Uno de esos fotógrafos fue Manuel Álvarez Bravo, quien vivió la marcha del siglo XX en su país hasta el último suspiro. Murió en 2002, a los 100 años, después de haber dejado para la posteridad una obra en la que se registran en buena medida los latidos de la sociedad mexicana de todo un siglo. Es la obra que puede verse estos días en una amplia exposición en la Fundación Mapfre de Madrid.
En la vanguardia del siglo
Creador multifacético de formación autodidacta, Álvarez Bravo comenzó a trabajar como fotógrafo en los años 20 del pasado siglo influido por el pictorialismo, que superó, según ha dicho en muchas ocasiones, gracias a la pintura de Picasso. La fotógrafa, también mexicana, Tina Modotti (compañera de Edward Weston), le ayudó a integrarse en las nuevas corrientes y a encontrar un estilo personal, purista y de un exquisito formalismo, lejos del pintoresquismo en boga. Cuando Modotti fue expulsada del país en 1930 acusada de participar en un complot contra el presidente mexicano, Álvarez Bravo ocupó su puesto en la revista Mexican Folkways, que editaba la escritora Frances Toor.
A raíz de ganar un importante premio con su fotografía «Tríptico cemento», en 1931 Álvarez Bravo decide abandonar su trabajo en una oficina burocrática del Estado para dedicarse al cine. Con el dinero del premio compra la cámara que Eduard Tissé había utilizado en el rodaje de la película de S.M. Eisenstein «¡Que viva México!», en la que también había participado el fotógrafo. Sin embargo el cine no va a proporcionarle ninguna satisfacción.
Los sindicatos exigían requisitos inflexibles para poder trabajar en la cinematografía del país y sólo le permitieron hacer fotos fijas en los rodajes. Así fue como participó en varias películas de Buñuel, aunque realizó varios cortos documentales y filmes experimentales en 8 mm y súper 8, nunca estrenados (en esta exposición pueden verse fragmentos de algunas de estas películas). En los años 30 Manuel Álvarez Bravo integró en su obra la música, el cine y la literatura, interesando a los surrealistas europeos (publicó en la revista Minotaure de André Bretón) y a los constructivistas rusos.
En 1934, durante la represión de una huelga, Álvarez Bravo tomó una de las fotografías que se han convertido en icono de las luchas sociales del siglo XX, «Obrero en huelga, asesinado».
Un estilo muy personal
Álvarez Bravo no es fotógrafo de escenas ni de grupos humanos sino de objetos y de figuras aisladas. Su obra transmite cualidades humanas a cosas inanimadas a través de imágenes metafóricas y utiliza el cuerpo humano, sobre todo el desnudo femenino, como materia experimental. Las miradas de sus personajes se dirigen siempre hacia objetivos ausentes para la mirada del espectador, introduciendo misterio en la composición, en una puesta en escena que juega con lo que se muestra, lo que se oculta y lo que se sugiere. La mirada, el ojo, el punto de vista, son los protagonistas de otra de sus mejores fotografías, «Parábola óptica», donde hasta el error en el proceso de positivado, que hace que se lean al revés las palabras del letrero de un establecimiento óptico, colabora a la creación de una escisión entre el ojo y la mirada, tan propia de la teoría sicoanalítica lacaniana, en boga en aquellos años.
En 1935 colgó sus fotografías en Nueva York junto a las de Henri Cartier-Bresson y Walker Evans. Volvería a la ciudad de los rascacielos en varias ocasiones para inaugurar otras muestras en el MoMA. En los años 50 y 60 alternó su oficio con trabajos para diversas editoriales como Espasa Calpe, para las que confeccionaba las fotografías publicitarias de sus catálogos, y más tarde para Televisa. En el 82 sus fotografías ilustraron el poemario «Instante y revelación» de Octavio Paz, uno de sus trabajos más personales. En 1985 viajó por última vez a España para inaugurar una gran exposición de su obra en la Biblioteca Nacional de Madrid.
La fotografía de Álvarez Bravo adquirió una trascendencia especial cuando en 1955 dos de sus obras fueron seleccionadas para la exposición «The Family Man», la gran muestra, irrepetible, que Edward Steichen paseó por todo el mundo para convertirla en la más visitada de la historia, causando un fuerte impacto por su mensaje pacifista, humanista y solidario. Eran más de 500 fotografías tomadas en unos 70 países sobre las edades del hombre sobre la Tierra, con la intención de concienciar a los visitantes a la exposición y a los medios que reproducían las fotos de que, a pesar de costumbres, mitos y religiones diferentes, todos los hombres tienen la misma dignidad y exigen el mismo respeto, pues todos forman parte de una gran familia.
La influencia de las obras que los llamados concerned photographers mostraban en esta exposición aún se prolonga en la fotografía actual. El fotoperiodismo dio un gran paso con esta exposición al presentar el nuevo canon por el que a partir de ese momento iba a discurrir la fotografía en los medios y provocó además la aparición de un nuevo ensayismo intelectual sobre la fotografía, con varias obras de pensadores contemporáneos que se ocuparon de analizar el fenómeno fotográfico desde ópticas diversas. Un fenómeno al que Manuel Álvarez Bravo colaboró como nadie a lo largo de su dilatada vida.