Nos referimos a la convivencia del tipo de dulces gourmet y de diseño de las modernas pastelerías, con la sencillez y la austeridad de unos productos tradicionales y ancestrales que salen de los conventos y monasterios. Éstos últimos llenan las cestas y las mesas con pinceladas más discretas, menos espectaculares y por lo general más económicas. Al entrar en contacto con el paladar logran activar una memoria sensorial de varias generaciones atrás y una historia encerrada en el silencio compartido.
Las especialidades navideñas (que se pueden comprar también en otros momentos del año) como alfajores, rosquillas de Santa Clara, roscos de vino, pestiños, amarguillos, yemas, tocinos de cielo, mostachones, polvorones, mazapanes, pelusos, borrachuelos, membrillos, tortas de polvorón, 'encomiendas', sultanas, pastas de San Bernardo y Santa Escolástica, panecillos de San Benito, rosquillas de Santa Rosa, varas de San José, tartas de San Valentín, bocaditos de San Francisco, yemas de Santa Clara, yemas de ángeles, mermeladas , mieles, turrones... se venden «como rosquillas»
La repostería que se hace en estos recintos es enteramente artesanal. Los conventos de clausura se encuentran distribuidos por los pueblos y ciudades de España al igual que los monasterios; donde el tiempo parece haberse detenido adquiriendo una dimensión de especularidad entre lo extraordinariamente espiritual y lo más terrenal.
No olvidemos que muchos siglos atrás, cuando una novicia ingresaba en un convento, con ella iba lo intangible de su vida familiar. Las vivencias organolépticas de los manjares de su niñez, el recetario familiar escrito de puño y letra y hasta ilustraciones descriptivas se pegaban a las gruesas paredes de su «retiro espiritual y voluntario» para dar testimonio de su elección. Esta costumbre de llegar con dulces a través de un torno que las resguarda de la vida pública, se ha transmitido de generación en generación, convirtiendo a los conventos y monasterios en guardianes de auténticas recetas de la gastronomía española. No solo provienen de las manos de monjas sino también de frailes con gran conocimiento de las técnicas culinarias y de los mejores productos para elaborarlas.
Es bueno destacar como han sabido aprovechar los productos más naturales, de cada estación del año y con identidad regional. Por ello son ricos en almendras, miel, piñones, batatas, canela, coco, mermeladas, licores, café, calabaza, crema, chocolate, hojaldre, azúcar, etc.
Aunque se pueden probar muchos dulces en estas fechas, hay otros por saborear que no provienen de ámbitos religiosos sino de familias o empresas que han hecho un largo camino manteniendo la calidad y la autenticidad para permanecer al lado de cada celebración Navideña. Sin embargo esta tradición compartida no es conocida en muchos países.
Esa serenidad que se respira al entrar en sitios de recogimiento espiritual como un monasterio o convento de clausura ha contribuido a que una gastronomía centenaria, atesore a la vez una cultura, un tiempo y una geografía.
Una tercera parte de los que hay en toda España, se dedican a la elaboración y comercialización de dulces y tienen una gran aceptación por el público español y extranjero. El dinero recaudado es para su propia subsistencia y para mantener el convento o monasterio.
Son cientos de años realizando estos productos que no envejecen. Al contrario estos «reposteros» se adaptan a los nuevos tiempos ya que les gusta innovar y ofrecer productos adecuados para las personas con necesidades especiales, por ejemplo, elaboran dulces de Navidad sin azúcar para los diabéticos o sin gluten para celíacos.
Un «primer torno» al que se accede a través de la red -en España -ayuda a diferentes congregaciones en lo imprescindible, como pagos de facturas de primera necesidad hasta arreglos que se ocasionan en la vida cotidiana en los edificios que están habitados por los religiosos.
Y viendo que esto es el futuro, las hermanas clarisas, carmelitas descalzas, trinitarias, cistercienses, jerónimas o monjes trapenses ponen a la «venta en internet» todos los dulces típicos navideños y los productos para consumir todo el año.
Se cree que el recogimiento y el sosiego de diferentes órdenes religiosas, la tenacidad en el trabajo y el mimo con el que se dedican a ello proporcionan los mejores resultados. A la vista está, cuando por aquí y por allá se prodigan en ferias temáticas y degustaciones con bastante público.
Los dulces que se han elaborado con estas recetas llevan algunos elementos que ni se compran ni se regalan y son la paciencia, y la sabiduría...
Es cierto que no se puede generalizar -ya que no todos llevan la misma presentación, ni la armonía de sabores y texturas, ni el mismo precio- porque depende no solo de -estos tres últimos elementos que mencionábamos- sino de la integridad y las habilidades de quienes lo elaboran, de un control estricto de la calidad y de la vocación de hacer con lo más sencillo algo casi sublime.
Las delicias que llegan con los buenos augurios no están reñidas con la caridad, ni con la oración. Tampoco son necesarios «para llegar al cielo», pero... los excesos no son buenos consejeros. De forma mesurada son saludables y alimentan esos momentos en que necesitamos una compensación por lo trabajado. Valorar y colaborar con quien los sabe hacer, no será en este caso un gran sacrificio.