Este sábado las principales ciudades de Portugal son, de nuevo, escenario de manifestaciones populares contra las medidas de extrema austeridad decretadas hace más de un año por el gobierno conservador del primer ministro Pedro Passos Coelho, cuya dureza aumenta día a día.
«La calle es el único espacio público que no ha sido colonizado por los mercados financieros», dice Boaventura de Sousa Santos, doctor en sociología del derecho, profesor de la Universidad de Coimbra y de Wisconsin. Las protestas aparecen alimentadas por las medidas de austeridad, que por la vía del aumento de impuestos y la reducción de salarios ha reducido alrededor de un 20 por ciento del poder de compra a las capas menos favorecidas de la población, así como el creciente desempleo, que alcanza a casi el 16 por ciento de la población económicamente activa.
Sin embargo, según los expertos, son las injusticias las que más alimentan la ira de los ciudadanos. Ese sentimiento es cada vez más patente en las calles portuguesas, al igual que en España o Grecia, que han colocado a sus gobiernos conservadores en estado de alerta. Los analistas coinciden en la incapacidad de las autoridades para explicar a los ciudadanos el alcance de las medidas económicas draconianas que han impuesto, y para generar optimismo en el futuro inmediato.
En el campo proselitista, a la crítica generalizada de la oposición se han unido las voces de exlíderes del Partido Socialdemócrata (PSD, conservador pese a su nombre), que han fustigado las duras medidas de austeridad impuestas por el jefe del gobierno luso pese a ser sus correligionarios.
La crítica de las figuras históricas del PSD se sustenta en que el gobierno ha ido más lejos de lo exigido por la troika de acreedores internacionales, formada por la Unión Europea (UE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo, que concedieron un préstamo de 78.000 millones de euros (110.000 millones de dólares) para el rescate del país, con 10,6 millones de habitantes.
El empresario del área informática Manuel Calçada es uno de los que ha votado siempre al PSD. Ahora deplora la gestión de Passos Coelho, porque «ante el fracaso y la injusticia, la agitación social es y será siempre la consecuencia». Entre los portugueses en general se afianza el sentimiento de que se les trata de manera injusta.
Mamede Ribeiro, un jubilado explica que trabajó 40 años y «el resultado es que el dinero que fui acumulando en el curso de toda mi vida en la Seguridad Social ahora resulta que una parte sustancial pasó a manos de los ricos y de los bancos». Nunca antes había participado en huelgas o protestas callejeras, pero el 15 de septiembre salió a la calle en una multitudinaria manifestación popular. Se calcula que un millón de portugueses, de todas las edades, ideologías y estratos sociales, acudieron al llamamiento de las redes sociales y se manifestaron en las principales ciudades del país, una concentración de la sociedad civil sin precedentes, sin partidos o sindicatos en la organización.
Esa protesta, realizada bajo el lema «Que se lixe a troika! Queremos as nossas vidas!» (A la mierda con la Troika, queremos nuestras vidas) y «A rua é nossa» (La calle es nuestra), fue considerada la mayor registrada en Europa, teniendo en cuenta el número de habitantes. Considerando que Portugal tiene una población activa de 4,6 millones, «es como si en España saliesen cinco millones de personas a la calle», subrayó Luisa Meireles, una de las más destacadas profesionales del periodismo analítico luso.
Ante el éxito de la convocatoria se espera una movilización similar este sábado. Ahora, los promotores han pedido que se apoye la manifestación convocada este sábado por la Central General de Trabajadores de Portugal. «Consideramos que es necesario que las protestas continúen», como un fuerte mensaje de «no a los mercados, los bancos e intereses financieros y especulativos», indica el comunicado.
Por primera vez, empresarios y sindicalistas coinciden en que el diseño actual del país subordina la economía a las finanzas, provocando un círculo vicioso: sin crecimiento, Portugal no podrá pagar su deuda pública y el crecimiento es imposible con fuertes impuestos y restricciones al consumo interno.
Las voces contra el gobierno se hacen sentir de manera tan vigorosa, que los discursos de los líderes de los partidos de izquierda y de los sindicatos no varían mucho de las críticas de los directivos de la industria, el comercio y la agricultura. Ante este incierto panorama, se registra un común denominador entre los analistas: nadie se aventura a vaticinar el desenlace de las protestas populares, hasta ahora pacíficas, pero coinciden en que irán aumentando y fácilmente podrán llegar a la violencia, tal como ocurre en Grecia y España, los dos países que acompañan a Portugal entre los más afectados por la crisis en la UE.
El sociólogo Sousa Santos destaca que «Portugal, como España y Grecia, vive una perturbación social que se manifiesta democráticamente a través de las protestas, que revela una vivencia democrática fuerte que, al mismo tiempo, se traduce en un grito de revuelta contra las instituciones tal como están funcionando en este momento». «Esta agitación cuenta con una marcada dimensión pos- institucional», y agrega que es en las calles «donde es posible dar voz a la indignación, pero no hacer una formulación política alternativa». «Aquí reside el impasse actual: el colectivo social todavía no tiene actores políticos que canalicen sus aspiraciones y los partidos existentes no están dando respuesta», plantea Sousa Santos, que también es uno de los principales dirigentes del Foro Social Mundial.
Esta situación no es responsabilidad única de los partidos portugueses, sino que es el resultante «de la propia naturaleza transnacional del conflicto europeo, que no cuenta con canales políticos de igual escala, ya que las vías partidarias son nacionales y están agotadas». Este profesor universitario se pregunta si «¿se pueden articular a nivel europeo? ¿A qué nivel del caos va a haber solución?».
Meireles pronostica el aumento de las manifestaciones de calle, porque «lo que se anuncia es más austeridad, con medidas que incluyen cortes brutales en la Seguridad Social y nuevos aumentos de impuestos». Hasta ahora, las manifestaciones de la sociedad civil «han sido inorgánicas, pero ya están pasando a ser orgánicas, con la participación inclusive de sindicatos de policías y militares, lo que es preocupante porque se plantea un problema de seguridad». La analista del semanario lisboeta, Expresso concluye que «Portugal jugó todas sus fichas en Alemania, abdicando de usar su palabra en la UE, al contrario de Italia, España, Grecia e Irlanda», siguiendo una política «de austeridad por la austeridad misma, que nos puede llevar a una espiral incontrolable, con cada vez más gente en las calles».
Manuel Calçada, por su parte, lamenta que la UE «haya maniatado o destruido sistemáticamente el aparato productivo (portugués) como la agricultura, la pesca y la industria pesada, mientras los mercados europeos nos han conducido a una vida de dependencia y de pobreza, con sucesivos gobiernos que han seguido escrupulosamente las instrucciones que se reciben, sin tener el valor de decir 'basta'». Este empresario concluye con una visión negativa, «asusta vivir en una sociedad en la que por primera vez en siglos las generaciones actuales son más pobres que las de sus padres y abuelos».