El proyecto para «salvar al mar Muerto», declarado factible por el Banco Mundial, está siendo cuestionado por los ecologistas que sostienen que conlleva enormes riesgos ambientales. El objetivo del «canal mar Rojo-mar Muerto» es «desalinizar el agua y/o generar energía hidroeléctrica a un precio accesible para Jordania, Israel y la Autoridad Nacional Palestina» y «construir un símbolo de paz en Oriente Medio».
El mar Muerto, un lago endorreico situado a 426 metros por debajo del nivel del mar, se seca y se muere en el desierto a un ritmo de unos 1,1 metros al año. Su superficie se ha reducido en un tercio en los últimos 50 años: de 960 kilómetros cuadrados ha pasado a los actuales 620. Ubicado entre la meseta bíblica de Moab y el desierto de Judea, el mar hipersalino limita con Jordania, al este, e Israel y el territorio palestino de Cisjordania, al oeste.
Es un spa natural. Sus minerales han sido extraídos para tratar enfermedades cutáneas por sus propiedades curativas desde la época de Cleopatra. En la actualidad, la industria química lleva adelante una operación multimillonaria en la que las empresas Dead Sea Works, de Israel, y Arab Potash Company, de Jordania, explotan el recurso para fabricar potasa para fertilizantes.
El flujo hídrico recibido por el mar Muerto ha disminuido de 1.250 millones de metros cúbicos, al año, a 260 millones en 60 años debido al desvío de agua para actividades agrícolas del río Jordán, su principal tributario en el norte.
Con el agregado del cambio climático, el mar Muerto tiene un futuro más que borroso, atrapado en una zona muerta debido a las actividades humanas. La ruta 90, que solía bordear la parte occidental, ahora pasa a un kilómetro de la costa. Unos 300 kilómetros cuadrados de su lecho marino han quedado al aire libre en los años 60, y el proceso sigue a un ritmo de cinco kilómetros cuadrados al año.
Vastas planicies han quedado al desnudo sin que nadie se preocupara y han provocado la formación de unos 3.000 agujeros que poco a poco se tragan tierras, caminos y edificios, lo que supone un riesgo significativo para la agricultura, la industria y las infraestructuras turísticas.
No sorprende que los tres países vecinos no lograran el año pasado que el mar Muerto formara parte de las Siete Maravillas Naturales. Además, la posibilidad de que figure en la lista de Patrimonio de la Humanidad es un sueño que se aleja. «No queremos que muera el mar Muerto, queremos revivirlo», nos dice el ministro de Desarrollo Regional de Israel, Silvan Shalom.
«Nuestro principal objetivo es llevar más agua a esa región árida. La mejor opción es un canal que bombee 2.000 millones de metros cúbicos al año del mar Rojo», explica. «Lo que podría salvar al mar Muerto de la muerte sería el proyecto de desarrollo de 180 kilómetros llamado 'Red Sea-Dead Sea Water Conveyance'» (Transferencia del mar Rojo al mar Muerto).
La iniciativa implica bombear agua del mar Rojo, más al sur, hacia el mar Muerto. Un sistema de cañerías con seis tuberías y un túnel permitirían el flujo de agua gracias a la gravedad, aprovechando las diferencias de elevaciones (a nivel del mar y por debajo de él), hacia una planta de desalinización de alto nivel y dos centrales hidroeléctricas.
Tras una década de estudios, el Banco Mundial ha concluído que el canal Rojo-Muerto, como se conoce a este ambicioso proyecto, es viable desde el punto de vista técnico, ambiental y socioeconómico.
El coste total de la iniciativa sería de 9.970 millones de dólares, según estimaciones de ese organismo. «La mitad sería amortizada con la venta de agua desalinizada y la energía hidroeléctrica; la otra se financiaría mediante la ayuda internacional al desarrollo, una «situación beneficiosa para todos», observa Shalom.
Pero «el proyecto no retiene el agua», rebate Gidon Bromberg, director de Eco Peace/Amigos de la Tierra Oriente Medio, una organización que reúne a ecologístas israelíes, jordanos y palestinos por la paz. «La mezcla del agua del mar Rojo con la salmuera única del mar Muerto probablemente genere un aljez (depósito sedimentario), que lleve a que surjan algas rojas y enturbie la pureza del agua. Las dos masas de agua no se mezclarán, igual que el agua y el aceite», explica. «El agua del mar Rojo flotará por encima del otro».
De hecho, expertos del Banco Mundial han señalado que la gran afluencia de agua del mar Rojo podría blanquear de forma duradera el azul Francia del mar Muerto, pero «que ese problema podría mitigarse agregando cristales de aljez en el sitio de descarga, lo que permitiría una sedimentación más rápida del aljez precipitado».
Otra preocupación es la contaminación de las reservas subterráneas por la posible filtración de agua salada mientras se construye el sistema de cañerías de transferencia a lo largo del valle de la Aravá, considerado una «zona de gran actividad sísmica». «Las cañerías podrían explotar en medio de un terremoto, y millones de metros cúbicos de agua contaminarían las reservas subterráneas», dice Bromberg.
El Banco Mundial ha propuesto alternativas especiales, como cajas de concreto envolviendo las cañerías y válvulas de aislamiento, entre otras. Un sistema de control cerrará estas últimas en caso de un sismo.
En cuanto al temor de que la estación de bombeo pueda tener un impacto en los corales del mar Rojo, un estudio modelo encargado por el Banco Mundial recomienda que la toma de agua esté ubicada a una profundidad no menor a 140 metros. «Cuanto más profunda la toma, menos probable es que tenga un impacto» negativo, señala el estudio. «Se han hecho muchas reuniones, y los argumentos redundantes han sido rechazados por el Banco Mundial. Las organizaciones ambientalistas no quieren el proyecto de ninguna manera», sentencia Shalom.
Antes de elaborar un informe final, el Banco Mundial realiza la última serie de consultas en Israel, los territorios palestinos y Jordania. Si el proyecto cuenta con el respaldo del organismo, las negociaciones intergubernamentales decidirán cómo proceder. «Se necesitarán fondos de nuestros respectivos gobiernos, del propio Banco Mundial y del sector privado», subraya Shalom.
«Después se hará la licitación, se otorgarán contratos para el diseño, la adquisición y la construcción del canal. Esto se discutirá entre las partes», añade.
El Banco Mundial prevé que el canal se construya en seis años, comience a estar operativo en 2020 y alcance su estado óptimo en 2060.