«Bonjour, monsieur le Président», contesto al saludo de François Hollande. Con gran sorpresa, lo veo subir al mismo vagón de segunda del tren Thalys en el que yo regreso a París desde Bélgica. Sube, claro está, con guardaespaldas y acompañantes. Soy la única persona ajena a ese séquito que espera de pie, en el descansillo del vagón del tren a punto de arrancar. Y al llegar a la Estación del Norte de París, Hollande me saluda de nuevo porque reconoce a mis colegas Mario Guastoni (Révue parlementaire) y Olivier Dalage (Radio France Internationale), que están conmigo.
Cuando Olivier le dice que volvemos de la Asamblea de la Federación Europea de Periodistas, pide algún detalle, antes de bromear ante quienes lo acompañan: «Voilà, des gens plus importants que nous!».
Aunque el encuentro sea necesariamente breve, no tengo la impresión del personaje débil y triste que relanzan día a día ciertos medios. Tres días después, el boletín oficial confirma la posibilidad de matrimonio entre personas del mismo sexo. Una ley que nace tras meses de agitación callejera, a ratos virulenta, por parte de una coalición heteróclita de grupos diversos -y amplios- de la Francia más conservadora.
Lejos de mayo de 1968, otra «primavera» bien distinta
Es una Francia que habla de «primavera francesa», pero que grita un discurso duro y hostil ante los nuevos derechos ciudadanos. Otros europeos se preocupan –periódicamente- de los ascensos electorales del Frente Nacional, pero ignoran las numerosas plataformas que sustentan ideológica y socialmente ese otro populismo hosco.
Una galaxia de extrema derecha marcha del brazo de dirigentes de la derecha clásica, junto a personajes mediáticos inefables como Frigide Barjot, que se definió en alguna ocasión como «catholique branchée» (modernilla, en la onda). Es una de las portavoces de esa Francia inflamada que –hoy más que ayer- habla de la «dictadura de Hollande» y que amenaza con «la desobediencia civil» el día en el que se publica la ley del matrimonio para todos.
Ahí se cruzan (Le Monde, 11 de abril) grupos tradicionalistas, que se dicen «contrarrevolucionarios»; el FN de Le Pen, que adquiere en este universo confuso perfiles de partido de gobierno; filofascistas del Bloc Identitaire; y los ideólogos del Institut Ichtus (católicos tradicionalistas). A esa nebulosa se une una parte del sarkozysmo que no ha aceptado del todo la derrota electoral de Sarkozy y que somete a Hollande a un proceso propagandístico de demonización e insultos.
En Bruselas también «exigen» a Hollande
Cuando nos vemos en el tren (miércoles 15 de mayo), Hollande ha estado en Bruselas para encontrarse con la Comisión Europea, en una reunión excepcional en la que se han discutido las «reformas» que «exigen» a Francia desde allí. Pocos días antes, Le Monde las resumía en su primera página: sistema de pensiones, disminución de los costes laborales, apertura a la competencia en bienes y servicios. La contrapartida son los dos años ofrecidos a París para ajustar sus déficits.
Según los cálculos de la propia Comisión, Francia gastó en 2012 un porcentaje del 56,6% de su PIB, Alemania un 45%. Según las figuras dominantes en Berlín y en la plaza Schuman de Bruselas, Francia es «un país averiado y superendeudado», con un desempleo del 11%, un crecimiento nulo y una deuda que ha pasado del 85,8 en 2011 al 94% en 2012.
Pocos días antes, sin relación aparente con lo anterior, diarios como The Guardian, Le Monde, Washington Post, el japonés Ashi Shimbun, el argentino La Nación o el diario alemán Süddeutsche Zeitung empezaban a publicar el resultado de un largo trabajo de investigación (86 periodistas de 46 países) sobre el centenar de paraísos fiscales planetarios (offshoreleaks). Entre la lista de los 130 ciudadanos franceses participes de esa gran evasión fiscal global, aparecía Jean-Jacques Augier, tesorero de campaña electoral del presidente «del fracaso», como afirman unos carteles de la UMP que veo al paso en una calle cerca de Montparnasse.
De modo que se proyectan sombras muy diversas sobre Francia y Hollande, mientras el Comisario europeo Olli Rehn, cancerbero imperturbable del equipo Merkel-Schaüble, demanda precisar el calendario de las reformas francesas. Mientras, resulta llamativo que Rehn hable menos (o nada) de la necesaria reforma de los usos turbios del Londres financiero, con vínculos evidentes con la mitad de los paraísos fiscales del planeta. En Bruselas, eso sí, tratan de establecer una hoja de ruta para que Francia rebaje los costes salariales (es decir, los salarios) y se abra a una mayor «flexibilización» en los despidos.
Las autoridades europeas fingen que eso no tiene que ver con el aumento del desempleo y con la rápida expansión de la miseria en Europa. Además, en Bruselas, esperan «liberalizaciones» en los mercados de la energía eléctrica y en el transporte ferroviario; exigen la desregulación del ejercicio de diversas profesiones como la veterinaria o la abogacía. Utilizan un lenguaje que parece razonable, pero hace tiempo que dejaron de ser pacientes y razonables ante quien pueda fruncir el ceño ante su pensamiento único y hegemónico.
Mercadotecnia política y deslegitimación
En el poder desde hace un año. Hollande debe hacerse eco de esas exigencias, atender a Merkel, y al mismo tiempo enfrentarse en Francia a una creciente demagogia callejera. Algunos ejemplos tomados y anotados ante un quiosco de prensa: revista VSD, «Hollande, l'homme qui ne savait jamais rien»; L'Express, «Monsieur faible»; Le Point, «Pépère, est-il à la hauteur ?». Es decir, el hombre que no se entera de nada, débil, que no tiene la altura necesaria y que está tranquilo (como un imbécil), mientras la situación se deteriora día a día. Si un día Zapatero fue Bamby, Hollande se convierte en «Flamby» (un flan para niños) o bien «Hollandouille» (juego de palabras relacionado con «andouille», morcilla, embutido, pero en argot, una persona idiota y sin carácter).
Una periodista amiga, que vive en París, me dice: «Los mismos gabinetes de imagen y comunicación trabajan en Estados Unidos y a un lado y otro de los Pirineos, para el PP español, el Tea Party o la UMP francesa». En este sentido, el profesor Alain Garrigou (Universidad Paris X-Nanterre) señala que la actual «desilusión democrática tiene mucho que ver con la nueva economía simbólica instituida por el marketing político». Para él, el ciudadano es objeto de cálculos cínicos de agencias que cuestan caras y que causan graves perjuicios morales a nuestras democracias.
Jean-Baptiste Legavre (director de una escuela de periodismo en otra universidad parisina) señala la mutua dependencia de determinados periodistas y de estos expertos «comunicadores», responsables tanto de elevar la imagen de sus clientes como de dañar la de sus adversarios.
Sombras de la corrupción
Hollande, además, se ha visto salpicado por el escándalo de su exministro Jérôme Cahuzac, que preconizaba el rigor fiscal de los demás mientras mantenía suculentas cuentas en Suiza y Singapur. El mentiroso Jérôme Cahuzac «movió entre 15 y 17 millones de euros» en Suiza, según la televisión pública suiza. Circula la pregunta: ¿sabía algo Hollande? No podemos estar seguros, pero un próximo de Jean-Marie y Marine Le Pen aparece como contacto de Cahuzac para abrir cuentas bancarias, lo que no impide a Marine presentarse como cruzada contra la corrupción.
Así que Hollande ha visto cómo se inflamaba la calle, en medio del debate de la ley del matrimonio gay, al mismo tiempo que estallaba el asunto Cahuzac y se conocía la extensión de los paraísos fiscales (ver Le Monde, 6, 7, 8, 9 y 10 de abril). Y entretanto, el Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon escenifica, también en la calle, la impaciencia de numerosos votantes del presidente, porque no se opone con firmeza a las políticas de ajuste. «No lo hemos elegido», dice Mélanchon, «para que cuestione la edad de jubilación o el nivel de las pensiones, ni para que privatice empresas públicas» (Le Monde, 19-20 de mayo). Caminar por el filo de ese malestar y también evitar una quiebra mayor del eje Berlín-París, es para Hollande la cuadratura del círculo.
La reacción mediática
En una concurridísima rueda de prensa (dos horas y media ante 400 periodistas), el día 16 de mayo, el presidente francés reapareció vigoroso. Propuso un gobierno y un presidente verdaderos para la zona euro; un plan cierto de empleo juvenil; una nueva política industrial y energética. Pero Francia y su presidente están en minoría en la UE. Lo sabe él y lo saben quienes se manifiestan contra él por la izquierda. También esa Francia más conservadora e irascible, que quiere seguir mostrando su ira a cielo abierto. Anuncian otra gran manifestación para el 26 de mayo. La retórica de la deslegitimación sigue adelante repitiendo la idea de «l'échec» (el fracaso). «Preparamos un contra-mayo del 68», advierte Frigide Farjot.
El capitán Hollande no es seguramente el personaje débil que describen; pero necesita apoyarse más en quienes le votaron. También en otras opiniones europeas, furiosas contra la intransigencia ultraliberal y merkeliana. Porque en su actual navegación incierta, François Hollande afronta a la vez diversas tormentas de vientos contrarios y muy hostiles.