Como señala una investigación llevada a cabo en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) con el apoyo de la Fundación Botín y su Observatorio del Agua. Los investigadores se han basado en datos obtenidos en las cuencas andaluzas de los ríos Guadalquivir, Guadalete y Barbate, donde se registra la mayor parte de la producción algodonera en España.
El trabajo, titulado "Una evaluación de la huella hídrica de unos pantalones vaqueros: La influencia de las políticas agrícolas en la sostenibilidad de los productos de consumo", pretende alertar sobre la necesidad de un consumo razonable de un bien escaso como es el agua y cuya gestión es de vital importancia en zonas de escasa pluviometría. Los autores son el doctor Daniel Chico, la doctora Maite M. Aldaya y el profesor Alberto Garrido, catedrático de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos, director del Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales (CEIGRAM) y subdirector del Observatorio del Agua.
Al estudiar un producto de uso diario, los investigadores ponen de relieve la incidencia que todos tenemos, a través de lo que consumimos, en los recursos naturales. Cabe señalar que nuestro consumo de agua es mayoritariamente indirecto, está asociado al agua que ha sido necesaria para obtener los alimentos que comemos o las prendas que vestimos. Además, los investigadores inciden en que este tipo de trabajos, para ser realmente útiles en la toma de decisiones, deben informar de cuál es el contexto en el que esos productos fueron obtenidos y alejarse de opciones dicotómicas «productos buenos/productos malos».
Por ejemplo, el estudio indica que el algodón consume de media en España 778 litros por kilo de fibra producida, de los cuales el 90 % corresponde a agua de riego. Sin embargo, un modelo de producción más intensivo y con mejores rendimientos como el predominante en 2005 lo reducía a una media de 675 litros por kilo de fibra. Sin embargo, en 2009, con una producción con muchos menores insumos y riegos, y consecuentemente menores rendimientos, la media de consumo aumentó a 1.171 litros.
Comparando el cultivo del algodón con el de otros productos, se observa que el olivar de secano requiere unos 1.900 litros por kilo de aceituna o que el olivar de riego, más productivo, emplea 1.300 litros (un 30 % sería agua de riego y el resto, agua de lluvia). Otros cultivos que presentan consumos mayores que el algodón son el almendro o el arroz. Por el contrario, el tomate cultivado al aire libre en verano consume unos 215 litros por kilo, mientras que el tomate de los invernaderos requiere 183 litros de media.
Huella hídrica
Garrido afirma que el impacto de la moda vaquera sobre la producción de las fibras textiles ha supuesto un considerable aumento de las áreas de cultivo dedicadas al algodón, que se ha convertido en el más extendido. «Anualmente se cultivan en el mundo unas 34.000.000 hectáreas de algodón, frente a 1.700.000 hectáreas de yute o 220.000 hectáreas de lino. El consumo de agua varía mucho entre países, por las condiciones climáticas y las técnicas empleadas, las cuales condicionan a su vez el rendimiento obtenido. Existen grandes diferencias entre regiones de un mismo país. En EE UU este cultivo se produce en Tejas y Arizona mediante riegos con agua azul, mientras que en el sureste asiático se realiza en secano, o sea, utilizando agua verde».
Para medir el impacto de la huella hídrica, los especialistas distinguen tres fases del ciclo hidrológico, o colores del agua. Estos colores permiten discriminar entre consumos que tienen diferentes impactos y costes de oportunidad. La llamada agua verde procede de la lluvia almacenada en el suelo y consumida por las plantas. El agua azul proviene de masas de agua: ríos, lagos y acuíferos. El agua gris es algo diferente; se trata de un indicador teórico de la demanda de calidad de agua basada en los estándares ambientales de la masa receptora.
Gestión del agua
En la actualidad, el cultivo del algodón en España se concentra principalmente en Andalucía (valle del Guadalquivir, Guadalete y Barbate), donde ha ido reduciéndose la superficie dedicada al mismo desde 90.000 a 63.000 hectáreas. Esta región semiárida posee, sin embargo, una gran experiencia e infraestructuras en la regulación del riego. «En cualquier caso, el que una producción comprometa o no los recursos hídricos vendrá dado por la gestión que se haga de los mismos y por las prioridades y riesgos que la sociedad esté dispuesta a asumir. No se puede atribuir a un solo sector la causa de la evolución positiva o negativa de un río o ecosistema», afirma Garrido.
El profesor señala que, además del impacto medioambiental, hay que contar con otros factores como es el social y el económico. «El que un cultivo, y en general un determinado uso del agua, sea rentable o no vendrá determinado por la valoración social de ese uso. Para ello es necesaria una buena gobernanza y gestión que se haga del recurso. En muchos más casos de los que pensamos, el problema del agua no es un tema de disponibilidad sino de gestión. Aspectos como la existencia y el buen funcionamiento de las instituciones, la transparencia respecto de los usos o la participación pública, determinan que las prioridades que se escojan y los riesgos implícitos sean compartidos por toda la sociedad. La opción no solo debe fijarse en si un cultivo de regadío es rentable o no, sino que también estará basada en los costes y beneficios derivados son conocidos, y consensuados por todos los actores de la cuenca, y si estos costes y beneficios sociales de esta actividad y cómo se reparten».
El estudio realizado por los investigadores de la UPM permite establecer una relación directa entre el consumo de productos y la carga que su fabricación impone sobre los recursos hídricos. «Todas las actividades humanas implican un impacto sobre el medio ambiente», recuerda Garrido. «En el caso del sector textil, el uso de tintes y otros químicos (colas, oxidantes, estabilizantes, etcétera) lleva a que los efluentes de estas plantas tengan altas cargas contaminantes. Sin embargo, estos efluentes son tratados antes de ser vertidos. En los datos manejados en nuestro trabajo, los vertidos fueron siempre por debajo del límite que establece la administración municipal».
Controles medioambientales
Hoy por hoy no hay certificaciones específicas ni normativas respecto del uso del agua en la producción textil más allá de lo que tiene que ver con el cumplimiento de las autorizaciones de vertido. Esta ausencia contrasta con los estándares y certificaciones voluntarias que existen en relación al uso de productos químicos, como es el caso de Ökotex o Made in Green, que promueven textiles con menor impacto para la salud y el medioambiente.
No obstante, grandes marcas, tanto fabricantes como distribuidores, desarrollan y forman parte de plataformas que fomentan buenas prácticas entre los agricultores, especialmente pequeños productores de países en desarrollo. Un ejemplo es la plataforma Better Cotton Initiative. Otras, como Global Organic Textile Standard (GOTS ) o Naturland, lo que certifican es el uso de algodón orgánico.
Garrido destaca que la investigación realizada pone a disposición de los diferentes actores involucrados unos resultados que permiten enriquecer la discusión social y la toma de decisiones. En muchos casos, las conexiones entre las políticas establecidas y las implicaciones medioambientales que tienen no son explícitas ni directas. Por esta razón, insiste en que este tipo de estudios pueden arrojar luz sobre tales relaciones. Pone como ejemplo que las políticas comerciales y agrarias de los países tienen una fuerte repercusión sobre la competitividad de unas u otras producciones, así como que las opciones de dieta de los consumidores influirán sobre el tipo de productos demandados, incentivando o desincentivando algunos tipos de producción.