He seguido como cualquier ciudadano mediterráneo con horror y espanto los últimos episodios vividos en aguas de nuestro «Mare Nostrum». Es indudable que todos coincidimos en que no podemos seguir como hasta ahora, esperando que la tormenta migratoria pase y cese la llegada de miles de muertos y desaparecidos a nuestras costas.
Aplaudo firmemente el Consejo Europeo Extraordinario celebrado en Bruselas para tratar la cuestión migratoria. Ya era hora. El anterior Primer Ministro italiano, Enrico Letta, lo propuso el pasado año, pero los dirigentes europeos pospusieron erróneamente dicho encuentro. Ahora ya no se puede retrasar más la urgente adopción de una política europea de inmigración que aplique políticas migratorias coherentes y trate los flujos de inmigrantes de una manera más valiente y humana.
Por eso, se ha constatado con sorpresa e insatisfacción que el tipo de medidas y el enfoque que los líderes europeos quieren proponer, no incluyen medidas diplomáticas y humanitarias de mayor calado para erradicar este gravísimo desafío y solo se barajen medidas de carácter defensivo y de orden de política interior. Todas las propuestas se concentran en ampliar las medidas de control, reforzar las misiones de vigilancia marítima, lucha contra las redes de traficantes, reforzar programas de retorno rápido o fortalecer la misión de FRONTEX.
Todas ellas necesarias pero, a mi modo de ver, totalmente insuficientes. Todavía no he podido contemplar que se aborden medidas de carácter diplomático cuando precisamente es la diplomacia la que puede mitigar y cambiar esta dramática situación.
Esta llamada a la diplomacia no es algo nuevo, ya se realizó en tiempo del anterior gobierno del Presidente Rodríguez Zapatero. En aquel entonces nuestro país vivió, entre los años 2006 y 2008, situaciones muy similares a las que ahora está viviendo Italia. En ese periodo, además de las medidas de control y vigilancia de fronteras y del espacio marítimo, el gobierno español adoptó un plan de acción diplomática dirigida hacia los países de origen y de tránsito de donde provenían todos estos inmigrantes ilegales.
Estas travesías no son voluntarias, las causas que empujan a miles de personas a emprender ese arriesgado viaje son la inestabilidad y violencia en sus países que deriva en guerras, violaciones de los derechos humanos y la incapacidad de llevar una vida digna. Y sólo si entendemos las razones profundas del problema, podremos entender el origen de este reto y adoptar medidas con la eficacia necesaria.
Es cierto que la crisis estalla en nuestras fronteras pero la raíz del problema se encuentra en la profundidad del África Subsahariana y de Oriente Próximo, donde la labor diplomática de la UE debería concentrarse en esa doble dirección: por una parte estabilizar esa zona vital para Europa que es Oriente Próximo, con firmes iniciativas de paz, y, por otra, diseñar un gran plan de cooperación al desarrollo para el continente africano. Tanto España y Marruecos, como España y Senegal, demostramos que podíamos actuar de manera corresponsable y así convocamos la primera Conferencia Euroafricana de Migración y Desarrollo en Rabat, en julio de 2006, en la que además de aprobar medidas de control de fronteras se exploraron toda una serie de propuestas de carácter de desarrollo y cooperación. Desgraciadamente muchas de las iniciativas aprobadas en la capital marroquí, no tuvieron el seguimiento adecuado. Hoy sería recomendable volver a convocar una conferencia similar.
Actualmente, se otorga toda la responsabilidad y gestión de la crisis a los ministros de interior, éstos no podrán abordar solos los múltiples retos, necesitan que sus colegas de exteriores se movilicen, pero no solo con reuniones formales en las capitales europeas, sino desplazándose y confrontándose con los verdaderos interlocutores para identificar los problemas y proponer soluciones a corto y medio plazo.
Para ello no se podrá obviar la necesidad de incrementar y renovar un esfuerzo de solidaridad aumentando la ayuda oficial al desarrollo. Esta crisis también revela el impacto negativo que ha tenido la reducción de la ayuda oficial al desarrollo, AOD, en las políticas de cooperación. Parecía que recortar los presupuestos de cooperación no tendría ninguna consecuencia y la mayoría de los países de la OCDE practicaron irresponsablemente reducciones drásticas de las contribuciones de su PIB dedicadas a cooperación. Así no se llegó al 0,7% deseado, sino que se pasó de un 0,5% a un 0,1% vergonzante.
Hoy las consecuencias las tenemos ahí. Aumentamos de nuevo el gasto en los presupuestos de interior y defensa y sin embargo seguimos reduciendo nuestra solidaridad con los más pobres. Éstos seguirán llegando a nuestras costas, seguirán saltando vallas o muriendo en el cementerio del Mediterráneo, mientras nosotros continuaremos elevando nuestros muros, ampliando nuestras flotas de vigilancia, reforzando la Europa-fortaleza y el problema, lejos de disminuir, se agravará cada vez más.
Estamos todavía a tiempo. Somos los europeos los que podemos decidir nuestro futuro, es decir, convertir nuestro mediterráneo en un mar muerto, en un cementerio, o por el contrario en un mar común de esperanza y convivencia.