Es sorprendente que, más de un siglo después, muchos no han aprendido esta simple lección. De Madof a los bancos chipriotas, nadie se ha cuestionado la sostenibilidad (palabra tan de moda) de un sistema que ofrecía elevadas retribuciones que exigía, para poder pagarlas, obtener rentabilidades tres veces superiores.
¿Para qué depositar nuestro dinero en bancos que nos dan apenas un 1 % si en Chipre nos ofrecen un 10%? El ministro francés de Economía ha calificado con toda exactitud la economía chipriota de «economía de casino» y ha acusado a los dirigentes chipriotas de pensar más en sus propios intereses que en los de sus ciudadanos.
Tiene razón, una economía basada en una pirámide financiera solo proporciona un espejismo de progreso porque cuando la pirámide se derrumba, y siempre acaba haciéndolo, no queda nada debajo. Y ahora los ciudadanos europeos deberemos pagar la fiesta, como antes pagamos la mala gestión de cajas, bancos y políticos de otros países europeos. Y nuestra propia ingenuidad al creer que podríamos comprar duros a cuatro pesetas.
La Europa unida se creó porque, tras varios millones de muertos, algunos hombres comprendieron que si no se establecían lazos de unidad e intereses entre todos los pueblos de Europa no avanzaríamos y otras regiones tomarían la delantera del progreso y la riqueza.
Otros hombres, que vivieron el horror de la segunda guerra mundial, consiguieron hacer avanzar esos lazos de unidad impulsando la creación de la moneda única. Lamentablemente, a estos hombres les han sucedido dirigentes de menor talla que han antepuesto sus intereses personales, o nacionales, a ese gran diseño europeo.
Lo que debía ser una Europa unida y solidaria, se convirtió en un Todo a 100 en el que cada uno adquiría la mercancía Europa a precio de saldo. Con bastante frivolidad se abrió la puerta a países cuyas estructuras, recién salidas de la dictadura soviética, estaban lejos de cumplir los estándares económicos y sociales requeridos por esa Unión Europea.
En una moneda única que se pretendía fuerte y sólida se incluyó a países conocidos por la falsedad de sus cuentas. Se toleraron paraísos fiscales para personas y empresas dentro de los propios Estados miembros.
Todo pecado lleva su penitencia y Europa afronta ahora el resultado de una gestión errónea que puede dar al traste con esa estructura tan dificultosamente construida.
Países y personas hemos gastado como si el dinero cayese de los árboles y no hubiese que devolverlo. Estamos arruinados, o mejor dicho, lo estaríamos si en esa organización que llamamos Unión europea no se hubiesen arbitrado mecanismos de estabilidad para evitar que la caída de uno arrastre a todos los demás.
Pero ahora hay que poner orden en la casa y conseguir dos cosas: pagar las deudas y que la economía vuelva a funcionar.
La economía, esa cosa tan denostada pero que es la que realmente proporciona riqueza a los países y a los ciudadanos.
Igual que aprendimos a establecer mecanismos para evitar nuevas guerras entre nosotros ahora debemos aprender a gestionar sin gastar más de lo que ingresamos e impulsar los mecanismos para que la economía, si, otra vez la economía, se mueva y proporcione a los ciudadanos un puesto de trabajo que les permita tener un proyecto de vida.
Es una hora decisiva para esa Europa que se quiso unida. No solamente debe establecer mecanismos de control financiero y fiscal, que actúen con igual contundencia sea cual sea el país transgresor, sino que además debe conseguir que sus ciudadanos sientan que forman parte de un proyecto que mejora sus vidas y les proporciona un futuro. Y todo esto, sin recurrir a métodos que han demostrado ser pan para hoy y hambre, mucha, para mañana.
En situaciones desesperadas de crisis Roosevelt y Keynes entendieron que solo impulsando la creación de puestos de trabajo, reales no ficticios, se crearía riqueza y trabajo para todos los ciudadanos.
No se trata de crear nuevas burbujas, ni de construir palacios de congresos en los que no se reúne nadie, ni de levantar aceras para volver a pavimentarlas se trata de crear las condiciones para que quienes tengan valor e ideas para crear empresas y por consiguiente puestos de trabajo puedan hacerlo sin trabas y con la colaboración financiera necesaria.
Se trata de que la clase política lidere a la sociedad no que la aplaste y arruine su presente y su futuro. Se trata de que los dirigentes europeos piensen en Europa y en sus ciudadanos, no en sus próximas elecciones. Se trata de encontrar el difícil equilibrio entre austeridad y prosperidad.
El emperador Tiberio destituyó a uno de sus gobernadores que había mostrado un celo recaudatorio excesivo con estas palabras: «Se puede esquilar a las ovejas pero nunca arrancarles la piel».