Si, finalmente, el megaproyecto recibe luz verde del Banco Mundial, su implementación dependerá de los donantes, y el ambiente económico internacional no es favorable. A Jordania se le asignará la mayor proporción de agua desalinizada, unos 230 millones de metros cúbicos al año. Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) recibirán cada uno 60 millones de metros cúbicos al año. Pero numerosos ambientalistas jordanos critican la iniciativa. «La mayor parte de la obra tendrá lugar en territorio jordano», apunta Munqeth Mehyar, director de EcoPeace/Amigos de la Tierra de Medio Oriente-Amán (FoEME). «Jordania se ha visto muy afectada por la crisis económica global. Eso no presagia nada bueno para la asistencia internacional», observa.
A las afueras de la ciudad cisjordana de Jericó, al norte del mar Muerto, campesinos palestinos plantan palmas datileras en un campo que «pertenece» a un asentamiento israelí. «Además, el proyecto solo empleará 1.700 personas y en los años de auge de la construcción», añadie en referencia al estudio de factibilidad divulgado por el Banco Mundial en enero. Para que el canal se concrete y se desarrollo es importante la cooperación entre los tres beneficiarios que comparten el mar Muerto (Israel, la ANP y Jordania). Y esto dependerá de la coyuntura política. «El caño de agua será vulnerable a ataques terroristas», alerta Gidon Bromberg, director de FoEME-Israel, durante una rueda de prensa en Tel Aviv con sus contrapartes jordanos. «La destrucción de la cañería de gas de Egipto es un ejemplo oportuno».
La rueda de prensa se vuelve tensa. «No tenemos acceso al mar Muerto, es un territorio ocupado. ¿Cómo podría ayudarnos el canal?», se pregunta Bromberg. «No llamamos al mar Muerto 'ocupado'», replica Silvan Shalom, ministro de Desarrollo Regional de Israel. «El canal podría haber sido una base sólida para la paz si los palestinos no hubieran quedado fuera de él», opina Mehyar, de FoEME- Amán. «Si la ANP quisiera unírsenos, son más que bienvenidos. Pero los verdaderos socios son Israel y Jordania», remarca.
Fórmula de paz o de conflicto
Munqeth Mehyar subraya que «el proyecto no servirá a su fin de promover la paz a menos que los palestinos controlen su costa sobre el mar Muerto, y no solo que estén a cargo del proyecto». «Israel tendrá que reconocer a Palestina como ribereño del mar Muerto», indica Bromberg, que añade, «no veo al actual gobierno nacionalista cediendo. Y si no lo hace, los posibles donantes no liberarán el dinero».
En el estudio de factibilidad, el Banco Mundial alerta que «no hay un consenso claro sobre si el proyecto será beneficioso para la paz o no». Pero más adelante insiste en que «hay un posible beneficio para la paz en el proyecto». Empresarios interesados se imaginan, de forma prematura quizá, que el «beneficio para la paz» prometido vendrá en forma de lagos artificiales, al estilo de Disneyland para fines turísticos y recreativos, en el desierto de Aravá, transformándolo en un «Valle de Paz» ideal.
Pero eso puede ser poner la carreta delante de los bueyes.
El agua, en términos de recurso ya existente y no la de nuevas fuentes, es un importante motivo de conflicto entre Israel y la ANP, y las negociaciones están estancadas desde 2010. El éxito del proyecto del Banco Mundial estará en diseñar etapas y sincronizar los complejos elementos políticos y técnicos derivados de la iniciativa. Dejando de lado que sería inverosímil que Israel reconozca aunque sea un poco los derechos ribereños de los palestinos a las costas del mar Muerto en expansión, para que una implementación en etapas cumpla con los objetivos del proyecto, habrá que realizar un mínimo del 75 por ciento del plan total.
Pero los derechos sobre las tierras expuestas por el achicamiento del mar Muerto son un motivo de controversia entre israelíes y palestinos. «Los expertos del Banco Mundial nos dicen, es todo o nada, o hacemos todo o no hacemos nada», protesta Bromberg.
Los ecologistas prefieren apoyar una combinación más discreta de alternativas, conocida como «CA1», en un estudio con más de 20 opciones, también publicado por el Banco Mundial en forma correlativa con el de posibilidades. «CA1» propone desalinizar el mar Rojo y el Mediterráneo, donde ya hay dos plantas (una de ellas, la más grande del mundo, en Ashkelon, Israel), importar agua de Turquía y reciclar y conservar ese recurso.
Un plan de ese tipo requerirá la cooperación sostenida entre los países beneficiarios y, para cambiar los patrones de uso del agua en la industria y en la agricultura, una política de incentivos y castigos. «Estos cambios en el uso de este líquido vital, se podrán ir alcanzando poco a poco y permitirá que haya una cantidad de agua suficiente como para restaurar la porción baja del río Jordán y estabilizar el nivel del mar Muerto por encima del actual», según reconoce el Banco Mundial.
FoEME ha pedido cautela en el desarrollo de la iniciativa ante la falta de evidencia firme de que el «canal Rojo-Muerto» no dañará el medioambiente. «En vez de avanzar con un megaproyecto que nos atará durante los próximos 50 años, podríamos implementar varios proyectos flexibles a pequeña escala, que respondan a los cambios tecnológicos y que, juntos, lleguen al mismo resultado», explica Bromberg. «Todos los países, incluso Siria, sacan agua del río Jordán. No está solo en nuestras manos», reconoce Shalom.
A lo que Bromberg iroiniza, «este tipo de proyectos resultan muy atractivos para las autoridades: una fabulosa ceremonia inaugural, un proyecto de 10.000 millones de dólares, 10 compañías que se quedan con una parte importante del negocio y un puñado de personas que se vuelven muy ricas».
¿Se verá un nuevo amanecer en el desierto? Quizás no tan rápido como el mar Muerto sucumbe a la marea cada vez más baja a causa de la actividad humana, desapareciendo en el espejismo brillante de su propia recuperación.