Cuando Estados Unidos invadió Iraq, en marzo de 2003, uno de los principales objetivos expresados fue ubicar y eliminar las armas de destrucción masiva presuntamente acumuladas por el régimen del presidente Saddam Hussein. Estados Unidos argumentaba buscar frenéticamente tres de los armamentos más letales del mundo: nucleares, biológicos y químicos, como también los clasifica la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La búsqueda, aparentemente basada en información defectuosa de los servicios de inteligencia estadounidense, demostró ser inútil. Pero las letras «WMD», siglas inglesas de «armas de destrucción masiva», se convirtieron en parte integral de la jerga militar en todo el mundo.
Sin embargo, desde los atentados de abril en Boston, tanto el gobierno de Barack Obama como los medios de comunicación dominantes han ofrecido una nueva definición de las armas de destrucción masiva: dos bombas caseras fabricadas con ollas a presión repletas de clavos y otros metales que mataron a tres personas e hirieron a más de 250 durante una maratón en esa ciudad de Estados Unidos. Ese explosivo fue descrito reiteradamente como «arma de destrucción masiva».
Natalie J. Goldring, del Programa de Estudios sobre Seguridad en la Escuela Edmund A. Walsh de Servicio Exterior en la Universidad de Georgetown, explica que las armas usadas en Boston fueron artefactos explosivos improvisados, no armas de destrucción masiva. Las armas químicas, biológicas y nucleares suelen agruparse bajo el rótulo de destrucción masiva, señala y cree que Combinarlas en una sola categoría hace que parezcan la misma cosa, cuando no lo son.
Para Goldring «las armas nucleares son, de lejos, más destructivas que las químicas o biológicas. Aún así, los tres tipos de armas tienen la capacidad de ser masivamente más dañinas que las que se usaron en Boston». «Comparar las armas usadas en esos atentados con armas nucleares en particular es absurdo», plantea Goldring, que también representa al Acronym Institute en la ONU sobre armas convencionales y comercio de armas en general.
Jody Williams, ganadora del premio Nobel de la Paz en 1997 y presidenta de la Iniciativa de las Mujeres Premio Nobel, explica que «si quieren confundir a la gente, desdibujen las líneas que distinguen las cosas y también las situaciones». Señala que hablar de un artefacto explosivo improvisado como «arma de destrucción masiva» es apenas un ejemplo, como lo es el amplio uso de las palabras «terrorista» y «terrorismo» tras los ataques, que el 11 de septiembre de 2001, dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington. Williams lideró una campaña muy exitosa que derivó en una prohibición mundial de las minas antipersonas.
Según ella, al gobierno de Estados Unidos le resulta más fácil continuar con su «guerra contra el terrorismo» sin fronteras si la gente no entiende del todo o no ve las diferencias. Es todo «demasiado confuso» y es mejor si queda en manos de los «expertos» en Washington.
Siemon Wezeman, investigador del Programa de Transferencia de Armas en el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, explica que el uso de las siglas «WMD» para describir a los explosivos de Boston se percibe como «raro». Para Wezeman, la mayoría de las personas piensan que las armas de destrucción masiva son las nucleares, biológicas, químicas y potencialmente radiológicas. Sin embargo, sostiene, el término se ha usado laxamente desde que se acuñó, probablemente en 1937, para describir más o menos a cualquier arma.
En la terminología oficial de Estados Unidos parece haber unas 50 definiciones diferentes. Considerando esa nomenclatura, la categoría «armas de destrucción masiva» serviría para cubrir «cualquier tipo de arma explosiva levemente más grande: artefactos explosivos improvisados, granadas de mano, proyectiles de artillería, cañones pequeños, tal como usan diariamente los 'terroristas', así como las Fuerzas Armadas», agrega Wezeman.
Por su parte, Goldring comenta que, pese a que los atentados de Boston fueron horribles, «la cantidad de víctimas que causaron fue una fracción diminuta de las que probablemente habría provocado la explosión de una o más armas nucleares en una ciudad». Los científicos estiman que, aunque en una ciudad explotara un arma nuclear relativamente pequeña (de 10 kilotoneladas), quedaría destruida toda el área comprendida en un radio de un kilómetro y medio. «Llamar 'armas de destrucción masiva' a las bombas de Boston es una declaración política», opina Goldring.
Si lo fueran, «acaso eso significaría que todos los artefactos explosivos improvisados y usados en Afganistán e Iraq también se definen como armas de destrucción masiva?», cuestiona. Eso simplemente no tiene sentido, aunque «los artefactos explosivos improvisados han causado daños enormes al personal militar y a civiles en Afganistán e Iraq, pero no son armas de destrucción masiva».