Es indudable que la probabilidad actual de una guerra nuclear es infinitamente menor que durante la crisis de los misiles en Cuba (1962), o en otros episodios escalofriantes de la Guerra Fría. Pero no se debe incurrir en el grave error de suponer que el peligro ha desaparecido, y que el genio ha sido otra vez aprisionado en la botella, para siempre.
El arsenal remanente de Estados Unidos y Rusia aún contiene el equivalente a 80.000 bombas de Hiroshima, unas 35 veces menos que durante la Guerra Fría, pero es mucho más que suficiente para destruir el mundo tal como lo conocemos.
El polvorín nuclear es ahora mucho menos numeroso y las bombas actuales son más precisas y más pequeñas que las anteriores. Esto las hace más fáciles de utilizar. Por otra parte, parece que se suele subestimar la capacidad destructiva de los distintos tipos de armamento nuclear.
Tanto en Hiroshima como en Nagasaki las bombas provocaron incendios gigantescos que quemaron a todos los seres vivos que se encontraban en el vasto perímetro de fuego. Los científicos militares de Estados Unidos sostienen que los daños que causa el incendio de una detonación nuclear son tan difíciles de predecir, que han estado analizando el tema durante medio siglo.
En 2002, cuando el conflicto bilateral hizo temer una guerra nuclear entre India y Pakistán, Washington advirtió a los dos gobiernos que su coste humano podría ascender a 12 millones de muertes. Se trató de una estimación absurdamente baja, ya que solo tuvo en cuenta el impacto de la onda expansiva
Estudios recientes calculan que el incendio radiactivo provocado por una detonación nuclear se propaga por un área entre dos y cinco veces mayor que la del impacto. Esto significa que el área destruida por el fuego es entre cuatro y 25 veces más extensa que el área golpeada por el impacto.
Los incendios originados por bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial -en Hiroshima, Nagasaki, Hamburgo y Dresde- provocaron fuentes corrientes de aire ascendentes y vientos huracanados que atizaban el fuego. Una detonación nuclear en una ciudad moderna causaría incendios aún más violentos, ya que en ellas hay abundantes cantidades de hidrocarburos en forma de asfalto, plásticos, petróleo, gasolina y gas.
Una investigación analizó los posibles efectos de la detonación de una pequeña bomba nuclear -equivalente a la de Hiroshima- sobre la isla neoyorquina de Manhattan. Se produciría un huracán de increíble violencia que soplaría sobre el fuego a la velocidad de 600 kilómetros por hora. La mayor parte de los rascacielos han sido construidos para resistir huracanes de hasta 200 o 250 kilómetros por hora.
El peor escenario es el de una detonación nuclear en la altura. La comisión del Congreso legislativo estadounidense sobre ataques de pulso electromagnéticos (EMP, en inglés) estimó que la detonación de una bomba nuclear de un megatón a una altura de 160 kilómetros sobre el territorio estadounidense causaría la muerte de entre el 70 y el 90 por ciento de la población en el lapso de un año.
Una explosión nuclear siempre produce un EMP y, lanzada desde una altura de 160 kilómetros todo el territorio continental estadounidense estaría bajo su línea de alcance, aniquilando todo lo que funciona con electricidad, los sistemas sanitarios, la provisión de agua, los sistemas de depuración del agua, la producción agrícola y los laboratorios que fabrican medicinas, vacunas y fertilizantes, entre otras muchas cosas.
Europa es igualmente vulnerable, lo mismo que muchos otros países.
La comisión sobre EMP estima que reforzar los equipos electrónicos para protegerlos de un pulso electromagnético tendría un coste adicional del tres al 10 por ciento. Empero, hasta ahora ningún país ha instalado tales refuerzos.
No debemos colocar en un segundo plano el desarme nuclear, porque sigue siendo la cuestión más importante para la seguridad planetaria. Un camino sensato podría ser el aprovechamiento de los períodos más bajos de tensión internacional para emprender una reducción progresiva de los arsenales y para desarrollar mejores alternativas a la electricidad nuclear.
De lo contrario, la tensión entre potencias declinantes y potencias emergentes podría un día desencadenar una carrera armamentista nuclear, con consecuencias potencialmente desastrosas. La proliferación de los reactores nucleares para producir electricidad aumenta los riesgos. Cada país que adquiere la capacidad de construir un reactor nuclear, puede también fabricar armas nucleares.
Los reactores nucleares fueron creados para producir la materia prima para las bombas, y todos los reactores en actividad hoy en día están produciendo plutonio constantemente.
Se dice frecuentemente que cuando una tecnología ha sido desarrollada, ya no es posible volver a encerrarla en la caja de Pandora de la que salió.
No obstante, en el caso de la tecnología nuclear es necesario hacer todos los esfuerzos posibles, ya que está en juego la supervivencia de la vida en la Madre Tierra.