«Vamos a necesitar una nueva receta para alimentar al mundo en el futuro», ha dicho el profesor Anders Jägerskog, uno de los autores del informe «Alimentar a un mundo sediento: Retos y oportunidades para el agua y la seguridad alimentaria mundial» que se ha presentado este lunes en la inauguración de la Semana Mundial del Agua 2012 en Estocolmo.
El informe dice que las tendencias actuales en la producción de alimentos podrían llevar a una escasez de agua cada vez mayor y a una lucha en muchas regiones del mundo, por esos recursos menguados
En estos momentos 900 millones de personas padecen hambre y dos mil millones más están desnutridos, a pesar de que la producción de alimentos per cápita es cada vez mayor. El informe, en el que han participado expertos del Instituto Internacional del Agua de Estocolmo (SIWI), la Agencia para la Agricultura y la Alimentación de la ONU (FAO) y el Instituto Internacional para la Gestión del Agua (IWMI), señala que la solución podría pasar por la mejora en el uso del agua en las explotaciones agrícolas, reducir las pérdidas y los desechos en la cadena de suministro de alimentos, mejorar la capacidad de respuesta de las redes de alerta temprana para emergencias agrícolas y aumentar la inversión para que las mujeres tengan una mayor participación en la producción agrícola.
El informe analiza también el impacto que está teniendo sobre los recursos hídricos el aumento del arrendamiento de tierras que hacen algunos países a otros en desarrollo. Indica que este fenómeno requiere una regulación más estricta para asegurar que los derechos del agua y de la tierra de las comunidades agrícolas locales se respeten.
Por su parte el director general de la FAO, José Graziano Da Silva se ha referido a la situación actual de carestía de los alimentos básicos. Ha dicho que los países del G-20 deben ponerse de acuerdo para evitar que el temor a más subidas de precios lleve al acaparamiento y se provoque una crisis que todavía no existe, aunque podría llegar si la sequía en el hemisferio sur persiste y se pierden las cosechas.
Entre el 85 y el 95 por ciento de los alimentos que se han encarecido se producen en los países del G-20. Es el tercer incremento de precios en cuatro años que se produce después de una gran sequía en Estados Unidos y de cosechas pobres en Rusia y en el Mar Negro.
Da Silva ha incidido en que los países no deberían prohibir unilateralmente la exportación de grano y además deberían contribuir a cambiar algunos hábitos alimenticios como, el de frijol en América Latina o de la Yuca en África.
Ha señalado que según el informe de la FAO, «El estado de los recursos de tierras y aguas del mundo para la alimentación y la agricultura», tal y como se practica la agricultura hoy en día , es una de las causas de la falta de agua ya que supone el 70 por ciento del total del uso del agua dulce en el mundo. «Tenemos que producir de una manera que conserve el agua, la utilice de manera más sostenible e inteligente, y ayude a la agricultura a adaptarse al cambio climático», ha dicho.
Durante toda la semana, más de 2000 políticos y expertos de todo el mundo van a debatir estos problemas. En el mundo actual más de 900 millones de personas padecen hambre y dos mil millones más corren peligro grave de desnutrición. Al mismo tiempo, 1,5 millones de personas comen en exceso y más de un tercio de todos los alimentos que se producen en el mundo se pierde o se tira. La población aumenta y la demanda de alimentos con ella, eso ejerce una presión insostenible sobre los recursos hídricos de algunas regiones, que terminará por poner en peligro la seguridad alimentaria y del agua si no se pone remedio.
Según Torgny Holmgren, Director Ejecutivo del Instituto Internacional del Agua de Estocolmo (SIWI), «Más de una cuarta parte de toda el agua que se utiliza en todo el mundo sirve para producir más de mil millones de toneladas de alimentos que nadie consume» y en los que se han empleado miles de millones de dólares en cultivarlos, seleccionarlos, procesarlos, envasarlos, transportarlos y venderlos. Un dinero que se tira a la basura o al desagüe. Holmgren añade que reducir ese desperdicio es la «ruta más inteligente y más directa para aliviar la presión sobre los recursos hídricos de la tierra. (...). Una oportunidad que no podemos permitirnos el lujo de desaprovechar».