Pero, además, la sentencia popular refleja algo más profundo y grave que una cuestión de supervivencia o de defensa.
Sus resultados repercuten en asuntos tan vitales para la economía nacional como la baja productividad y la ineficiencia laboral, el éxodo de determinados sectores y del país, la baja calidad de la producción y los servicios y hasta la corrupción y el «desvío» de recursos de muchos de los que pueden llevarse algo (tiempo, dinero, materiales) de sus centros de trabajo y mejorar con ello sus condiciones de vida.
Pero, siguiendo con la lógica de las consecuencias del enunciado, habría incluso que ir un poco más allá, porque las posiciones atribuidas, en la sentencia mentada, a los empleados y al Estado también son el reflejo de una forma de vivir de los primeros y de gobernar del segundo, en las cuales parece haberse impuesto un quiebre de la comunicación en uno y otro sentido. Como si jugaran un partido de fútbol con dos pelotas... o con ninguna.
Esa ruptura de comunicación, o de falta de códigos de entendimiento, no significa, por supuesto, falta de control.
Por el contrario: el Estado sigue siendo todopoderoso en tanto forma una sólida trinidad con el gobierno y el partido único y, por ende, tiene en su arbitrio casi todas las decisiones, no solo macro, sino incluso muchas que afectan la vida personal de los individuos, entre ellas su capacidad económica de consumo y su nivel de vida.
El Estado decide en Cuba qué actividades pueden realizarse al margen de su tutela y, con una ley tributaria de elevados porcientos de pago, casi hasta lo que pueden ganar quienes no laboran directamente para él, o sea, los trabajadores por cuenta propia.
Además, los precios de todos los productos (incluidos los que no se venden en la red comercial oficial, que toman como referencia los precios oficiales) tienen cotas fijadas por la dirección económica del país a los niveles que ellos deciden o necesitan, que en muchas ocasiones (a veces hasta justificadas por precios internacionales de ciertos productos) están divorciados de la realidad económica del ciudadano.
En ese juego extraño, que se convirtió en alarmante y casi que permanente desde los años de la crisis profunda de la década 1990, el nivel de vida de la mayoría de los ciudadanos del país ha caído en picada toda vez que, aun cuando los salarios en ocasiones se han duplicado o triplicado, el costo de la vida se ha multiplicado por 10, 20 y hasta más veces.
Baste como medida de todas las cosas recordar que mientras el salario promedio ronda los 500 pesos, el precio que un trabajador debe pagar por una libra de carne de cerdo –en ocasiones la única proteína animal a la que tiene acceso– subió de los 5 pesos del mercado paralelo de los años 1980 a los 30, 35, 40 en que hoy se cotiza, según su calidad. Algo así como la décima parte de un salario por solo medio kilogramo de carne de cerdo...
Todo lo que el Estado o los mercados alternativos ofertan a la población viene grabado con esas elevadas tarifas.
Por eso, para la mayoría de la gente que depende de salarios estatales la simple subida de los precios de los productos de aseo se puede convertir en una tragedia mensual, mientras que las cifras fijadas para la venta «liberada» de automóviles son como ver una película de «La guerra de las galaxias», de contra sin subtítulos, en que seres extraños hablan de cosas incomprensibles.
El Estado cubano ha reconocido que los salarios son insuficientes para pagar el costo de la vida. También ha repetido que mientras la productividad y la eficiencia de la economía doméstica no se eleven, es imposible aumentar las cifras salariales para toda la masa de empleados públicos y obreros.
Pero la realidad de ambos reconocimientos va en carros opuestos en la circunferencia de la estrella del parque de diversiones (que para nada resulta divertido): es imposible que uno alcance al otro, a menos que se cambie mucho la estructura fijada.
Y mientras eso no suceda, mientras no haya la correspondencia y el entendimiento necesarios, continuarán manifestándose la ineficiencia, la baja productividad, la chapucería y la indolencia que se advierte en diversas esferas de la actividad laboral estatal cubana.
Mucha gente seguirá haciendo como que trabaja sin trabajar, robándose lo que pueda o emigrando tras el dinero que le puedan pagar otras tareas... u otros empleadores, dentro o fuera del país. Esa es la única forma que tiene la gente de ponerle el consabido cascabel al gato incapturable del viejo refrán.