Europa ya no es una mini sección dentro de un periódico o una crónica de ambiente del corresponsal en Bruselas, Europa se ha hecho visible, nos rodea. De un plumazo hemos aprendido dónde se toman las decisiones –para bien o para mal-, hemos constatado la soberanía que hemos cedido y ha pasado a mejor vida aquella anécdota de un dirigente político regional que aseguraba que, para sus conciudadanos, Europa había sido como un cajero automática dónde metías la tarjeta -el proyecto, la solicitud de ayuda- y te daba dinero. Ya no, Europa ya no es el tío rico de América o el calvo de la lotería.
Pero no es el único logro que anotar en el haber de la crisis. Esta vez Europa está en la calle, en el debate público. Europa y sus soluciones a la crisis, duramente criticadas por una amplia mayoría de la ciudadanía europea –datos de Eurobarómetro-. Gürtel y ERE aparte, el debate en la calle gira en torno a los recortes, a la brecha social, a las reducción de los salarios, a la ampliación de la edad de jubilación, a los copagos introducidos en cada vez más servicios sociales o sanitarios, a las nuevas oleadas de nuestros jóvenes convertidos en los emigrantes mejor preparados de la historia, a las terribles consecuencias de una política de austeridad a ultranza. Lo que en definitiva nos afecta. Y eso es Europa. Nosotros, nuestros gobernantes y Europa. Porque ahí estamos y ahí se toman las decisiones. No en vano el 70% del trabajo que desarrolla el Parlamento español es transposición de iniciativas comunitarias.
Y en Europa toca influir, actuar, intervenir y participar. Y si ahí se han tomado las decisiones que nos han afectado a todos los ciudadanos de la Unión, ahí es donde hay que cambiar a los gestores de esa política, o cambiar las mayorías, o modificar su sensibilidad. Porque otra mirada sobre la res publica europea es posible. Y una buena parte de los ciudadanos así lo han entendido. Y prueba de ello son sus posiciones críticas sobre las políticas aplicadas por la troika, pero también su grado de confianza –todavía inusitadamente alto- en las instituciones comunitarias, por encima incluso de las instituciones políticas nacionales.
Y esto nos sitúa ante un escenario abstencionista similar en cifras a anteriores comicios, pero cualitativamente diferente. Esta vez no es una abstención inconsciente, por desconocimiento de la verdadera importancia de la cita o de las posibilidades reales de actuación política de la UE. No. Esta vez en gran medida es una abstención consciente, crítica con las decisiones adoptadas y con la escasa sensibilidad social demostrada. Es, por tanto, una bolsa abstencionista recuperable para la participación política. Basta con instalar en el debate las políticas adoptadas, calibrar el resultado obtenido, configurar otras posibles soluciones y trabajar por conseguir las mayorías necesarias para llevarlas a cabo. Es así de simple; pero para eso hace falta que haya voluntad política de debatir sobre Europa y de hacer la autocrítica pertinente.
Si el debate no se lanza en estos términos, estaremos apuntando al lugar equivocado. El discurso del mal menor en el que parecen haberse instalado las dos opciones mayoritarias con el «todos conmigo, que vienen los euroescépticos y populistas», es una trampa que sólo busca un respaldo acrítico con el aval de que socialistas y populares están en la base de la construcción política de Europa hasta el momento. En ese discurso aparecerían como la continuidad y la seguridad del proceso. Y, si las opciones minoritarias –Verdes o Partido de la Izquierda Europea- se instalan en el maximalismo aferrándose a un programa de máximos aunque desde posiciones ideológicamente puras y tal vez éticamente incontestables, tampoco habremos hecho nada por cambiar las cosas. La política es convencer, negociar y actuar para el bienestar de todos. Hagámoslo posible.
Juan Cuesta es presidente de Europa en suma
**Es un extracto del libro «Europa 3.0» que se presenta el miércoles en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, y que ha coordinado Miguel Ángel Benedicto