El candidato socialista a la presidencia francesa, François Hollande, se atribuye haber provocado el cambio de perspectiva en la UE, sobre todo, en Alemania, después de que la canciller Angela Merkel, dijera este sábado que estudia una Agenda de Crecimiento para Europa que se debatiría en la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de junio.
Sea o no cierto, el detonante Hollande, con su oposición al Pacto europeo de disciplina presupuestaria, ha animado a los socialistas de toda Europa a dar la batalla para relajar las políticas de ajuste en los países de la eurozona, a la vista de los negros resultados que está dando: aumento alarmante de los niveles de pobreza en Grecia y Portugal, un paro insostenible en España y, en general, unas economías que no levantan cabeza sin ningún tirón inversor.
La verdad es que desde Bruselas se viene incorporando la palabra crecimiento a la retórica mediática desde hace tiempo, pero siempre condicionada a la sostenibilidad de las cuentas públicas. Primero ajustar, luego crecer. La realidad es que el ajuste está ahogando a las economías de la periferia europea y el crecimiento se aleja hasta unas fechas tan distantes que nadie sabe si para entonces habrá supervivientes.
El cuadro macroeconómico expuesto por el ministro español de Economía, Luis de Guindos, es el ejemplo. A pesar de los recortes drásticos en el gasto público que el gobierno está aplicando siguiendo instrucciones de Bruselas y de la subida de impuestos anunciada, el incremento del PIB será solo del 0,2% el año que viene, un 1,4% en 2014 y un 1,8% en 2015. Entre tanto, la reducción del paro será mínima: la tasa bajará al 24,2% en 2013; al 23,4% en 2014; y al 22,3% en 2015. A eso De Guindos lo llama «dar frutos».
Nos contaron repetidamente que la estabilidad presupuestaria, las reformas estructurales y la capitalización de la banca eran las patas imprescindibles para devolver la confianza en los mercados, pero la prima de riesgo española, italiana, incluso francesa u holandesa, sigue en vilo, por no hablar de los bonos basura griegos o portugueses.
Se dice ahora que la abrumadora mayoría de gobiernos conservadores en los 27, con Alemania a la cabeza, diseñaron este diabólico plan de emergencia que parece llevar al suicidio económico, pero ni Zapatero, en España; Papandreu, en Grecia; o Socrates, en Portugal, levantaron la voz en los innumerables consejos europeos en los que se planeó la estrategia. Cierto es que no estaban en posición de rebelarse contra nada, pero también lo es que tenían poco que perder en esa hipotética rebelión. De hecho, tras asumir el diktat de Berlín, ya no existen políticamente.
Un mínimo margen de maniobra
Ah Berlín. Merkel ha conseguido mandar en Europa, apenas acompañada por Sarkozy para romper la idea del absolutismo germano, y con el argumento, real, de «los derrochadores del Sur» ha impuesto el ajuste europeo, que le ha proporcionado magros beneficios económicos. Se puede implorar solidaridad, pero no se puede ignorar que Alemania es la que pone más dinero en cada paso solidario para ayudar a los otros.
Este domingo, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, se muestra seguro de que el pacto fiscal entrará en vigor, según dice en una entrevista que publica Welt am Sonntag. En el mismo periódico, el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, secunda la premonición y afirma que «resulta ilusoria la idea de que se puede renegociar el acuerdo y eliminar elementos sustanciales». Por su parte, el presidente del SPD, Sigmar Gabriel, aunque los socialistas alemanes aplauden las tesis de Hollande, afirma que ni unos ni otro tienen intención de bloquear el pacto, sólo añadirle elementos que impulsen el crecimiento.
La cuestión es qué pasará después del 6 de mayo si el socialista francés pasa a ocupar el Elíseo. Él es quien ha abierto el debate pero las consecuencias son una abstracción. Las causas las precisaba José Ignacio Torreblanca, en El País: «Hollande no es toda la historia: primero, porque todavía no ha ganado; segundo, porque los conservadores del sur de Europa tienen, por razones obvias, reticencias en confiar en un socialista francés; y tercero, porque incluso aunque gane, su margen de maniobra será mínimo y su capacidad de imponerse a Alemania muy reducida. En la memoria de Hollande sin duda está grabado lo ocurrido en 1981, cuando Mitterrand salió en tromba por la izquierda y fue inmediatamente devuelto al redil por los mercados, que se cebaron contra el franco (ahora lo harían contra su deuda)».
Sus planteamientos para reforzar la economía europea no son nuevos. De hecho, la emisión de eurobonos o la implantación de una tasa sobre las transacciones financieras forman parte del discurso de la propia Comisión Europea desde hace un año, sin que nadie se haya movido más allá de la retórica al uso. Recurrir al apagado y descapitalizado Banco Europeo de Inversiones es una posibilidad, a la que se ha sumado Merkel como último recurso, que roza la abstracción si no hay más dinero por medio y ésa es la línea roja que nadie está dispuesto a saltar.
Merkel lo ha dejado claro en su viraje mediático hacia el crecimiento. Los otros ricos de la UE temen perder una de sus tres AAA que aún les da cierta solvencia. Y los pobres tienen poco que decir, a no ser que salten por los aires los esquemas por una contestación social creciente y unas estadísticas que se empeñan en no dejar los números rojos. La UE está ante la cuadratura del círculo, pero la geometría, por mucho que se diga, no es variable.