La distancia, en mi caso, es importante; pero no significa desinterés hacia el fenómeno religioso. Ni siquiera hacia el Nuevo Año Chino, que no es solo chino y que tiene la ventaja de convertirse en una semana de vacaciones para buena parte de los ciudadanos de la gran República Popular. SUBLATO NUMINE, TOLLITUR CIVITAS (yo también me las ingenio para localizar mi oportuno latinajo), es decir: ¡Quitad el nombre sagrado y la ciudad se derrumbará!
Pero me ha llamado la atención, que el anuncio del fin del actual pontificado en el Vaticano tenga más eco mediático que otro gran evento de origen religioso planetario, simultáneo en el tiempo. Se celebra estos días en la India la Mahā-kumbha-melā (MKM), señaladísima festividad religiosa hindú.
La mayoría de los medios de comunicación europeos se han referido a ella –apenas- por la avalancha humana habida allí un día que causó –al menos- 36 muertos. Sin embargo, pocos contrastan ese dato con otra cifra: cuando finalice la MKM, pocos días después de que Benedicto XVI deje de ser Papa a orillas del Tíber, se habrán bañado en un tramo de las aguas del Ganges, el mayor río sagrado del planeta unos cien millones de peregrinos. Con perdón del Tíber y del río Jordán.
De los hinduismos y la Mahâkumbhamelâ
El hinduismo de formas politeístas me interesa por contraste con el universo católico jerarquizado y monoteísta. No hay centro, ni pontífice máximo alguno. Incluso hablar en singular, dice la profesora de la Sorbona, Ysé Tardan-Masquelier, es equívoco: «Porque abarca una diversidad extraordinaria de doctrinas, cultos y sabidurías que nunca fueron unificadas por una autoridad central o una construcción dogmática común. Se justifica por un florecimiento que reposa sobre una cultura religiosa común expresada a lo largo de siglos, que mantiene su fidelidad a unos textos fundadores, así como la devoción hacia las grandes divinidades, la creencia en el carácter cíclico del tiempo y en la reencarnación, la búsqueda de la liberación definitiva y una ética que valora igualmente la renuncia y la ética de la familia» («L'Atlas des réligions de Le Monde, 2011).
Asimismo, uno puede ser hindú también cuestionando alguno de esos conceptos. En «El hinduismo» (Ediciones del Orto, 2000), Enrique Gallud Jardiel afirma, sin embargo, que el brahmanismo (de la casta de los brahmanes) tendió a «llegar filosóficamente a un claro monismo». En cualquier caso, en la MKM, la multiplicidad humana es tan evidente como la miríada de formas que pueden asumir las deidades hindúes y los hinduismos de todo tipo, individualizados o propios de sus numerosas sectas.
El autor de «La India por dentro: una guía cultural para el viajero» y del Mahabharata en cómic, Álvaro Enterría traduce la MKM como el «Gran festival del cántaro». Hace pocas fechas, nos lo explicó así: «La Kumbha Melā es el mayor festival religioso en la India. Se celebra en cuatro ciudades alternativamente: Haridwar, Prayag (* nombre hindú de la actual Allahabad), Nasik y Ujjain, con un ciclo completo de 12 años. La Kumbha Melā es considerada la mayor concentración humana del planeta. Durante el mes y medio de su duración, acuden allí por más o menos tiempo casi todos los sādhus (monjes y ascetas) de todas las tradiciones (sampradāyas) de la India, y literalmente decenas de millones de visitantes: devotos, peregrinos, periodistas, curiosos y turistas. Allí —en un ambiente asombrosamente pacífico y libre de violencia dada la enorme concentración humana— se codea gente de toda condición, aldeanos y habitantes de las modernas ciudades. Unos se quedan semanas, otros van y vuelven en el día. Una auténtica ciudad formada por campamentos de tiendas de campaña se extiende a lo largo de varios kilómetros».
Los baños rituales de las muchedumbres tienen fechas consideradas más propicias que otras. Según la obra divulgativa citada de Enrique Gallud, la MKM (que él transcribe Mahâkumbhamelâ ), «rememora el batimiento mitológico del océano para conseguir el néctar de la inmortalidad o amrita. En él destaca la inmersión en el sagrado río de varios millones de personas, encabezadas por ascetas de diversas órdenes».
No es un caos sin más, aunque pueda parecerlo desde fuera. Mark Tully, escritor y corresponsal histórico de la BBC en la India, natural de Calcuta, afirma: «Donde el Ganges y el Yamuna se encuentran, se reúne gente de muchas, muchas y diferentes tradiciones del hinduismo. Habrá muchos hombres santos genuinos, algunos charlatanes y unos pocos oscurantistas. Pero la mayoría de los que vendrán a bañarse en el 'sangam' (confluencia, en sánscrito) serán aldeanos. La Kumbha es una demostración impresionante de la piedad sencilla y un claro ejemplo del poder del mito. Por supuesto, la Kumbha Mela es también un maravilloso espectáculo. Millones de personas concentradas en un mismo lugar, pintorescos hombres santos ('sadhus') desnudos, extraordinarias hazañas de asceticismo, una piedad sin precedentes en ningún otro sitio. Pero mucho más que un espectáculo, la Kumbha Mela es una experiencia; una experiencia para la cual deberemos dejar de lado nuestras certezas y nuestra seguridad en nosotros mismos para ser capaces de capturar su significado a través del poder de la imaginación.»
La autora de «Mitología de la India, mítica y mística», Susana Ávila, que ha estado en la MKM, nos explicaba hace pocos días que todo sucede «donde el Yamuna desemboca en el Ganges y, de paso, del mítico e invisible río Sarasvati, que se incorpora también a la reunión; es el punto mágico donde Brahma ofreció su primer sacrificio después de la creación del mundo». En general, dice, una «mela» es una festividad periódica a orillas de un río, lago o lugar sagrado en honor de una deidad: «A lo largo y ancho de todo el territorio de la India hay muchas 'melas', pero EL MELA con mayúsculas es el Kumbha Mela, exactamente el Maha Kumbha Mela. Se celebra cada doce años, luego hay otros mini, el Ardha Kumbha Mela, que, como un reloj da los cuartos antes de las medias, cada tres años, para aliviar la larga espera hasta el siguiente Kumbha Mela de verdad».
Panorama, con ropa o sin ropa, cenizas y olores de la muchedumbre
Hasta aquí las versiones más o menos académicas. En otro testimonio que nos llega ahora mismo desde la HKM (lo recibimos ayer) nos lo describen al modo del «nuevo periodismo» de Tom Wolfe: «Indescriptible espectáculo... Ayer me desperté en Benares a las 4 y media para venir a Allahabad, aunque el día de verdad empezó a las 10 de la noche. Desde nuestro campamento, salimos para ver a los santones. Anduvimos toda la noche de tienda en tienda, a cada cual oliendo más a 'porro'. Lo más decepcionante es que creía que esta gente alcanzaba estados alterados de conciencia a través de la meditación y cosas así. En fin, habrá alguno que lo haga, aunque la mayoría se pone hasta el culo de droga. El olor y el humo flipan a los visitantes a los que invitan a compartir... Bueno también invitan a té que siempre es más socorrido a la hora de tener que aceptar la hospitalidad de estos santos hombres. Y a las cinco de la mañana, tras la noche en vela, vestidos de aire (o sea como su mamá les trajo al mundo), cubiertos de ceniza, que en verdad no tapa nada, corren desaforados a bañarse en la confluencia de Ganges y el Yamuna. Luego, intentamos bajar los demás mortales, pero el colapso es monumental».
En los años 30 del siglo XX, el controvertido Mircea Eliade, ofrecía una descripción inmejorable (mística) de la MKM (ver «La India», Editorial Herder). Hablaba de aldeas conmocionadas en una India estremecida, de monasterios que se quedaban vacíos y del descenso de «anacoretas desnudos y cubiertos de ceniza» desde las cuevas del Himalaya: «Llegan caravanas de carretas, grupos de monjes, pandillas de vagabundos, cortejos de leprosos, séquitos de rajaes, trenes de burgueses, carruajes cerrados con cortinas blancas repletos de mujeres; una muchedumbre impresionante anhelante de santidad».
Ahora la India ha cambiado, una buena parte de todo ello persiste. El mismo autor habla de esa celebración y de la multitud de la MKM como de «un mar de sanguijuelas blancas» que se revuelcan, se mojan y se empujan en las aguas y en los entornos del río sagrado: «No es posible distinguir ningún semblante, no se queda grabada en la mente ninguna expresión, porque, como por ensalmo, surgen en el mismo sitio cientos, miles de seres que, al instante, son sustituidos por otros cientos y otros miles. No hay diferencias ni de sexo ni de casta. Con o sin ropa, lo mismo da, porque la Kumbh-Mela es santa y el Ganges purificador».
En su visión del instante, Susana Ávila es muy directa: «Una situación salvaje. Regresar a la tienda me llevó dos horas y media a buen paso, aunque ya se había diluido un poco la gente. Dormí irregularmente y me levanté a las 15 horas: los del campamento de al lado, que son Hare Krishna, han puesto la tómbola en marcha con la megafonía a todo volumen».
En el período histórico que nos ha tocado vivir, cuando la religión parecía salir por la puerta, regresa por la ventana. Reconocerán los creyentes (diversos) que no siempre para bien. Cuando decimos religión, queremos decir creencias en lo trascendente; también ritual, memoria de la humanidad, arte medieval, arquitectura de las religiones, muchedumbres, solidaridad, orgullo, mito, humildad, espectáculo, cultura, antropología, pasiones legendarias, manipulación, mitos colectivos, política planetaria, intereses materiales; lo que se ve por encima y lo que no. Lo que nos cuentan y lo que queremos conocer por dentro: los famosos secretos del Vaticano, quizá.
Los no creyentes (distantes) pueden seguir alejados de las creencias. Si quieren, refuércense leyendo el «Curso acelerado de ateísmo» de Campillo y Ferreras, o el «Traité d'athéologie» del filósofo Michel Onfray; pero a veces no está mal participar en los rituales con los que sí creen. Y no es necesario creer en nada de lo que ellos asuman. Basta acompañarles. Yo también lo aprendí en la India. Porque a veces, como en la Mahâkumbhamelâ, resulta fascinante.
Régis Debray, autor de «L'enseignement du fait religieux dans l'école laîque», advierte: «Los usos milenarios no se borran de un golpe de barita mágica». Así que, después del repaso indio (en sánscrito), atentos al próximo cónclave. De él surgirá el Sumo Pontífice. Ojo, que en la vieja Roma imperial, se sigue hablando en latín.