«Es una alternativa de gran producción agrícola, pues crece en todos lados y los usos actuales y potenciales representan una oportunidad innegable y muy atractiva para el desarrollo económico», dice el cineasta y fotógrafo Julio Zenil, uno de los promotores más activos en México a favor de la regulación de la marihuana, conocida popularmente como «mota».
Zenil, que a fines de la década pasada importó ropa hecha con tela elaborada a partir del cáñamo, escribió junto a Jorge Hernández y Leopoldo Rivera el libro «La mota. Compendio actualizado de la mariguana en México», que según sus autores trata de «desmitificar una planta cuyo problema principal es la histeria y manipulación mediática que se padece ante su presencia en nuestra sociedad».
Este tipo de planta, presente en casi todo el mundo, crece en alrededor de un año y puede alcanzar una altura de siete metros, sin necesidad de agroquímicos y con capacidad de capturar grandes volúmenes de carbono. La corteza del tallo desarrolla muchas fibras, pero solo una pequeñísima cantidad de resina.
También se aclara que el tallo no es psicoactivo y la fibra es más larga, más fuerte, más absorbente y más aislante que la del algodón. Sus usos abarcan el alimento, el forraje, los cosméticos, los aceites, los textiles, el papel, la fabricación de cuerdas y los biocombustibles.
En cuanto a su semilla, se indica que es muy nutritiva, contiene una gran cantidad de ácidos grasos, rica en vitaminas y una buena fuente de fibra dietética.
El esquema antidrogas mexicano está lleno de contradicciones. La Ley General de Salud permite en México la tenencia de cinco gramos de esa hierba para consumo personal, pero está prohibida su producción, distribución y venta.
La legislación de México impide también toda actividad ligada a la producción y transformación del cáñamo industrial, pese a que que mantiene acuerdos con otros países, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, vigente desde 1994 con Canadá y Estados Unidos, y el firmado con la Unión Europea, que permiten el intercambio de varios de sus derivados.
La Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes, la Convención de las Naciones Unidas Contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas, de 1988, y el Convenio sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971 no restringen la producción de cáñamo industrial, pero sí censuran la siembra, producción y comercio del cannabis como droga.
Algunos países también la vetan al confundirla con la marihuana, que se procesa de la planta femenina del cannabis.
El cultivo «tiene una veta económica a la que hay que prestarle atención. Tenemos que ver cómo lo regulamos», señala el economista Pedro Aspe, que fue secretario de Hacienda del gobierno del conservador Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
El uso del cáñamo se remonta a hace 8.000 años en la antigua China, donde se utilizaba para producir papel, aunque también hay señales de su existencia en otras partes del mundo. Los conquistadores españoles introdujeron la planta en el siglo XVI y 200 años después impulsaron su siembra como fuente de materia prima.
El gobierno mexicano aplicó en 1920 la primera censura al cultivo y comercio de la marihuana, antes incluso que la Ley del Impuesto a la Marihuana de Estados Unidos, que marcó el inicio del prohibicionismo de esa variedad de cáñamo.
La siembra ilegal de marihuana se concentra en estados del oeste y el sur de México, producción destinada al lucrativo mercado estadounidense.
El cáñamo es uno de los más versátiles y fuertes productos agrícolas y se utiliza en más de 2.500 productos y subproductos.
La firma The Latin America Hemp Trading y la campaña para el Año Internacional de las Fibras Naturales en 2009 midieron el mercado mundial del cáñamo para fibra en más de 90.000 toneladas anuales, de las cuales China es responsable de producir el 50 por ciento, la Unión Europea del 25 por ciento y el resto se lo reparten Canadá, Chile, Corea del Sur y Australia, entre otros.
El rendimiento óptimo de la fibra de cáñamo rebasa las dos toneladas por hectárea, mientras que la media es de 650 kilos. Entretanto, el rendimiento medio de semilla se sitúa en una tonelada por hectárea, según datos revelados para el Año Internacional, promocionado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
En México se tolera la importación de semillas, cáñamo en bruto, textiles, hilos y para la elaboración de cuerdas.
Desde 2007 se han presentado al menos ocho iniciativas en el Congreso legislativo mexicano y parlamentos estaduales para despenalizar la marihuana, de las cuales al menos tres plantean el aprovechamiento industrial de la variedad.
Esas iniciativas concuerdan en que permitir y regular el cultivo legal del cáñamo representaría una opción de desarrollo para miles de productores rurales y estimularía la incursión en nuevas industrias, como papeleras, textiles, de alimentos, médicas, cosméticas o de la construcción, entre otras posibles.
En caso de permitirse en México la siembra de marihuana, uno de los interesados en invertir en su producción rápidamente es el empresario Guillermo Torreslanda.
«Tenemos que legislarlo. Se podría ir copiando lo que se ha hecho en otros sitios y adecuarlo a nuestras condiciones. Se podría pensar en esquemas de producción, con apoyos agrícolas y financiamiento», expuso el empresario agrícola.
Torreslanda sugiere esquemas de producción y distribución separados, para que no haya monopolios y se alimente la competencia.
«El caso de México es paradójico. El comercio de productos del cáñamo es completamente regular, pero dado que es legalmente imposible sembrar u obtener ningún beneficio de la planta, es también imposible crear una industria normal del cáñamo», señala Zenil.
«En otros partes esto es un auténtico programa de sustitución de importaciones y lo están logrando», subraya Aspe.