Cuando este miércoles Rafael Correa recibió, por enésima vez en los últimos días, a la prensa extranjera en el Palacio de Carondelet, la sede de la Presidencia, lo hizo con esta frase: «Bienvenidos a un país como Ecuador, donde reina la libertad de expresión y la libertad de prensa». La frase tiene su cosa, y también su efecto boomerang, según por donde se mire. Ante los periodistas de fuera, Correa quiere proyectar la imagen de defensor de esas libertades fundamentales que encierra el ejercicio del periodismo, y de la que todos somos partícipes, seamos o no periodistas.
Uno tiene libertad para hablar, comunicar y explicar las cosas. Correa entiende que a Julian Assange, el fundador de Wikileaks, lo quieren encarcelar por eso, por divulgar a la opinión pública secretos de Estado que hicieron temblar hace unos meses a la diplomacia estadounidense y a muchos países del mundo. También están, efectivamente, los delitos sexuales por los que se le investiga en Suecia. Dice Correa que él no quiere interferir en esa investigación, pero tiene claro que Suecia no ha dado garantías de no extraditarlo a otro país, hablemos claro, Estados Unidos, donde podrían condenarlo a muerte por sus revelaciones en Wikileaks.
Lo que sorprende a los periodistas extranjeros que cubrimos esta región, y que con relativa frecuencia viajamos a Quito, es esa bandera de la libertad de expresión que levanta el mandatario. Sorprende porque todos los que viajamos a Ecuador conocemos la enorme bronca del presidente con buena parte de los medios críticos privados. Y conocemos también esa polémica Ley de Prensa que ha aprobado su Gobierno, que está provocando el cierre de varios medios de comunicación. La oposición ecuatoriana lo tiene claro: argumenta que Correa ha otorgado el asilo diplomático a Julian Assange para lavar su imagen de perseguidor de los medios críticos. Sonado fue el caso (trascendió las fronteras ecuatorianas) de la demanda por más de 40 millones de dólares que el presidente interpuso, por injurias, contra un periodista del diario El Universal. Más de un opositor debe imaginarse a un presidente bipolar, que defiende fuera lo que persigue dentro.
Sin embargo, más allá de la polémica interna, Correa gana también proyección internacional. La concesión del asilo ha movilizado a la región latinoamericana. El ALBA y la UNASUR ya le han dado su apoyo, y probablemente la Organización de Estados Americanos, la OEA, se lo dé también este viernes cuando se reúna para estudiar la amenaza británica de asaltar la embajada y detener a Assange. Correa siempre ha dicho que él no es ni Castro ni Chávez, pero con el viejo revolucionario emprendiendo la recta final de su vida y la sombra del cáncer que pesa sobre el venezolano, muchos sectores de la izquierda latinoamericana ven a Correa como el político a seguir en el espectro regional. Correa comparte con Chávez y Castro su antiamericanismo, pese a que estudió Economía en una universidad estadounidense. Estos días, varios senadores yankees pedían, como medida de presión contra Ecuador, que su país rompiera el acuerdo de preferencias arancelarias que mantiene con Ecuador. Correa no se amilanó. Le dijo a los estadounidenses que deroguen ese acuerdo si quieren, y les ofreció cursos gratuitos en derechos humanos por parte de funcionarios ecuatorianos.
Más allá del tono, de cómo se digan las cosas o cómo se expliquen las decisiones, el asilo a Julian Assange muestra también otras cosas. América Latina camina cada vez más unida, pese a que en todo su territorio haya gobiernos de izquierda, de centroizquierda, de centroderecha y de derechas, sin matices. Lo demostró en su apoyo a Argentina por su reclamación de las Islas Malvinas, y lo ha demostrado ahora con el respaldo a Ecuador por el caso Assange. El enorme pedazo de tierra que va desde el Río Grande a Tierra del fuego es cada vez más autónomo, se ha quitado los complejos y desde luego quiere caminar sólo, sin la eterna sombra de dos grandes tutores como han sido Estados Unidos y la Unión Europea. La región sigue teniendo muchos problemas, pero tiene también todos los recursos con los que sueña una superpotencia. Tiene agua, minerales, petróleo y mucha tierra para cultivar. Latinoamérica es la región del mundo que mejor ha soportado los efectos de la crisis económica que sacudió a Estados Unidos y que tiene en vilo a toda Europa. Y aquí, con Brasil a la cabeza, tienen claro que se acabaron los tiempos del paternalismo porque saben caminar solos.
Para Europa, el caso Assange también trae reflexiones. Estos días, el presidente Correa y muchos analistas latinoamericanos ponen de relieve la doble moral del Reino Unido: hace una década larga se negó a extraditar a Augusto Pinochet a España, donde lo reclamaba el entonces juez Baltasar Garzón por crímenes contra la humanidad. Ahora, el ex juez y abogado de Assange, ve cómo Londres pide a toda costa la entrega del australiano para extraditarlo a Suecia. El problema jurídico es complejo, y hoy lo cuenta estupendamente en un artículo del diario «El País» Javier Roldán Barbero, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Granada. La figura que emplea el Gobierno ecuatoriano para echar una mano a Assange, el «asilo diplomático», no la reconocen los países europeos. Solamente tiene efectos jurídicos en el territorio americano, a través de la Convención de Caracas, de 1954. Y con ese argumento, el Reino Unido se niega a otorgar un salvoconducto a Julian Assange para que pueda abandonar la embajada ecuatoriana en Londres sin que sea apresado. No es de extrañar, pues, que la amenaza británica de asaltar la misión diplomática ecuatoriana para detener al fundador de Wikileaks y enviarlo a Suecia sentara como un tiro en este lado del charco. Suena a ruido de bota del militar de alto rango y aquí están convencidos de que ya no estamos en los tiempos de las colonias. Además el Reino Unido se arriesga, como bien dice Correa, a quedarse sin argumentos si a algún aventurado le da por atacar las legaciones diplomáticas británicas en algún lugar del mundo. Tampoco ayudan los precedentes, el asalto a la embajada de España en Guatemala en 1984 o la toma de la embajada y el consulado americano en Teherán en 1979.
¿Solución a todo este embrollo? Más que jurídica (chocan los argumentos de ambas partes en torno al concepto de «asilo diplomático») parece que será política, negociada. Y en cuanto se calme la marea mediática y las aguas vuelvan a su cauce, probablemente se ponga fin a un impasse que no beneficia a nadie, ni a Ecuador, ni al Reino Unido, ni a Suecia, ni por supuesto, a Julian Assange, que se muestra bastante harto con los dos meses que lleva encerrado en la embajada. Y el fundador de Wikileaks no parece, ni mucho menos, tener la paciencia del cardenal Mindszenty, que permaneció 15 años en la embajada de Estados Unidos en Budapest.