El BRICS construye su patio en América del Sur

Cuando parecía decaer la atención mundial hacia el BRICS, sus máximos líderes han echado a andar un sistema financiero alternativo al de Bretton Woods y celebrado una reunión sin precedentes con todos los gobernantes de América del Sur. Aunque modestos, el Nuevo Banco de Desarrollo y el Acuerdo de Reservas de Contingencia materializan la voluntad de los BRICS de confrontar los instrumentos internacionales de gobernanza con una realidad en la que Estados Unidos ya no tiene la hegemonía.

El BRICS avanza a todo vapor con China e India de locomotoras
Foto de familia en la reunión de Brasil, con los líderes de Latinoamérica
Los Brics escenificaron en Brasilia su creciente vinculación con los gobernantes de América del Sur/ Foto: Agencia de Brasil, ECB

Cuando parecía decaer la atención mundial hacia el grupo BRICS, sus máximos líderes han echado a andar un sistema financiero alternativo al de Bretton Woods y celebrado una reunión sin precedentes con todos los gobernantes de América del Sur.Aunque modestos, el Nuevo Banco de Desarrollo y el Acuerdo de Reservas de Contingencia materializan la voluntad de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) de confrontar los instrumentos internacionales de gobernanza con una realidad en la que Estados Unidos ya no es el poder hegemónico.

Pero quizás lo más notable para Washington de la Sexta Cumbre de los BRICS, celebrada entre el martes 14 y el jueves 16 en la nororiental ciudad brasileña de Fortaleza y en Brasilia, sea la manifestación de lo que viene ocurriendo en lo que fue su patio trasero.

Los presidentes de los países de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) accedieron gustosos a la invitación para reunirse con sus contrapartes del BRICS: Dilma Rousseff (Brasil), Vladimir Putin (Rusia), Narendra Modi (India), Xi Jinping (China) y Jacob Zuma (Sudáfrica).

«China es la gran fuerza gravitatoria que se hace sentir en América latina»

Al día siguiente, el jueves 17, Xi y Rousseff sostuvieron un encuentro con mandatarios de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), entre ellos el cubano Raúl Castro. De hecho, el único actor regional ausente en Brasilia fue el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto.

Putin, enemistado con Washington y recién expulsado del Grupo de los Ocho (G-8) por su intervención en Ucrania, fue cálidamente recibido en la región y aprovechó su viaje para visitar Cuba y Argentina, país con el que firmó varios acuerdos, entre ellos uno sobre cooperación nuclear.

Argentina, que afronta dificultades para atraer capitales internacionales, busca que el gigante gasístico ruso Gazprom amplíe su participación en el yacimiento austral de Vaca Muerta, una de las mayores reservas de gas y petróleo de esquisto del mundo.

El mandatario ruso dijo que Argentina es «nuestro principal socio estratégico en América Latina».

En materia económica, este país sudamericano es apenas el cuarto socio comercial ruso en la región. Su intercambio solo sumó 2.627 millones de dólares en 2013, pero representa un crecimiento interanual del 30 por ciento.

Las ventas argentinas a Rusia fueron de alimentos y bebidas, y las compras se concentraron en reactores nucleares, vehículos y productos farmacéuticos.

Mientras tanto, las relaciones de Washington con Buenos Aires son frías y tampoco son buenas con Brasilia desde que estalló el escándalo del espionaje de la estadounidense Agencia Nacional de Seguridad a Brasil.

Las expresiones contra el «imperialismo» estadounidense son habituales desde algunos gobiernos de la región, como Venezuela, Bolivia o Ecuador.

Pero fue el presidente de Uruguay, José Mujica –cuyo gobierno sostiene una cordial y estrecha relación con la administración de Barack Obama—quien mejor expresó el cambio que está experimentando América Latina en sus relaciones con el mundo.

Tras cenar con Putin en Buenos Aires y reunirse con él en Brasilia, Mujica sostuvo que la presencia de Rusia y China «es un camino nuevo», reflejo de «que la región tiene alguna importancia, y puede ser que el resto del mundo nos empiece a cotizar un poquito mejor».

Además, reflexionó, «un bloque contra otro... no es bueno para el mundo del mañana. Mejor la cosa repartida, para tener alternativas».

Casi simultáneamente, la Casa Blanca anunciaba el traslado a Uruguay de seis prisioneros desde su cárcel militar de Guantánamo, uno de los temas que acordaron Obama y Mujica cuando este lo visitó en mayo.

Mujica ha invitado a empresas estadounidenses, chinas y ahora rusas a que participen en la licitación de un puerto de aguas profundas sobre el océano Atlántico, que Uruguay aspira a convertir en un centro logístico regional. También manifestó interés en material bélico ruso para ofrecer «seguridad» a las empresas que hacen exploraciones petrolíferas en el Río de la Plata.

Más allá de Rusia, que tiene importantes acuerdos económicos con Venezuela, China es la nueva gran fuerza gravitatoria que se hace sentir en América Latina. El presidente Xi continuó este viernes 18 su viaje por la región en Argentina, con una delegación de 250 empresarios y especial interés en inversiones en energía y transporte. Le siguen Venezuela y Cuba.

China es el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú, y el segundo de una cantidad cada vez mayor de países latinoamericanos. «Está claro que al gobierno de Estados Unidos no le gusta esto, aunque no lo diga mucho públicamente», dijo Mark Weisbrot, codirector del Center for Economic and Policy Research (Centro de Invetigación en Economía y Política).

«Junto con un puñado de aliados ricos, han controlado durante 70 años las instituciones económicas más importantes, incluyendo el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y, más recientemente, el G-8 y el Grupo de los 20. También fueron ellos los que redactaron las normas de la Organización Mundial del Comercio», abundó.

El banco de los BRICS es «la primera alternativa en la que el resto del mundo puede tener voz. Y a Washington no le gusta la competencia», nos señala Weisbrot.

Pero la atención diplomática de Estados Unidos está puesta en Europa oriental, Asia y Medio Oriente. Y, con excepción del desastre migratorio en su frontera sur, el narcotráfico y los siempre presentes asuntos de seguridad y defensa, Washington tiene poco más que ofrecer al sur del continente americano.

Ojalá Estados Unidos «fuera realmente indiferente», objeta Weisbrot. «La verdad es que les gustaría deshacerse de todos los gobiernos de izquierda de América Latina, y aprovecharán cualquier oportunidad que se les presente», añade.

Pero en la región hay nuevas fuerzas en juego

El Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela), vuelto hacia el Atlántico, continúa negociando un tratado de libre comercio con la Unión Europea. También la Alianza del Pacifico (Colombia, Chile, México y Perú) se afianza, mientras que los tres últimos se han integrado en las negociaciones del Acuerdo de Negociación Transpacífico.

En este escenario, la presencia de China y los demás BRICS, con sus nuevos instrumentos financieros, desafía a la región a encontrar otros perfiles económicos. Por ahora, las relaciones siguen centradas en la explotación de recursos naturales y de materias primas latinoamericanas (minerales, hidrocarburos y agricultura) a cambio de manufacturas y bienes de capital.

Para Weisbrot, se necesitan estrategias y políticas que conduzcan a una producción con mayor valor añadido, pero «no creo que la alianza de los BRICS vaya a interferir en este aspecto».

María José Romero, de la Red Europea sobre Deuda y Desarrollo, apunta que la necesidad de «atenuar el extractivismo» llevaría «a un cambio en las relaciones con países como China, que mira al continente como una gran despensa».

Romero, que asistió en Fortaleza al foro paralelo de la sociedad civil, es autora del informe «Un asunto privado», donde analiza la creciente influencia de intereses empresariales en la financiación para el desarrollo y realiza advertencias válidas para las nuevas instituciones de los BRICS.

Los BRICS han de ser capaces «de promover un desarrollo sostenible e inclusivo que considere los impactos y beneficios de sus políticas en todos los actores de sus sociedades y de los países en los que actúan», dice.