«¿Sabes qué es lo único que me interesa de Europa? El visado, para poder viajar sin problemas». Lo dice Faruk, un guía turístico de Capadocia, región de formaciones geológicas surrealistas que atrae a viajeros de todo el mundo. Este treintañero es universitario, políglota, tiene una novia suiza y no cumple con el Ramadán. En todos los sentidos es un «hombre occidental».
Viajando por Turquía, un país extensísimo donde el autobús es el medio de transporte más habitual, es sencillo darse cuenta de que no es el único que piensa así. En los interminables trayectos puedes preguntar a tu compañero de asiento, al conductor o a alguno de los tres azafatos que siempre le acompañan, y todos responderán algo parecido: ya no quieren Unión Europea.
Las últimas encuestas confirman que es una opinión mayoritaria entre los turcos,ya sean pro occidentales -herederos o no de las ideas de Ataturk- o simpatizantes del floreciente islamismo moderado que capitanea el primer ministro Erdogan. Sólo un 17 por ciento de los turcos apoyaba la integración en un estudio publicado este mes de agosto, frente al 78 por ciento de hace una década.
El motivo fundamental para este cambio de actitud es que los turcos sienten que no les quieren en Europa. Una sensación que los últimos años ha encontrado apoyo en los discursos de algunos de los principales líderes de la Unión, especialmente del que fuera presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, quien afirmó con claridad meridiana que «el rol de Turquía está fuera de la UE». Pero no sólo él, también Angela Merkel ha dejado claro que no desea el ingreso del país musulmán. La canciller alemana promovió la idea de «asociación privilegiada», un invento sin base legal cuyo fin sería evitar que el estado turco se convierta en miembro de pleno derecho, aunque cumpla los requisitos de Bruselas.
Sarkozy, Merkel y todos los opuestos a que el país euroasiático ingrese en la UE han esgrimido diferencias económicas y políticas, pero sobre todo sociales, culturales y religiosas. El hecho de que sea un país islámico parece un escollo insalvable. La UE es para los contrarios a la ampliación un club exclusivamente cristiano, aunque no lo expresen abiertamente.
No obstante, esos dirigentes no estarán siempre en el poder –Sarkozy ya no lo está- y en un momento dado sus países podrían defender posiciones más favorables a Turquía, como las que sostienen Reino Unido, Suecia o hasta hace poco la propia España presidida por Zapatero. El nuevo presidente francés, François Hollande, ya ha anunciado que no se opone por principio a la integración turca, aunque demanda más reformas. El inexorable avance hacia una Europa a dos velocidades también beneficia las posiciones turcas ya que permitiría un encaje más fácil del país islámico, que así nunca formaría parte del «corazón» de la UE.
A 800 kilómetros de Capadocia, en Estambul -ciudad europea en lo geográfico y capital económica del país- el emprendedor Bora Kizil da la clave para entender el sentimiento de los turcos: «El rechazo de Europa duele porque los turcos son muy orgullosos. No puedes olvidar que Turquía ha llevado a cabo todas las reformas que la UE le ha pedido en los últimos 25 años. La gente siente que están jugando con ellos».
Este joven de poco más de 30 años ha estudiado en el extranjero y quizá por ello sigue deseando el ingreso de Turquía en la UE. Su mentalidad y forma de vida están mucho más próximas a occidente que a los países de Oriente Próximo. Sin embargo se muestra pesimista porque el importante crecimiento económico de los últimos años y la mejora del nivel de vida están haciendo que los turcos no sientan la necesidad de pedir «ayuda». Es decir, que si la Unión Europea sigue dando tumbos y Turquía prosperando -aunque todavía se encuentre lejísimos en PIB per cápita- teme que los turcos renuncien definitivamente a «ser europeos» y se vean obligados a mirar a Oriente.
De hecho, en la citada encuesta, el 46% de los turcos se decantaba por una unión más estrecha con Rusia y sus vecinos, en lugar de con la UE. El 28% prefería colaborar con los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y un 21% optaba por estrechar lazos con la Organización de Cooperación Islámica.
Los turcos se sienten despechados pero no su Gobierno, que no ceja en el empeño de formar parte de la UE. El gabinete de Erdogan tiene hasta un ministro de Asuntos Europeos que coordina la aplicación de las reformas que exige Bruselas. En los últimos años han aprobado el protocolo de Kioto, han puesto en marcha una televisión en kurdo y han limitado el poder de los militares, pero faltan avances en otras cuestiones como la división chipriota o la gestión de las aduanas. Por eso las negociaciones se encuentran ahora en punto muerto.
Lo curioso es que el Partido de la Justicia y el Desarrollo, con su política favorable a la UE, cosechó en las últimas elecciones una histórica mayoría absoluta con el 50% de los votos. Seguramente se deba también a otros factores de política doméstica, pero da que pensar. Quizá la posición de los turcos sobre la UE no sea muy firme, quizá sólo se sientan dolidos en su orgullo, quizá con una política de los líderes europeos más favorable al ingreso y -por qué no- con un poco de cariño-, la actitud de los ciudadanos de Turquía pueda volver a cambiar.