«Hoy tengo la oportunidad de hacer realidad mis sueños, de ganarme la vida con la música, de realizar el proyecto de mi padre: abrir un nuevo Alfa, - el centro cultural de mi familia (en Siria), destruido durante la guerra - para compartir la cultura siria y ayudar a mi gente en Europa», nos dice Arsheed.
En el siglo pasado Italia pasó de la emigración masiva a la migración interna y la inmigración masiva. Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2015 vivían casi cuatro millones de inmigrantes no europeos en este país de 61 millones de habitantes.
Con frecuencia, las endebles embarcaciones con su cargamento humano se hunden en el Mediterráneo, dejando a muchos de los migrantes a la deriva en el mar, donde algunos perecen.
Aproximadamente el tres por ciento de los refugiados del mundo llegan a Italia, según el Informe sobre la Protección Internacional en Italia 2015, publicado por la Asociación Nacional de Municipios Italianos, Caritas Italiana, Cittalia, Fundación Migrantes y el Sistema de Protección para Refugiados y Solicitantes de Asilo, en colaboración con el Ministerio del Interior y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Según el informe, a finales de 2014 había en curso 33 guerras, 13 situaciones de crisis y 16 misiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Las crisis humanitarias en Medio Oriente expulsaron a 19,5 millones de refugiados de sus países, mientras que 38,2 millones eran desplazados internos y 1,8 millones habían solicitado asilo en otras tierras. Como consecuencia, el número de migrantes alcanzó 59,5 millones de personas.
Según los últimos datos del Ministerio del Interior italiano, en 2015 llegaron 120.000 inmigrantes a Italia. La gran mayoría son refugiados y migrantes procedentes de Siria, en primer lugar, y luego de Afganistán, Pakistán e Iraq.
Los países de origen de las personas que cruzan desde Libia son Eritrea, Gambia, Malí, Nigeria, Somalia y Sudán. En la peligrosa travesía por el Mediterráneo han perdido la vida 2.900 migrantes.
Arsheed dice que le atrajo el magnetismo de Italia y los italianos, ya que buscaba una vida mejor y un lugar en el que pudiera tener el «derecho de tener derechos». Relata cómo la música y el arte en general le ayudaron a superar muchas de las dificultades que tuvo desde que salió de Siria.
Una pintora y amiga italiana, Marta, lo puso en contacto con Barnaba Fornasetti, el hijo del reconocido diseñador Piero Fornasetti y presidente de la compañía de diseño Fornasetti. Como lo fue su padre, Barnaba es artista y también DJ.
Cuando Barnaba conoció a Arsheed, reconoció su talento y vio el potencial para una colaboración artística. Lo invitó a tocar el violín en la inauguración de su exposición en Milán, junto al músico Gian Pietro Masa, en una extensa sesión coordinada por el compositor Roberto Coppolecchia.
«El arte puede ser una herramienta poderosa para la integración, y la música, en particular, es un lenguaje que le habla directamente al alma interior, sin importar la religión, nacionalidad, afiliación política, sexo o edad», afirma Arsheed.
«Nací en As Suwayda, en la provincia de Daraa, en el sur de Siria, donde se inició la llamada primavera árabe en febrero de 2011», cuenta. Su familia poseía una cafetería artística llamada Alfa, que era el único espacio cultural libre donde los artistas podían reunirse en la ciudad.
El lema de Alfa era «arte para todos», explica el violinista, que luego citó el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: «toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten».
Alfa realizó más de 140 exposiciones de arte, música y eventos literarios, esquivando la censura del gobierno. «Esa fue nuestra forma de protestar, en paz, basada en el arte y sin influencias religiosas ni políticas. Una vez, retomamos las citas de Voltaire en una exposición de arte visual», comentó.
A finales de 2011, Arsheed, como muchos sirios, tuvo que abandonar su país en guerra. Solo pudo llevarse su violín y un par de cosas más. Se trasladó a Beirut, donde vivió enseñando y tocando música.
«En Beirut estaba como un pájaro enjaulado, me sentía como un prisionero», asegura. Pero hace seis meses, tuvo un encuentro que cambió su vida para siempre.
Mientras les enseñaba violín a palestinos en un campamento de refugiados, conoció al actor italiano y embajador de Acnur, Alessandro Gassman, cuando este filmaba en Líbano un documental sobre el arte en tiempos de guerra, llamado Torn – Strappati.
Arsheed participó en el documental, que se presentó en el 72 Festival Internacional de Cine de Venecia, en el cual se lo ve tocando el violín. Para él, este instrumento se transformó en el símbolo de cómo la música puede sanar el dolor de una generación de jóvenes sirios.
Gracias a su talento, y a la visibilidad que Gassman y el Acnur le dieron, el Grupo de Investigación en Comunicación Fabrica le ofreció una beca para estudiar música en Treviso, una ciudad en el noreste italiano.
«En Italia encontré un ambiente estimulante y amable, y también pude hacer realidad uno de mis sueños profesionales: publicar mi primer álbum, Sham, que significa Damasco en el idioma arameo», explica.
Finalmente, pidió asilo en Europa y en la actualidad vive en Italia. «Extraño a mi familia y mi ciudad natal», reconoce. Todavía hace música con sus hermanos y su hermana, que tocan el violín, la viola y el violonchelo, a través de Skype. A los hermanos les gustaría formar un cuarteto de cuerdas en Italia, algún día.
Actualmente Arsheed trabaja en un proyecto, en colaboración con Fabrica, que dice que enorgullecerá a sus padres. Como Alfa fue destruida durante la guerra, le gustaría reconstruir este espacio cultural en Europa, donde sería un punto de referencia para muchos de los refugiados, con el objetivo de preservar y difundir la cultura siria.
«El arte es más fuerte que todo», concluye Arsheed.