Hablamos con Paulo Morais, vicepresidente de la Asociación Transparencia e Integridad y una de las caras portuguesas más conocidas en la lucha contra la corrupción
Cuando alguien le pregunta cuándo va a parar, responde que no está dispuesto a hacerlo. Porque Paulo Morais, otrora vice-presidente de la Cámara Municipal de Oporto (2002-2005), es hoy uno de los rostros portugueses más visibles en la lucha contra la corrupción.
Paladín por un cambio de políticos y de la política, denuncia que Portugal es el tercer país más corrupto de Europa occidental. Desde la vicepresidencia de la Asociación Transparencia e Integridad (la versión lusa de Transparencia Internacional), Morais canaliza la voz de ese 78 por ciento de la ciudadanía que considera que la corrupción portuguesa se agravó en los dos últimos años.
Su último libro, De la corrupción a la crisis. ¿Qué hacer? ha levantado no pocas ampollas entre quienes fueron sus compañeros de bancada: «Si permitimos que la corrupción siga minando la política portuguesa, no sólo nunca más saldremos de la crisis sino que, aún peor, tendremos un país mucho menos desarrollado y nos transformaremos rápidamente en la Albania de Occidente».
euroXpress. – En su libro pone en cuestión las «dos mentiras que contaminan la sociedad portuguesa»: que la población gasta por encima de sus posibilidades y que no hay alternativa posible a la austeridad. Comenzando por la primera, ¿de dónde viene entonces la deuda de Portugal?
Paulo Morais - La deuda pública tiene que ver con casos tan conocidos como la Expo'98, la Eurocopa 2004, el BPN [Banco Portugués de Negocios], el BPP [Banco Privado Portugués], las asociaciones público-privadas, etc. Cada uno de estos escándalos costó a los cofres del Estado portugués miles de millones de euros. Esta tendencia se ha prolongado durante veinte años e, inevitablemente, ha producido una gigantesca deuda pública, que no se debe al hecho de que los portugueses hayan vivido por encima de sus posibilidades, sino a que el Estado ha gastado más de la capacidad que tienen los portugueses para contribuir. No fuimos los portugueses sino el Estado quien gastó por encima de nuestras posibilidades.
Por otro lado está la deuda privada, que es también gigantesca. Cuando se inició la crisis en enero de 2009, casi el 70 por ciento de la deuda privada era inmobiliaria. Apenas el 15 por ciento era de los bienes de consumo (móviles, tabletas, viajes, etc.). O sea, lo que habitualmente se atribuye a los portugueses como hábitos de consumo excesivo representa apenas el 15 por ciento de la deuda privada. El otro 15 por ciento restante es toda la deuda privada disponible en la banca para las actividades económicas portuguesas: textil, calzado, pesca, agricultura, actividades que son financiadas apenas con el 15 por ciento de la deuda privada, lo que en términos económicos es un suicidio.
eXp. – Y en segundo lugar, ¿cuáles son sus alternativas a la austeridad?
P. M – Hay que reducir los gastos y aumentar los ingresos. Pero reducir los gastos no es bajar los salarios, no es bajar las pensiones; reducir los gastos significa dejar de pagar tanto por la deuda pública, dejar de pagar tanto por las asociaciones público-privadas, pagar menos por las rentas inmobiliarias que paga el Estado, pagar menos por las operaciones de formación profesional que ni siquiera existen; en definitiva, el Estado tiene que preocuparse por las personas.
Naturalmente, los ingresos también deben aumentar, pero no por ejemplo aumentando los impuestos a quien gana mil euros, sino tributando justamente las maniobras de especulación inmobiliaria. En este momento Portugal tiene dos millones de casas vacías, una parte significativa de las cuales está titulada en fondos de inversión inmobiliaria cerrados que están exentos de impuestos sobre el patrimonio, que resulta de la especulación inmobiliaria y es lo que tiene que ser tributado. Sin embargo, en este momento quienes están soportando la carga de la crisis no son quienes la provocaron.
eXp. – 'De la corrupción a la crisis', reza el título de su libro. ¿La corrupción es una de las causas de la crisis o es la propia crisis quien llama y provoca la corrupción?
P. M. – Las dos cosas. Aunque es evidente que la propia crisis genera más corrupción, porque cuando los bienes son escasos tienen tendencia a ser utilizados en todo menos en lo que es necesario. No tengo ninguna duda de la propia crisis fue el resultado de la corrupción.
eXp. – ¿Dónde estaría Portugal sin ese lastre?
P. M. – Si Portugal no tuviera corrupción estaría como Suiza, viviríamos incluso mejor. Pero con la corrupción corre el peligro de convertirse en la Albania occidental. La diferencia de Portugal con y sin corrupción es la diferencia entre Albania y Suiza. Si en Portugal no hubiera corrupción, los impuestos serían más bajos, las empresas tendrían más dinero, habría más financiación, y las personas ganarían más y pagarían menos impuestos.
eXp. – Divide a los políticos en tres grupos: los corruptos («entre el 10 y el 15 por ciento»), los cómplices («la gran mayoría») y los combatientes («un porcentaje mínimo»). ¿Cuál es el partido de la corrupción? ¿Sabe la corrupción de izquierdas y derechas?
P. M. – El Parlamento es el mayor símbolo de corrupción en Portugal, con todos los partidos que ahora mismo lo conforman [PPD/PSD (el Partido Socialdemócrata, con 108 diputados), PS (Partido Socialista, 74), CDS-PP (Centro Democrático Social-Partido Popular, 24), PCP (Partido Comunista Portugués, 14), BE (Bloque de Izquierda, 8), PEV (Partido Ecologista Los Verdes, 2)]. Y entre ellos, es evidente que los partidos que tienen más poder tienen más corrupción, pues inevitablemente tienen más materia con la que traficar. Pero ninguno de los partidos del Parlamento portugués, de la derecha a la izquierda, combate fuertemente la corrupción. Todo el sistema parlamentario está tomado por la corrupción, bien de manera activa o bien de manera cómplice.
eXp. – Otra de sus denuncias es el conflicto de intereses.
P. M. – En este momento, en el Parlamento portugués cerca de seis decenas de parlamentarios son simultáneamente administradores, consultores, directores, abogados, etc., de empresas que tienen grandes negocios con el Estado. Eso quiere decir que por la mañana trabajan para el Estado y por la tarde fiscalizan según sus propios intereses y negocios. La promiscuidad es absoluta.
eXp. – Usted mismo tuvo un papel destacado en la política portuguesa, como vicepresidente de la Cámara Municipal de Oporto. ¿Convivió con la corrupción?
P. M. – En el tiempo que estuve en la Cámara de Oporto siempre combatí la corrupción, así que terminé con todos los intentos en ese sentido. La corrupción es muy fácil de eliminar, si el esquema de gobernación tiene unas directrices prácticas.
eXp. – El 29 de septiembre Portugal celebra elecciones municipales. ¿En qué políticos puede confiar la ciudadanía?
P. M. – Las municipales son algo distinto. De todas formas, en estos momentos los portugueses no pueden confiar en ninguno de sus políticos. Actualmente no hay nadie en la política activa que destaque por su combate contra la corrupción. Es una pena.
eXp. – Pero si el pueblo no puede confiar en ninguno de sus políticos, ¿dónde está la salida?
P. M. – Tiene que haber un cambio de clase política. Con esta clase política el tiempo ya se agotó, no vamos a ningún lado. Tienen que surgir nuevos actores que funcionen de forma distinta y que utilicen la política no como se está haciendo ahora en Portugal, donde se ha convertido en una gran central de negocios. El problema de los políticos corruptos es que son una minoría pero que manda sobre la gran mayoría y sobre el dinero de todos.
eXp. – ¿Existe censura social contra la corrupción?
P. M. – Sí. El pueblo portugués está completamente concienciado contra la corrupción, aunque no tengamos indicadores muy claros al respecto. Creo que están ya saturados de vivir mal a causa de la corrupción.
eXp. – ¿Cómo ha reaccionado y cómo reacciona entonces la ciudadanía ante la corrupción?
P. M. –En este momento hay una gran revuelta interior que no se ha expresado en términos colectivos. Pero si la gente tuviera conciencia exacta de la forma en la que se les roba, tendríamos revoluciones todos los días. Cuando ese sentimiento de revuelta alcance formas de expresión colectivas, pueden ocurrir dos cosas: o que toda la población quede amparada bajo movimientos caudillistas, como el de Hugo Chávez, quien ganó el poder con discursos contra la corrupción; o bien que esos movimientos colectivos tomen un sentido positivo y se logre una mayor transparencia en la vida pública, con justicia para hacer juicios, apresar y condenar a los corruptos, recuperando los bienes que pertenecen a la comunidad.
Dentro de muy pocos años, Portugal puede evolucionar hacia un tipo de caudillismo en donde cualquier demagogo se haga con la población; y la posibilidad existe porque recuerdo por ejemplo que el nazismo sólo fue posible en Alemania porque había seis millones de desempleados. Este tipo de situaciones como la que vivimos, con personas insatisfechas, deprimidas, con muchos desempleados y cada vez una mayor distancia entre los muy ricos y los muy pobres, lleva a fenómenos muy peligros. La otra opción es la evolución positiva, en la que aparecería de hecho un sistema de gobierno que permita que los portugueses comenzaran a vivir con la calidad de vida que merecen.
eXp. – Portugal es uno de los países con menos transparencia de Europa según Transparencia Internacional, lo que explica con una frase muy gráfica: «Somos lo peor de Europa, con Italia, donde predominan las mafias, y con Grecia, donde predomina la desorganización. Nosotros tenemos ambas características». Si a la lista sumamos la situación del Estado español, ¿podríamos apuntar hacia componentes culturales del sur de Europa a la hora de explicar el surgimiento de la corrupción?
P. M. – En los últimos diez años, Portugal ha vivido una depreciación enorme de los indicadores internacionales de transparencia: en el año 2000 ocupábamos el puesto 23 y en 2013 hemos bajado al 33. Pero no se trata de algo cultural. Creo que el gran problema de Portugal es que la política funciona realmente mal. Nosotros tenemos una población menos letrada que el norte de Europa, pero tenemos una buena situación geográfica, un buen clima, buena organización social, un ambiente social favorable, hay seguridad... sólo que las personas viven de forma miserable. Es decir, la materia prima es buena pero el resultado es malo. Lo que falla es la organización, es decir, la política. El resto está bien, pero la política destruye el país.
eXp. – En 2005 ya alertaba de que si en Portugal continuaba «bajando el nivel de democracia de los partidos políticos, quedando aún más vulnerables a los intereses corporativos, la democracia estaría en peligro». Ocho años después, ¿Portugal sigue siendo una democracia?
P. M. – La democracia hoy es residual. El 25 de abril de 1974 [la llamada Revolución de los Claveles, que terminó con la caída de la dictadura salazarista] fue presentado el Programa del Movimiento las Fuerzas Armadas, que señalaba una serie de medidas que debían de ser tomadas de forma inmediata, entre ellas, un mayor combate contra la corrupción. Eso está todavía hoy por hacer. El 25 de abril el régimen que se propuso a los portugueses fue la libertad, convenciendo a la opinión pública de que se había conquistado la libertad democrática. Pero no fue así, porque la democracia no se conquista sino que se construye. Lo que tenemos que hacer hoy es agarrarnos a la poca libertad que tenemos para reconstruir la democracia destruida.
eXp. – Y por último, la troika regresa a Portugal este lunes 16 de septiembre. ¿Cómo califica hasta ahora sus medidas para el país: intervención, rescate o secuestro?
P. M. – Un secuestro, claramente. Apenas se dio para garantizar que el Estado portugués continuara su curso pagando los préstamos y las deudas que había adquirido con la banca portuguesa y con la banca internacional. El compromiso de pagar las anteriores deudas adquiridas ha provocado una situación de completo agotamiento de las finanzas públicas y eso va a destruir la economía portuguesa. Todo para pagar la deuda; es decir, no sólo la deuda es la razón del llamado rescate sino que todo el mecanismo de las finanzas públicas está al servicio de la deuda. En estos momentos, los portugueses somos esclavos de la deuda. Al igual que durante el feudalismo éramos esclavos de un señor, hoy en Portugal todos somos esclavos de la deuda.