En el pasado verano, cuando el Palacio de la Reina de Bagh-e- Babur (el jardín de Babur) alojó a la rama afgana de documenta 13 (una de las exposiciones de arte contemporáneo más grande del mundo), mucha gente en Kabul se preguntó sobre el papel que cumplía el arte y la cultura en un país atribulado por la guerra. Concluyeron que los productos artísticos pueden ayudar a justificar la ocupación militar o reflejar una imagen de Afganistán a las antípodas de la caótica e inestable realidad.
«La cultura se volvió una herramienta para incidir en la percepción sobre Afganistán», nos dijo Aman Mojaddedi, un artista estadounidense de origen afgano al que entrevistamos en julio de 2012.
Mojaddedi y la comisaria italiana Andrea Viliani fueron responsables de la sección afgana de documenta 13. El artista señaló a Alemania, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña como países que «invierten cada vez más dinero en el área cultural». Su apoyo, opinó Mojaddedi, «pretende demostrar que la presencia internacional en Afganistán es un éxito y que los afganos tienen una vida normal», añadió.
«No hay duda, de que es una forma de manipulación», sentenció.
Pero Zabi Siddiq, un adolescente cuya familia es originaria del norteño valle de Panjshir, no se siente manipulado. «Me interesan nuevas formas de arte, pues muestran que es posible un futuro mejor, aun en un país como Afganistán», nos dice.
Siddiq es uno de tantos jóvenes afganos que han participado en el «Sound Central», un festival de música moderna de Asia central, realizado en el Centro Cultura Francés de Kabul del 30 de abril al 4 de este mes.
El festival comenzó hace unos años, cuando Trevis Beard, un fotoperiodista fundador y principal organizador del Sound Central, y sus amigos se «sintieron insatisfechos con el panorama musical y cultural» de Kabul. «En 2011, organizamos el primer gran encuentro de música moderna en Kabul. Duró un día y tocaron ocho bandas de rock», relata.
Desde entonces, la propuesta ha crecido junto con la cantidad de patrocinadores. El mayor y más generoso es la Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo, pero también participan muchas embajadas y donantes internacionales públicos, y algunos pocos privados.
La tercera edición de Sound Central ha contado con varias propuestas, desde conciertos de rock y heavy-metal y actuaciones de grupos de rap, pasando por una exhibición de fotografía, hasta un espectáculo de Parwaz, un grupo de teatro de marionetas.
El público estaba compuesto principalmente por extranjeros, muchos de ellos periodistas, fotógrafos y empleados de organizaciones no gubernamentales, y jóvenes afganos que lucían camisetas, pantalones vaqueros y calzado deportivo colorido. En un espacio abierto con una tienda de campaña violeta había artistas que hacían grafitis.
Uno de ellos, Reza Amiri, de unos 20 años, comenzó a hacer grafitis hace un año, tras participar en un taller de la Universidad de Kabul. Se proclamó seguidor de Shamsia Hassani, de 24 años, aclamada por los medios internacionales como la primera realizadora de grafitis de Afganistán.
Amiri ama su nueva forma de expresión porque «gracias a ella puede tratar temas delicados de forma directa y efectiva», explica, y exhibe un trabajo en el que puede verse un rostro de mujer, acompañado por el texto «déjame respirar». «Muestra la búsqueda de libertad de las afganas», explicó Amiri.
Folad Anzurgar, de 27 años, se dedica a un estilo más ortodoxo. Este pintor al óleo dice que disfruta de los rostros que expresan el dolor de la guerra, «la belleza de la paz» y «las tradiciones afganas». «Cosas como los grafitis y el rock son para los más jóvenes y no pueden reemplazar nuestra herencia cultural, que tiene raíces mucho más profundas», apunta.
En Afganistán, en especial en las zonas rurales donde vive el 75 por ciento de la población, mucha gente cree que los artistas contemporáneos introducen valores extranjeros. De hecho, muchas personas nunca han escuchado música rock.
Sulyman Qardash es el cantante y líder del grupo de rock Kabul Dreams. «Tenemos muchos seguidores en el país y fuera», dice. Muchos de sus seguidores son de Kabul. El grupo ha tocado en Turquía, Irán, India y Uzbekistán, pero en Afganistán nunca ha actuado fuera de la capital.
«Es innegable que con nuestro festival introducimos nuevos elementos culturales», reconoce Beard. «Pero lo hacemos sin imposiciones». «Solo ofrecemos a los afganos una nueva plataforma que pueden elegir para usar», explica. Pero reconoce que en un país asediado por la guerra, ese trabajo tiene muchas implicaciones e inevitablemente se vuelve parte de la batalla por «ganar los corazones y las mentes» de afganos y extranjeros. «A pesar del dinero que recibimos de donantes extranjeros, estamos totalmente libres de influencias políticas», remarca.
Mojaddedi se refiere al asunto de la cultura moderna y tradicional de una forma más matizada, y destaca el enriquecimiento mutuo que se produce con los intercambios culturales. «Todas las culturas son híbridas, y la hibridación ocurre en cualquier lugar y en todo momento», nos dice. «Las nuevas tendencias también tienen el efecto contrario aquí. Algunos artistas afganos tratan de preservar su propia cultura específica», explica.
El tira y afloja de la hibridación es una historia antigua.
Como escribió Gilles Dorronsoro, conocido investigador y especialista en Afganistán, tanto los soviéticos, hace varias décadas, como Occidente, en la actualidad, «intentan imponer un modelo social de modernización que no es aceptable para la población local, solo para las elites urbanizadas».