Bart de Wever, líder del partido nacionalista flamenco Nueva Alianza Flamenca (NV-A), será el alcalde de Amberes (500.000 habitantes), la segunda ciudad más poblada de Bélgica que cuenta con el segundo puerto con más tráfico de Europa y un indiscutible núcleo de dinamismo económico. Amberes es más que la segunda ciudad de Bruselas: es el terreno donde se libra el pulso entre unionistas y separatistas belgas.
No obstante, al independentismo flamenco se le han vuelto a resistir el resto de núcleos urbanos importantes de Flandes. Gante (250.000 habitantes) y Lovaina (100.000 habitantes) estarán gobernadas por socialistas y ecologistas. Y en la histórica y bellísima ciudad de Brujas (120.000 habitantes), la socialdemocracia podrá gestionar la Cámara municipal gracias a vencer por la mínima a democristianos y nacionalistas flamencos.
En el sur de Bélgica, en la región francófona de Valonia, la democracia cristiana ha conseguido buenos resultados pero no adelantar al Partido Socialista, tan parte de la identidad valona como la minería que permanece cerrada desde la crisis industrial de la década de los 70.
La Comuna Centro de Bruselas, así como la mayoría de la capital belga, estará gestionada por la izquierda socialdemócrata. La nota de color y cambio ha venido de la mano de los ecologistas que, tras vencer en la ciudad de Watermael-Boitsfort, administrarán un importante núcleo urbano de las afueras de Bruselas.
La gran perdedora de estas elecciones ha sido el nacionalismo flamenco de ultraderecha, xenófobo, islamófobo, homofóbico y violento de Vlaams Belang, hasta ahora primera fuerza política en Amberes. Sólo una alianza entre socialistas, liberales, verdes y democristianos impidió que la ultraderecha gobernara la ciudad más poblada de Flandes. Vlaams Belang ha perdido el 66% de su apoyo electoral y apenas suma un 10% que le condena a la irrelevancia en el Ayuntamiento de Amberes.
El alcalde electo de Amberes, Bart de Wever, ganó las últimas elecciones al Parlamento Federal de Bélgica, pero una alianza entre socialdemócratas, democristianos y liberales pudo romper la parálisis y nombrar al actual Ejecutivo belga que sucedió al equipo tecnócrata que gobernó Bélgica durante año y medio.
Bart de Wever defiende una reforma constitucional del Estado para avanzar hacia un modelo confederal o, en su defecto, la división del país en dos Estados: Flandes, el norte rico, y Valonia, el sur que sufre el paro estructural de las economías postindustriales. El nacionalismo secesionista belga ha crecido de manera espectacular en la última década.
En los primeros años de la década de 2000, el nacionalismo flamenco no sumaba más del 3% de los votos; este domingo, en muchos pueblos y ciudades medias flamencas, la NV-A superó el 40% de los sufragios. A medida que el norte iba consiguiendo mejores niveles de desarrollo económico, las amenazas de ruptura han ido ganando enteros y el NV-A también ha ido radicalizando su discurso nacionalista.
Los belgas de Valonia, francófonos, y los de Flandes, neerlandés, están separados por algo más que dos lenguas distintas que son consideradas lenguas extranjeras en el mismo Estado de Bélgica. Un flamenco jamás podrá hablar en neerlandés en Valonia, ni un valón podrá dirigirse en francés a la administración flamenca. Sólo Bruselas ampara el bilingüismo y pone algo de cordura al odio irracional que se tienen flamencos y valones.
Bruselas, la cerveza y la monarquía son las únicas señas de identidad que unen a los ocho millones de habitantes que viven en dos países que se esfuerzan por ser un mismo Estado. Sin medios de comunicación, ni sindicatos o partidos políticos belgas, la viabilidad del Estado parece abocada a la fragmentación en dos realidades bien distintas. El sur de izquierdas, postindustrial y francófono frente al norte rico, comercial y neerlandés. Flandes no quiere seguir financiando el bienestar de los sureños de Valonia y los valones están cansados de ser señalados con el dedo insolidario del norte flamenco. Dos países en uno dividido por algo más que dos idiomas.