Hay que decir que la historia –aunque ayuda bastante- no puede servir para explicar del todo el derecho internacional, que debe estar destinado siempre a evitar conflictos, no a fomentarlos en el momento presente, ni a justificarlos en el futuro. Putin, sí, desde luego, debería asumir que el derecho también es importante; sus antagonistas occidentales o los de Kiev, también.
No importa que esos soldados embozados no lleven insignias: todos sabemos a quién responden, quién los ha formado y armado. La guerra fría sólo se templó durante una temporada; ahora hay que evitar averiguar cómo se instala (y en qué línea precisa) el nuevo telón de acero. Una forma de hacerlo es hablando bajito sin parar: comportándose como si aún fuera posible el diálogo Moscú-Kiev-Crimea-Berlín-Varsovia-Bruselas-París. Ah, y Londres-Washington, que dudan siempre si deben estar más o menos cerca del conflicto allá en la península de las batallas del XIX.
Hablar de «invasión» con el despliegue naval y militar ruso previamente existente, es inapropiado. Las tropas rusas están allí desde el siglo XVIII. Otra cosa es en función de qué acuerdo, conflicto o norma están –o si deben o no estar- desplegadas en Crimea.
La propaganda de nuestro lado convierte a Putin en único responsable, pero hay que ver si eso es así a secas o las responsabilidades son compartidas. Podemos estar entre los tontos que se creyeron el pacto de Kiev para una transición en Ucrania; pero uno puede ser tonto un día a la semana. Es difícil soportarlo toda la semana. ¿Volveremos a ver una improvisación parecida? Quiero decir, antes de que los ministros europeos de turno tengan de nuevo la ocasión de llegar al aeropuerto más cercano para aterrizar en su casa con hora de cenar en familia.
Los rusos están resucitando viejas disputas en Crimea (ah, los tártaros). En el resto de Ucrania y en el Este de Europa diversas capitales pro-occidentales, miembros de la Unión Europea, resucitan conceptos similares con frecuencia y de manera obscena. Son inaceptables las comparaciones de Putin con Hitler y su defensa de los intereses rusos de Crimea como equivalente a la histeria hitleriana sobre los sudetes alemanes en 1938. De momento, esas comparaciones no están avaladas por los hechos.
Los hechos son tozudos. Ya había 20.000 soldados y marinos rusos en Crimea, que están allí legalmente, avalados por acuerdos firmados por la Federación Rusa con Ucrania, que a su vez se deshizo de sus armas nucleares con un aval de Washington y Londres. Hasta hoy, ese entramado era considerado legal, normal, lógico, ajustado a derecho, por parte del resto de Europa y –aparentemente- también por Estados Unidos.
Si Bruselas, Berlín y Washington tienen un plan a largo plazo para Ucrania, quizá deberían elaborarlo rápido y pensarlo bien. El tiempo parece transcurrir con rapidez. Y no sé si –además- quizá deberían explicitarlo un poquito ante la opinión pública internacional. Todos nos ahorraríamos incertidumbre. Podríamos intuir si estamos más cerca del apaciguamiento o del choque militar.
Quizá tanto unos como otros han tratado de utilizar a Ucrania, sus contradicciones étnicas, religiosas, lingüísticas y políticas. Las gentes de Kiev y Crimea son rehenes de intereses que sobrepasan sus propios límites. Si sus poblaciones de todo tipo fueran conscientes de ello, quizá tenderían a entenderse mejor entre sí.
Dicen que Putin no considera acabada la guerra fría. Podría decirse lo mismo de algunos políticos de la Unión Europea, sobre todo en ciertas capitales de países que pertenecieron al ámbito del Pacto de Varsovia. Como los fumadores arrepentidos que se atragantaron de humo durante demasiado tiempo, pueden acabar castigándonos a todos; también a quienes apenas llegamos a encender un cigarrillo.
En Washington, la idea del Kremlin/Putín/autoritarismo de los cosacos tiene la piel muy dura. Es tan resistente como el concepto «imperialismo agresivo» en algunos despachos del Kremlin, donde parecen echar de menos décadas de sus propios documentales en blanco y negro.
Y después, tenemos a quienes quieren explicarlo todo con la historia de las especias o de los combustibles. Lo cuentan todo hablando de los gasoductos, el grifo de la energía y un mapa de geografía de primaria. Eso es parte, no el todo. Desgraciadamente, no hay explicaciones totales definitivas. El mercado de realidades y matices es muy amplio.
Los rusos no son nuestros enemigos. Y no me gusta que algunos se empeñen en que lo parezcan. Resulta inquietante. Quizá, Putin es un nostálgico de la guerra fría, pero quienes pintan una recreación del «amenazante» oso ruso deberían haber sido más prudentes cuando se acercaron a Kiev «para mediar».
Utopía del instante (en perspectiva de apaciguamiento): quizá una Ucrania «neutral», de soberanía limitada tanto hacia el Este como hacia el Oeste, a la que ayudan y no presionan desde uno y otro lado. Y, de momento, dejar las cosas en Crimea como han estado desde hace más de medio siglo. Un gran espacio pacífico por donde podamos transitar todos los europeos, de los Urales a Lisboa, para ver el reflejo de una parte de nosotros mismos.
Las melancolías de los mercaderes de hoy pueden resultar obscenas. Y desde luego, las nostalgias de los guerreros del frío -a uno u otro lado- son mentiras insoportables y propaganda peligrosa.