingresos por exportaciones de Bangladesh, unos 22.000 millones de dólares anuales.
Además, el 30 por ciento de los parlamentarios bangladesíes son empresarios, la mayoría del sector textil, y pertenecen a los partidos mayoritarios.
Después de reunirse con líderes de más de 40 sindicatos, los empresarios se han comprometido a aceptar un nuevo sueldo mínimo fijado verticalmente por el gobierno, sin negociación de las partes.
Pero la mayoría de los analistas coinciden en que el nuevo salario mínimo solo podrá fijarse mediante un acuerdo mutuo.