Nada de mausoleos, grandes placas o llamativos recuerdos. Apenas un letrero explicativo, colocado en 2006 con motivo del Mundial de Fútbol, hace mención al lugar en el que se suicidó Adolf Hitler el 30 de abril. Un parque, columpio incluido, tapa (literalmente) el búnker en el que pasó sus últimos días el Führer, acompañado de su mujer, Eva Braun, y de su círculo más cercano. Nunca saldrían de aquel amplio complejo subterráneo, a cinco metros bajo tierra. Era un laberinto espartano de pequeñas habitaciones amuebladas. Las paredes eran tan estables, que el refugio no ha sido destruido por completo todavía hoy.
El consejero estratégico del dictador Alfred Jodl fue quien estampó su firma en Reims, al noreste de Francia: Alemania firmaba así su capitulación incondicional. 7 de mayo de 1945. Los Aliados occidentales (el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Polonia, entre otros) celebraron el Día de la Victoria en Europa el 8 de mayo. La Unión Soviética conmemoró su Día de la Victoria un día más tarde.
El 8 de mayo de 1945 cayó en martes. Aquel día el sol brillaba sobre Alemania. Cuerpos sin vida yacían en los parques, las calles y las plazas. Subidos en Panzer y Jeeps, soldados británicos, rusos y estadounidenses inspeccionaban las consecuencias más visibles que dejaba atrás el Tercer Reich. «Mientras pasaba por delante de las solitarias ruinas pensé que difícilmente un ser humano podría imaginarse una imagen tan impresionante», escribió un cronista soviético.
Fueron cinco años, ocho meses y siete días de terror y muerte: 60 millones de muertes, civiles y soldados. Seis millones de ellos asesinados en campos de concentración. Ya han pasado 70 años.
El 8 de mayo de 1945 es probablemente el día más importante de todo el siglo XX, el que cerró el acto humano más incomprensible de todos. Es historia. Hundimiento y liberación. Catástrofe y sufrimiento. Desgracia. El final de los horrores, el inicio de la libertad. La derrota convertida en liberación, diría cuarenta años más tarde el presidente socialdemócrata de Alemania Richard von Weizsäcker.
Discrepancias entre Moscú y Berlín
Países y ciudades de todo el mundo recuerdan estos días el final de la Segunda Guerra Mundial. El Parlamento alemán lo ha hecho, a través de actos y declaraciones públicas de figuras políticas de primera línea, como el presidente del Bundestag, Norbert Lambert; el presidente, Joachim Gauck; y la canciller, Angela Merkel. Pero los recuerdos se suman estos días a las discrepancias por las que pasan actualmente las relaciones entre la República Federal y Rusia.
Medio centenar de activistas alemanes están ya en Moscú para sumarse a los actos previstos. A lo largo del fin de semana depositarán flores tanto en el obelisco Moscú Ciudad Heroica como en el Parque de la Victoria, en señal de agradecimiento a Rusia (por aquel entonces Unión Soviética) por liberar a Alemania del fascismo.
Se trata de una iniciativa surgida a raíz de que Merkel renunciara a asistir al desfile militar que organiza el sábado la capital rusa. Y es que, la cristianodemócrata no quiere que su presencia se interprete como un gesto de apoyo al presidente ruso, Vladimir Putin, al que cuestiona su proceder con Ucrania. Merkel salva el compromiso diplomático con su llegada a Moscú un día más tarde para, según ha explicado recientemente en su videoblog semanal, «rendir homenaje a millones de personas cuyas muertes durante la Segunda Guerra Mundial pesan sobre la conciencia de Alemania».
No sólo Alemania y Rusia se han volcado con la efeméride. En Francia, la tumba del soldado desconocido situada en el Arco del Triunfo ha reunido este viernes 8 al presidente y primer ministro galos, François Holland y Manuel Valls, respectivamente, junto al secretario de Estado norteamericano, John Kerry. Un acto que ha contado con antiguos combatientes.
Y en Polonia, su presidente, Bronislaw Komorowski, ha encabezado los actos conmemorativos celebrados frente al monumento de los defensores polacos en Westerplatte, junto al secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.