En un mercado único, lo lógico es que exista una moneda única. Así se lo plantearon los jefes de Estado y de gobierno de la UE que, desde finales de los años 80, planificaron una Unión Monetaria Europea, que haría a la UE más fuerte, más próspera y más unida. Para entrar en la zona euro, se exigieron complicados requisitos económicos y monetarios que supuestamente garantizarían la disciplina presupuestaria. Sin embargo, el cumplimiento de esas normas solo dependía de la voluntad y la gestión de los Estados.
El uno de enero de 2002, millones de europeos cambiaron sus monedas nacionales por el euro, un nombre adoptado en la cumbre de Madrid de 1995, para sustituir a las siglas que se venían usando: ecu, unidad de cuenta europea, en inglés.
Los ciudadanos de doce países (Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Irlanda, Luxemburgo, Portugal y los Países Bajos) dispusieron desde ese día de una moneda común con distintas reacciones, según del país del que se tratara.
En Alemania, la renuncia al deutsche mark se vivió con protestas ante lo que se preveía como una pérdida de soberanía y de potencial económico de su divisa; en Francia, con suspicacias; en España, con la sensación de ser verdaderamente europeos y con el temor a una subida de precios que, efectivamente se produjo, con el ya famoso redondeo, al equiparar un euro a cien pesetas, cuando su valor era de 166, 386 pesetas.
Del optimismo a la crisis
La puesta de largo del euro llegó en un buen momento económico. Eran tiempos de crecimiento, estabilidad macroeconómica y bajos tipos de interés. Las transacciones comerciales y financieras se hacían sin trabas, los turistas viajaban por Europa sin pagar costos adicionales por cambiar moneda y los consumidores tenían oportunidad de comparar precios entre países. Aparentemente, todo eran ventajas.
Diez años después, la Comisión Europea reconoce que el éxito del euro ha demostrado su dependencia de unas finanzas públicas sostenibles y unas sólidas políticas macroeconómicas. Se intentó en su momento con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que limita el déficit público al 3% del PIB y la deuda pública, al 60%. Sin embargo, quien hace la ley, hace la trampa. Los países del euro han incumplido el Pacto en 60 ocasiones sin consecuencias.
La crisis mundial de 2008 golpeó con fuerza en Europa y derivó en una crisis propia de recursos. Se suele decir que Europa vivía por encima de sus posibilidades cuando llegó el batacazo internacional y la deuda soberana, hasta entonces signo de garantía para los inversores, pasó a ser un motivo de inestabilidad financiera y desconfianza. La Unión Monetaria europea no lo había previsto.
En este tiempo, los líderes europeos han demostrado su incapacidad para solventar aquel error y adaptarse a las circunstancias. Las políticas nacionales han primado sobre el interés común y ni siquiera los obligados y tardíos rescates de Grecia, Irlanda y Portugal han asustado lo suficiente. Innumerables cumbres europeas han ido poniendo pequeños parches o haciendo rimbombantes declaraciones de intenciones, mientras los inversores reducían su exposición a la zona euro, considerada de alto riesgo.
El BCE, garante del éxito del euro
El Banco Central Europeo es el encargado de salvaguardar el valor del euro y de mantener la estabilidad de precios. Ejecuta la política monetaria de la zona euro, realiza operaciones de cambio y gestiona reservas oficiales de divisas. Su papel no es intervenir en la política económica, de modo que mientras la Reserva Federal estadounidense o el Banco de Inglaterra tienen en cuenta el crecimiento económico o el paro en sus decisiones, la entidad monetaria europea, formalmente, solo se ocupa de evitar la inflación.
Sin embargo, la compra de deuda soberana de países con dificultades financieras, realizada de forma excepcional, es lo que está salvando al euro. Los países de la eurozona, en función de sus necesidades, están divididos a la hora de dar mayor protagonismo al BCE, es decir, mayor intervención en la compra de títulos nacionales.
Por primera vez en la historia del euro, su presidente, ahora Mario Draghi, contemplaba la posibilidad de que alguno de los Estados de la zona euro abandonara la moneda única, aunque fue para decir que fuera se vive peor.
El Consejo Europeo de diciembre soslayó este asunto y acordó un pacto fiscal en la UE, al que no se sumó Reino Unido, con el objetivo de llegar a la necesaria disciplina presupuestaria y prevenir nuevos rescates de economías nacionales. Para los mercados, medidas de dudosa eficacia; insuficientes para la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde.
Con motivo de este décimo aniversario, el comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rhen, ha dicho que «es un momento oportuno para recordar los principios fundamentales sobre los que se construyó el euro y volver a una Europa de fuerza y oportunidad. Tenemos los ladrillos y el mortero, contamos con la mano de obra. Ahora hace falta voluntad política, determinación y una acción rápida para recuperar crecimiento económico, crear más empleos y recuperar la confianza en los inversores y el público.»
En la actualidad, los billetes y monedas en euros tienen curso legal en 17 de los 27 Estados miembros de la Unión Europea. Además Mónaco, San Marino y Ciudad del Vaticano, utilizan también el euro en virtud de un acuerdo formal con la Comunidad Europea. Andorra, Montenegro y Kosovo utilizan asimismo la moneda única, aunque no exista un acuerdo formal.
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