En enero de 2010 comenzaba la presidencia española de la UE con un Tratado de Lisboa que acababa de entrar en vigor y daba por superada una crisis institucional que se prolongaba demasiado y había supuesto una parálisis de Europa con pocos precedentes. El momento parecía perfecto para abrir nuevos caminos e ilusionar a 500 millones de ciudadanos con un renovado proyecto europeo. Nada hacía suponer entonces que la maltrecha economía griega iba a desembocar en unas semanas en amenaza de bancarrota y que eso iba a ser el detonante de una crisis general, en la que la UE se ha visto a merced de los especuladores.
La economía
¿Nada hacía suponerlo o sí? Con 22 de los 27 socios de la UE superando los límites de déficit público que establece el Pacto de Estabilidad y algunos menos los de deuda pública, ¿alguien se planteó hace seis meses que eran imprescindibles severas medidas de ajuste? Como en casi todo, la UE reaccionó seguramente tarde. La presidencia española tenía como objetivo la recuperación económica y la creación de empleo pero no ha habido opción.
Los optimistas dirán que el mejor mensaje que podía enviar Europa lo ha enviado con el fondo de 750.000 millones de euros para países en crisis, lo que da solvencia a los 27 y fortaleza al euro. También se puede argumentar que se han dado pasos hacia un gobierno económico único europeo y la supervisión financiera, que nunca llega, como mejor forma de salir de la crisis. Sin embargo, el poso que queda de aquellos logros son las peleas internas entre los miembros, la insolidaridad alemana o el desconcierto general ante una situación de peligro inminente. Aún está por ver si las medidas adoptadas son eficaces para devolver coherencia a los inversores y los Estados. En cualquier caso, adjudicarse el mérito, si lo hay, sería excesivo por parte del gobierno español, cuya precariedad ante los mercados, le ha dejado sin armas.
Al final aquello en lo que se supone que el futuro de Europa se basaría, la estrategia 2020, se ha aprobado en el Consejo de junio sin ocupar ningún titular. La Europa sostenible, digital y verde queda en manos de la voluntad de 27 gobiernos durante los próximos diez años con el recuerdo de una incumplida estrategia de Lisboa para la década pasada.
La política exterior
Semestre decepcionante para Europa, que ha visto perder una tras otra las oportunidades de ejercer el papel de líder de la política internacional del que presumía cuando Catherine Ashton llegó al cargo de Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad. Los malos augurios que había cuando se la nombró se han cumplido. Ni en Haití, ni en Oriente Próximo, ni en Irán la UE ha tenido esa visión y actuación de actor global que se prometía. En los grandes acontecimientos internacionales, la baronesa Ashton ni está ni se la espera. El eje París-Berlín, cuando es eje, funciona como un binomio aislado y cuando no lo es, cada Estado hace y deshace como mejor le parece, siempre desde los intereses nacionales y al margen de su condición de europeos. En el activo, el Servicio Europeo de Acción Exterior que, entre broncas, parece salir adelante, aunque faltan los puñetazos entre los Estados por colocar a sus nombres en los puestos ejecutivos.
La presidencia española ha pecado de ambiciosa en este capítulo más que en ningún otro. Se planteó como la proyección internacional de Zapatero y ha quedado en un par de fotos y algunos fracasos estrepitosos. Las cumbres con América Latina y Marruecos salvan la cara, pero la cruz de Estados Unidos y la Unión por el Mediterráneo (UpM) dan un borrón insalvable a este semestre español. ¿Ingenuidad, fallo de estrategia, de comunicación? Es inexplicable que se venda la cumbre con Obama sin estar oficialmente confirmada la presencia del presidente de Estados Unidos en Europa o el impulso a la UpM cuando israelíes y palestinos se negaban a sentarse en la misma mesa desde el comienzo de la presidencia. A esto hay que añadir el caso de Cuba, en el que el ministro Moratinos se lanzó a una batalla casi en solitario por renovar la posición común de la UE hacia el régimen castrista para cambiarla por un nuevo convenio bilateral. Una vez más el optimismo diplomático devino en abandono de la causa.
La ciudadanía
Quien mucho abarca poco aprieta y la presidencia española abarcó demasiado en sus propósitos para estos seis meses. La dimensión social de Europa, prioridad española, ha quedado sometida a las rebajas de sueldos, congelación de pensiones o subidas de impuestos que han marcado los planes de austeridad conocidos. La iniciativa legislativa popular alarga su plazo de puesta en marcha. El espacio común de libertad, seguridad y justicia se sigue moviendo en la retórica europea y la lucha contra la violencia de género ha topado contra los elementos. El Observatorio europeo, cacareado desde el gobierno español, se aprobó como un ente de segunda categoría, por desinterés de los socios comunitarios; y la euroorden de protección de víctimas provocó escenas, insólitas en la UE, de enfrentamiento con la comisaria Viviane Reding, que todavía traerán cola en su puesta en funcionamiento, si se consigue.
La copresidencia
Será el capítulo por el que la presidencia española pasará a la pequeña historia de la UE. La llegada del presidente estable del Consejo europeo, Herman Van Rompuy, abría un abismo desconocido sobre cómo coordinar su trabajo con el presidente de turno. Y qué mejor quijote que un español. Sin problemas. Van Rompuy ha podido ejercer sus labores, mejor de lo que cabía esperar, y ha ido dando forma al cargo sin interferencias españolas, hasta el punto de que Zapatero ha quedado relegado en exceso en algunos de los foros donde más focos había. Esto debía ser el objetivo prioritario de impulsar el desarrollo del Tratado de Lisboa.
En suma, una presidencia de claroscuros. Si hace seis meses se hubieran planteado unos propósitos humildes como corresponde a un país mediano de la UE y a una situación económica y social imprevisible, ahora estaríamos hablando de un éxito del gobierno español. Pero alguien debió pensar que la oportunidad era única para la imagen internacional de Zapatero (¡ay la conjunción planetaria Zapatero-Obama, ¡) y hoy sólo podemos hablar de pasar página cuanto antes.