Durante 2014 se produjo un «deterioro mundial de la libertad de información», denuncia la organización internacional Reporteros Sin Fronteras (RSF). De 180 países analizados, 120 tienen peores índices que en el año anterior, según la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa que ha realizado la organización, que tiene su sede central en París. Los países mejor clasificados ya no son tan perfectos, y los peores han empeorado.
Finlandia y Eritrea se mantienen en el primer y el último lugar, respectivamente. Noruega y Dinamarca ocupan la segunda y tercera posición, mientras que Turkmenistán y Corea del Norte están en el antepenúltimo y el penúltimo lugar, detrás de Eritrea. China es «la mayor cárcel del mundo para los periodistas» y Azerbaiyán «consiguió eliminar casi todo rastro de pluralismo», afirma la directora de RSF para Estados Unidos, Delphine Halgand.
La organización comenzó a publicar el índice para medir el grado de la libertad de prensa mundial en 2002. No es una medida de la calidad de los medios de comunicación. «Es una forma de que cualquiera sea consciente de cómo se ataca a la libertad de prensa, los periodistas, en muchos países. A veces no tienen idea. Nos encanta ir a Turquía... a Vietnam, pero no tenemos idea de que hay tantos medios de noticias que son objeto de ataques en estos hermosos países», destaca Halgand.
Este año, por primera vez, muchos de los datos recabados se publicaron con el fin de mejorar la transparencia y la metodología utilizada en el índice, que emplea criterios cualitativos y cuantitativos.
En el caso latinoamericano, Venezuela ha tenido la mayor degradación en la clasificación, al perder 21 puntos, lo que la situa en el puesto 137, aunque por encima de México, en el lugar 148 y Cuba en el 169. El mejor situado de la región es Costa Rica, en el puesto 16, Uruguay en el lugar 23, Chile en el 43, El Salvador en el 45 y Argentina en el 57.
Las tendencias del último año se agrupan en siete causas:
El control absoluto de la información que buscan muchos gobiernos de Europa oriental, África, Asia, Europa oriental y Medio Oriente.
El uso de la información como una poderosa arma bélica, como sucede en Iraq, Siria y Ucrania.
Los grupos paraestatales que son «los déspotas de la información», como es el caso de Boko Haram, Estado Islámico, la mafia italiana y los narcotraficantes latinoamericanos.
El uso político de la censura religiosa, o la penalización de la blasfemia, que pone en peligro la libertad de información en aproximadamente la mitad de los países del mundo.
Los peligros de manifestarse debido al aumento de la violencia contra los periodistas y demás ciudadanos que cubren las manifestaciones públicas.
Los extremos dentro de la Unión Europea, ya que entre los 28 estados miembros hay toda una gama de países que ocupan desde el primer lugar en la clasificación de RSF al número 106.
La «seguridad nacional» como criterio falaz para la adopción de leyes que limitan la libertad de información, tanto en los gobiernos autoritarios como en los democráticos.
La complejidad de la medición
La libertad de prensa y la forma de medirla es una cuestión muy compleja, reconoce Halgand. «La libertad de prensa en Sudán no es lo mismo que la libertad de prensa en Italia. Por eso intentamos trabajar con estos siete criterios de pluralismo, independencia de los medios, autocensura, marcos legislativos, transparencia, infraestructura y abusos», explica. «Es un tema complejo, sin duda y por eso tenemos que emplear muchos criterios para tratar de ser lo más precisos posible. Pero... por supuesto, la situación siempre es única en cada país», dice.
Charlie Beckett, profesor de la London School of Economics y también director de Polis, el centro de investigación periodística de esa universidad británica, dice que «si bien en algunos niveles es muy complicado, en otros es muy sencillo».
«Si nos fijamos en los periodistas en la cárcel,... que han sido lastimados físicamente... esa es una buena medida de la libertad periodística básica. Y yo sé que personalmente... me preocupo por cosas más sutiles, como la desinformación... pero mi vida no está siendo amenazada si soy un periodista» por ese motivo, precisa. «Así que, primero que me den las libertades básicas y... después podremos hablar de los problemas más complejos», destaca el académico.
Entre esos problemas se encuentran la superabundancia de la información. «Creo que es cada vez más difícil medir la libertad de prensa porque los medios de comunicación se han vuelto tan complejos», comenta Beckett. «Vivimos en un mundo donde hay mucha más información disponible. Pero cómo podemos confiar en esos datos, en sus fuentes, y cómo podemos entenderlos, eso está sujeto a todo tipo de fuerzas», observa.
La libertad de la información no se limita solo a la censura, las leyes o la manifestación física de la violencia contra los periodistas, asegura. También está el «clima atemorizante» por el cual si un periodista entre 100 es asesinado, es mucho más probable que los 99 restantes sean mucho más propensos a hacer lo que se les diga, comenta.
«Incluso cuando la prensa publica algo, no sabes en qué circunstancias. ¿Está siendo intimidada... sobornada... presionada?», cuestiona.
Otro punto es que «no tiene sentido tener una prensa libre si la gente no tiene la libertad de compartir la información, por ejemplo, entre sí», señala Beckett.