Un informe publicado en el sitio web Netmums concluye que, con regularidad, una de cada cinco madres británicas no tiene qué darles de comer a sus hijos. Actualmente, miles dependen de organizaciones benéficas y bancos de alimentos de emergencia para alimentarse a sí mismas y a sus familias.
En los últimos 12 meses, The Trussell Trust, el mayor operador de bancos de alimentos en Gran Bretaña, dijo haber suministrado alimentos a 350.000 personas, lo que representa 100.000 más de lo previsto y supone un aumento del 170 por ciento en relación con el año anterior.
Las personas recurren a bancos de alimentos por muchos motivos. Algunas están subempleadas, otras son víctimas de violencia doméstica. Otras sucumbieron ante usureros que se aprovechan de los pobres ofreciéndoles préstamos con intereses exorbitantes. Pero la mayoría están sin empleo, y les han quitado o recortado los beneficios sociales a consecuencia de la arremetida del gobierno contra lo que considera una población de vagos y «parásitos».
Todos estos factores han alimentado lo que The Trussell Trust llama una «epidemia» de hambre, que se vuelve cada vez más visible en localidades de todo el país.
Clay Cross, por ejemplo, es un pequeño pueblo de 5.000 habitantes en las colinas de la zona rural del norte de Derbyshire, que otrora fue un centro de la industria británica del carbón.
Como muchos pueblos y aldeas del área con un pasado extractivo, Clay Cross pasó épocas duras desde el cierre de su mina en los años 80, pero en los últimos tiempos las cosas empezaron a ponerse mucho peor.
Una noche, visitamos el banco de alimentos local de The Trussell Trust www.trusselltrust.org/, en la iglesia de Saint Bartholomew. En su interior, voluntarios exponían parte de las dos toneladas de alimentos donados por comerciantes durante una recolecta dos días antes en varios supermercados Tesco el fin de semana anterior.
El banco de alimentos se inauguró en agosto de 2012, pero desde entonces ha atendido a 1.147 personas, y está abriendo otros en las cercanías.
Uno de sus clientes era David, que ahora trabaja como voluntario para el Trust. Extaxista, durante 12 años se dedicó a cuidar de forma permanente y remunerada a su esposa discapacitada. Pero el año pasado, cuando ella falleció, perdió su salario de cuidador y permaneció siete semanas sin ingresos, mientras esperaba los beneficios por desempleo. En ese tiempo vivió gracias a tres sacos de provisiones que le dio el banco de alimentos, recuerda.
Los retrasos en los pagos de beneficios son algunos de los motivos más comunes por los que la gente recurre al banco de alimentos, y muchos de quienes lo hacen se sienten profundamente avergonzados y humillados.
El coordinador del proyecto, James Herbert, y su equipo, están dispuestos a superar estas reservas y a dar la bienvenida a quienes se acercan, pero también les indigna el hecho de que se requieran esos servicios.
«Es reprensible. El gobierno local y nacional debería estar avergonzado de dejar a las personas en una situación en la que tienen que depender de una organización benéfica para alimentar a sus familias», plantea.
La mayoría de los usuarios del servicio llegan al Trust enviados por organizaciones de caridad o por agencias del gobierno, con cupones que les permiten retirar alimentos apenas tres o cuatro veces.
Bernard (nombre ficticio) acaba de llegar, enviado por primera vez desde su centro de empleo local. Mentor voluntario de 38 años, trabajaba con jóvenes infractores, y gozó de beneficios por desempleo hasta hace dos semanas, cuando se los han recortado porque no se presentó a uno de los trabajos ofrecidos por su centro local de empleo.
Según él, nunca recibió el ofrecimiento, y apeló la decisión. Si tiene éxito, puede recibir un fondo semanal de 29 libras (45 dólares) por penurias económicas o la plena restauración de sus beneficios de 71 libras (110 dólares). De lo contrario, no recibirá nada durante otras seis semanas, aunque vive en un apartamento sin gas, ni electricidad, ni alimentos.
«Si soy un parásito, soy un parásito, pero a fin de cuentas, ¿qué más voy a a hacer? ¿Voy a salir a robar para sobrevivir? Si en el siglo XXI, en una de las naciones más avanzadas del mundo, la gente tiene que acudir a bancos de alimentos, hay algo que no está del todo bien, ¿no?», plantea.
Colin Hampton, coordinador del Centro para Trabajadores Desempleados de Derbyshire, coincide. «La situación es peor ahora que en los años 80. Las personas vienen a nosotros pidiendo alimentos en situaciones desesperadas, y nosotros las enviamos a los bancos de alimentos. Pero aunque apreciamos que la gente intente ayudar, nuestra mayor preocupación es que, a menos de que expresemos nuestra indignación, esto se convertirá en la norma, y las personas necesitan preguntar por qué está ocurriendo esto», dice.
El primer ministro británico David Cameron elogia el trabajo de The Trussell Trust, pero los bancos de alimentos son consecuencia directa de políticas gubernamentales diseñadas para quitar beneficios sociales sin importar las consecuencias. El parlamentario laborista Peter Hain acusó al gobierno de «aterrorizar» a los desempleados de su distrito obligándoles a elegir entre morir de hambre y realizar trabajos malpagados.
El sistema de la Ley de Pobres, del siglo XIX, tuvo en otro tiempo una actitud similar punitiva y disuasoria hacia los trabajadores industriales pobres. Actualmente, el hambre es una consecuencia de la pobreza manufacturada en la séptima economía más grande del mundo, y los más vulnerables vuelven a ser victimizados y castigados.
En estas circunstancias, los bancos de alimentos pueden ser el sustituto conveniente a la asistencia reglamentaria, permitiendo a los herederos políticos de la difunta Margaret Thatcher (1925-2013) a despojar aún más a la red de seguridad social partiendo de la idea de que la población puede estar hambrienta, pero por lo menos no se está muriendo de hambre.