Estas palabras, que mantiene plena actualidad, fueron presentadas en mayo de 2012 por un grupo de partidarios del federalismo,entre ellos Romano Prodi, Giuliano Amato, Jacques Attali, Daniel Cohn-Bendit y la autora de esta columna.
Para quienes tienen una visión federalista, no es de extrañar que la crisis de Grecia se haya arrastrado tantos años, pues saben que una Unión Europea (UE) realmente integrada y con un verdadero Banco Central, habría podido resolverla en un plazo relativamente breve, y a muy menor coste.
Otro ejemplo de la incapacidad de resolver los problemas europeos: hace unas semanas el gran problema, para esta región de 500 millones de habitantes, era la distribución de 60.000 refugiados entre sus 28 países miembros y los líderes europeos se pasaron una noche insultándose sin lograr encontrar una solución.
Si no ponemos en marcha el programa del federalismo, que consiste en la conversión progresiva de la actual UE en los Estados Unidos de Europa, no estaremos en condiciones de resolver realmente crisis como la de Grecia y la inmigración.
Se puede afirmar que el federalismo europeo -el completamiento de la unidad y la integración de Europa- es ahora más necesario que nunca ya que es el vehículo apropiado para superar las crisis regionales y emprender una nueva fase de crecimiento.
Sin ella, la UE quedará rezagada y subordinada, no solo en relación a Estados Unidos sino también a las mayores potencias emergentes. Y sus graves y crecientes problemas sociales -pobreza, desigualdad y elevado desempleo, sobre todo entre los jóvenes- no podrán ser resueltos.
En el marco de un diseño federalista actualmente tenemos solo el euro, mientras faltan todas las demás instituciones o políticas sectoriales, como defensa, política exterior, entre otras.
Aun excluyendo las mayores partidas típicas del gasto público, como las de asistencia y previsión social, quedan sin embargo otras funciones de gobierno que, según la teoría del federalismo fiscal, el principio de subsidiariedad y el buen sentido, deberían ser asignados a un nivel más alto, el del gobierno central europeo.
En particular las siguientes: seguridad y defensa, diplomacia y política exterior (incluidas las ayudas al desarrollo y humanitarias), control de fronteras, grandes proyectos de investigación y desarrollo, y redistribución social y regional.
La defensa y la política exterior son quizás los últimos sectores considerados como prerrogativa de la soberanía estatal y constituyen aún un tabú. Sin embargo, la creciente pérdida de influencia en los asuntos internacionales que caracteriza hasta a los países europeos más importantes es cada vez más evidente.
Tomemos, por ejemplo, el sector de la defensa. Como ha hecho notar Nick Witney, exjefe de la Agencia Europea para la Defensa, «la mayor parte de los ejércitos europeos está aún organizada para una guerra total en la frontera de Alemania, más que para el mantenimiento de la paz en Chad o para el apoyo a la seguridad y al desarrollo en Afganistán...».
«Esta falta de modernización significa que buena parte de los 200.000 millones de euros que Europa gasta cada año en defensa simplemente se malgasta», y que «cada uno de los estados miembros de la UE, incluidos Francia y Gran Bretaña, ha perdido, y no la volverán a recuperar, la capacidad de financiar por sí solos todas las nuevas capacidades necesarias», añade.
Nótese que precisamente porque la misión de las fuerzas militares europeas ha cambiado tan profundamente, es hoy en día mucho más fácil, en principio, crear nuevas fuerzas armadas desde cero (armamento, doctrinas y todo lo demás), en lugar de perseverar en la fútil tentativa de convertir las fuerzas existentes para nuevas misiones y de buscar al mismo tiempo mejorar la cooperación entre ellas. ¿Por qué es posible crear desde cero una nueva moneda y un nuevo Banco Central, y no un nuevo ejército?
Colectivamente, los 28 países de la UE gastan el 1,55 por ciento del producto interior bruto europeo (PIB). Un hipotético gasto de la UE para la defensa del uno por ciento del PIB puede, por lo tanto, parecer modesto.
Representa, no obstante, casi 130.000 millones de euros, que harían automáticamente de las fuerzas armadas de la UE una eficaz organización militar, solo superadas por la de Estados Unidos y con recursos de tres a cinco veces mayores de los disponibles por potencias como Rusia, China o Japón.
Asimismo, se conseguirían ahorros estimados entre 60.000 y 70.000 millones de euros, o sea más de medio punto porcentual del PIB europeo, con respecto a la situación actual.
La transferencia de determinadas funciones de gobierno del nivel nacional al europeo no debería comportar un aumento neto del gasto público en el total de la UE y podría en cambio llevar a una disminución neta a causa de las economías de escala. Tomando el ejemplo de la defensa, a paridad de gastos una única organización es por cierto más eficiente que 28 fragmentadas.
Además, como lo ha demostrado la experiencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) durante la Guerra Fría, los esfuerzos destinados a coordinar los aparatos de defensa independientes han producido siempre resultados decepcionantes y mucho parasitismo a costa de los proveedores más ricos de este bien público.