El ejército libio ha iniciado hoy una gran operación para retirar las armas de fuego que circulan libremente por el país. Varios centenares de personas en Trípoli y Bengasi han entregado voluntariamente pistolas automáticas, fusiles Kalachnikov, lanzacohetes y granadas. La gobierno libio tiene ante sí un grave problema, desmilitarizar a las milicias y luchar contra un enemigo oculto: las minas antipersonas.
La revolución puede haber terminado oficialmente en Libia, pero las muertes violentas continúan. Un enemigo inmóvil y por lo general encubierto sigue dañando o quitando la vida a cientos de personas. «Aunque el fuego haya cesado, las minas antipersonas, los explosivos no detonados y las municiones mal almacenadas siguen suponiendo un grave riesgo para la vida de la población civil, lo que podría tener serias implicaciones en la seguridad internacional», según el Servicio de las Naciones Unidas de Actividades relativas a las Minas (UNMAS).
Elena Rice, del UNMAS, asegura que «doscientos diez libios han muerto o resultado heridos desde que terminó la guerra». Pero el director de programas de esa agencia de la Organización de las Naciones Unidas, Max Dyck, cree que las cifras se quedan cortas.
El país está también repleto de armas pequeñas. «Unos 20 millones de armas todavía circulan libremente en Libia», explica Emilie Rolin, de la organización Handicap International. «Entre tres y cinco víctimas llegan diariamente al hospital en Trípoli». Handicap International es una organización independiente que trabaja en situaciones de pobreza y exclusión, conflictos y desastres. Actualmente lleva adelante proyectos de remoción de minas antipersonas en Libia.
Para Rolin, «la proliferación de toda clase de armas pequeñas en la población civil, que no tiene entrenamiento para usarlas, ha aumentado los accidentes, que se podrían prevenir fácilmente con medidas específicas». Tras la guerra civil que acabó con el régimen de Muammar Gadafi (1969-2011), cientos de miles de desplazados regresaron a sus hogares en áreas que habían sido bombardeas o donde habían sido instaladas minas antipersonas, hallando explosivos remanentes en sus hogares, jardines y lugares de trabajo. Los más jóvenes son los más afectados. «Por ejemplo, en Misrata (140 kilómetros al este de Trípoli), un tercio de los accidentes es protagonizado por menores de 14 años, y casi el 80 por ciento de las víctimas registradas son civiles menores de 23. Los jóvenes, por tanto, llevan la carga de esos accidentes», según informes de Handicap International. Hasta ahora, 24 equipos de remoción de minas y otros 29 que educan sobre riesgos, con un total de 300 funcionarios, han destruido 191.000 explosivos y limpiado 2.650 casas y 75 escuelas. Además, instruyeron a unos 153.000 libios en medidas de seguridad.
Pero no es posible determinar el alcance de los explosivos. «No hay forma de cuantificar esta información, ya que no se mantienen registros precisos. Aun antes del conflicto, Libia estaba contaminada por campos minados heredados de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)», explica Rice a IPS. «Las minas antipersonas fueron usadas durante varios conflictos regionales, pues protegían las fronteras y los puestos militares estratégicos». Libia ya estaba llena de artefactos explosivos sin detonar antes de la revolución y de la campaña de bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) del año pasado, pero la situación se agravó significativamente desde entonces.
En marzo de 2011 surgieron los primeros informes de que las fuerzas de Gadafi estaban instalando nuevas minas antipersonas en el territorio. Los enfrentamientos entre las fuerzas del antiguo régimen y los rebeldes abrieron la puerta a un gran flujo de armas pequeñas que ahora usan milicias rivales para resolver sus diferencias, pero también muchos civiles. Handicap International recuerda que «los civiles no están acostumbrados a utilizar esas armas, y saben muy poco o nada sobre las precauciones básicas de seguridad. Es habitual que las usen en celebraciones, incluso en casamientos. Los anfitriones disparan al aire para expresar su alegría».
La situación se ve agravada por el hecho de que la OTAN no brinda información completa sobre los explosivos que utilizó el año pasado. La alianza dijo que durante su campaña aérea lanzó unos 7.700 misiles y bombas. Aproximadamente 303 no explotaron. La mayoría fueron lanzados desde aviones, seis desde helicópteros y cuatro desde barcos. La OTAN divulgó una lista de explosivos sin estallar en Libia, proveyendo la latitud y longitud para ubicarlos, el peso y una descripción de cómo trasladarlos. Pero los especialistas señalan que esto no es suficiente para proteger a los civiles.
A pesar de los sofisticados sensores empleados por los aviones de la OTAN para registrar el impacto de un misil o una bomba, la alianza se ha negado hasta ahora a brindar la información exacta de dónde se encuentran los que no estallaron. Esa información le permitiría a los gobiernos y a las organizaciones involucradas alertar al público sobre los lugares donde corren riesgos y remover los explosivos.
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