«Esta es la mayor población de refugiados de un único conflicto en una generación», declaró Antonio Guterres, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el jueves 9. «Es una población que merece el apoyo del mundo pero en cambio vive en condiciones terribles y se hunde cada vez más en la pobreza extrema».
La guerra civil siria, que comenzó en marzo de 2011, no muestra indicios de aplacarse. Lo que comenzó como manifestaciones multitudinarias contra el presidente Basher al Assad, en el cargo desde el año 2000, involucra ahora a numerosos grupos armados, incluidos combatientes de la organización extremista Estado Islámico.
La guerra provocó la muerte a más de 250.000 personas y lesiones a 840.000, de las cuales muchas quedaron mutiladas de por vida, según el independiente Observatorio Sirio para los Derechos Humanos.
Las agencias de la ONU se esfuerzan por conseguir los fondos necesarios para dar tratamiento médico, albergar y alimentar a los millones de personas que huyeron de la violencia, pero el éxodo no cesa.
Acnur informaba el jueves 9 que en Turquía hay 1,8 millones de sirios, más que cualquier otro país de la región. Más de 250.000 de esos refugiados viven en 23 campamentos mantenidos por el gobierno turco. En el resto de la región, 1,7 millones de refugiados se encuentran en Líbano, 629.000 en Jordania, 249.000 en Iraq y 132.000 en Egipto.
Los centros sanitarios y la infraestructura de estos países están a punto del colapso debido a la cantidad de personas con hambre, enfermos y heridos que atienden. La organización Médicos Sin Fronteras (MSF) advirtía de que los hospitales jordanos están saturados por la cantidad de pacientes, que incluye a numerosas personas heridas por las bombas de barril.
En las últimas dos semanas 65 heridos de guerra fueron atendidos por esta causa en el hospital Al Ramtha, a unos cinco kilómetros de la frontera con Siria, donde MSF colabora con el Ministerio de Salud de Jordania para dar atención de emergencia a los refugiados.
La organización humanitaria reclama el cese del uso de las bombas de barril, armas sumamente explosivas, de fabricación barata, producidas en el país a partir de tambores de aceite, cilindros de gas o tanques de agua que se llenan de explosivos y chatarra para aumentar la fragmentación y luego son arrojados desde helicópteros a gran altura.
Debido al amplio radio de impacto de estas bombas, las víctimas sufren heridas que son imposibles de tratar dentro de las fronteras de Siria, donde muchos centros sanitarios quedaron destruidos en los últimos cinco años.
«Más del 70 por ciento de los heridos que recibimos sufren lesiones por explosión, y sus múltiples heridas nos cuentan sus historias», dice Renate Sinke, coordinadora de cirugía de emergencia de MSF en Al Ramtha, en un comunicado difundido el jueves.
«Una proporción importante de los pacientes que recibimos sufren heridas en la cabeza y otras numerosas lesiones que no pueden tratarse en el sur de Siria, ya que las tomografías computerizadas y otras opciones de tratamiento son limitadas», explica Muhammad Shoaib, coordinador médico de MSF en Jordania.
Uno de los pacientes en el hospital Al Ramtha, Murad, el padre de un niño de 27 días herido en la cabeza por una bomba de barril, relata la situación de su familia, que refleja la experiencia de millones de civiles atrapados en el fuego cruzado.
«Una bomba de barril impactó en nuestra casa en Tafas... Vi a mi hijo pequeño. Estaba callado y parecía tener la cabeza herida. Lo llevé al hospital de campaña... trataron de ayudarlo, pero no pudieron, ya que el equipo adecuado no está disponible en Siria. Tenía que recibir tratamiento en Jordania», contó Murad al personal de MSF. «Tardamos una hora y media desde el momento de la lesión hasta que llegamos a la frontera, y un poco más antes de llegar a Al Ramtha. Ahora, lo único que quiero es que mi bebé se mejore y volver a Siria».
Estas familias constituyen el grueso de los refugiados sirios, la mayor cantidad registrada desde 1992, cuando 4,6 millones de afganos huyeron de su país, según Acnur. De hecho, el número de refugiados sirios podría ser superior, ya que no incluye a las 270.000 solicitudes de asilo presentadas por sirios en Europa. Más de 7,2 millones de personas se encuentran desplazadas en el interior de la propia Siria.
Lo peor, según los funcionarios, es la relación aparentemente inversa entre las necesidades de emergencia y los fondos humanitarios, ya que aquellas no paran de crecer, mientras que los segundos se reducen. Acnur y otros organismos habían solicitado 5.500 millones de dólares para las operaciones de socorro en 2015, pero hasta el momento solo han recibido la cuarta parte.
El Programa Mundial de Alimentos debe atender a seis millones de sirios en Siria y en la región circundante, pero tiene un déficit enorme y ha advertido este mes de que, salvo que reciba fondos de forma inmediata, medio millón de personas podrían morir de hambre. También existe la posibilidad muy real de que más de 1,7 millones de personas tengan que pasar los próximos meses de invierno sin combustible ni refugio.
Una investigación conjunta del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y la organización humanitaria Save the Children halló que, a medida que la ayuda disminuye, el 75 por ciento de las familias de refugiados encuestadas envían a sus hijos e hijas a ganarse la vida.
Dada las elevadas tasas de pobreza, estos resultados no son inesperados. Se calcula que el 86 por ciento de los refugiados fuera de los campamentos en Jordania, por ejemplo, viven por debajo del umbral de la pobreza, mientras que el 55 por ciento de los refugiados en Líbano viven en refugios «de baja calidad», según Acnur.
Mientras que los líderes mundiales dudan entre aplicar soluciones políticas o militares a la crisis, los sirios se enfrentan a una opción: ¿la muerte por bombas de barril en casa o por inanición en el extranjero?