A la entrada de la iglesia evangélica de Mopti, en el centro de Malí, los soldados se sitúan a cada lado de la puerta, mientras el pastor Luc Sagara saluda a los fieles que llegan para la misa dominical. La presencia de los soldados es un crudo recordatorio de que, hace menos de tres semanas, el poblado estaba ocupado por extremistas islámicos que querían imponer la shariá en el país .
«Ahora nos sentimos seguros. Con la intervención de Francia, esperamos que los islamistas ya no nos ataquen», nos dice Sagara.
Francia inició el 11 de enero su intervención militar en Malí, a petición del presidente interino del país, Dioncounda Traoré, cuando los extremistas avanzaron hacia la localidad de Konna, a 60 kilómetros al noreste de Mopti. Mientras los islamistas iban ocupando pueblo tras pueblo, intentando capturar Bamako, la capital, imponiendo la shariá, y persiguiendo a los cristianos y musulmanes moderados.
Desde abril de 2012, el norte de Malí ha sido hostigado por una coalición de grupos armados integrados por Al Qaeda en el Magreb Islámico, el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental, y la organización islamista Ansar Dine, con raíces entre los tuaregs del sudeste del país. Los rebeldes destruyeron santuarios e iglesias, e impusieron la shariá a rajatabla, realizando flagelaciones públicas, ejecuciones y amputaciones.
La organización internacional Human Rights Watch señaló que los rebeldes también saquearon, y reclutaron niños soldados y violaron mujeres y niñas. Según la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, el reciente conflicto ha obligado a 250.000 personas a desplazarse. Mopti fue uno de los lugares en los que buscaron refugio los habitantes del norte, hasta que también fue ocupado.
Muchos integrantes de la minoría cristiana, que constituye el cinco por ciento de los 15,8 millones de habitantes del país, o bien huyeron de Mopti o bien se quedaron viviendo con temor durante la ocupación.
Un imán del lugar, Abdoulaye Maiga, nos dijo que nadie estaba a salvo de los extremistas, independientemente de su afiliación religiosa. «Todos somos víctimas de esos terroristas. Todos somos malienses y todos huimos juntos», declaró. Algunos de sus familiares habían tomado el vuelo que partía desde Gao, la ciudad más grande del norte de Malí. «Cuando mi familia llegó aquí trajo consigo a una familia cristiana, y les prestamos algunas de nuestras ropas, para que los terroristas los dejaran viajar sin problemas», explicó.
En Diabaly, otra localidad liberada, el pastor Daniel Konaté se preparó para su primer servicio cristiano desde que los islamistas fueron vencidos. El grafiti en una pared de la iglesia reza «Alá es el único» y las balas desparramadas por el piso sirven como recordatorio de la ocupación islamista.
«Convirtieron mi iglesia en una base militar», comenta Konaté. Durante la ocupación, él y su familia escaparon a una aldea ubicada a 20 kilómetros, volvieron cuando las fuerzas de Malí y Francia repelieron con éxito a los islamistas en Mopti, el pasado 21 de enero.
Pero Konaté todavía se pregunta cómo supieron los extremistas que este sencillo edificio era una iglesia, pues nada indicaba que se trataba de un templo. «Pensamos que algunas personas les pueden haber dicho que esto era una iglesia», dice Konaté, mientras 30 feligreses se congregan y el servicio religioso se inicia con la canción «No es Dios quien nos traiciona. Son los hombres los que traicionan a Dios».
Desde que los habitantes del lugar reconocieron entre las fuerzas islamistas a dos exsoldados de alto rango del ejército de Malí que solían estar apostados en Diabaly, los miembros de la comunidad creen que los combatientes islamistas contaron con apoyo local. Vecinos que antes convivían pacíficamente ahora sospechan los unos de los otros.
Durante la ocupación del pueblo, la pequeña casa de cuatro dormitorios de Pascal Touré, en las afueras de Diabaly, ocultó a 27 refugiados cristianos a quienes aterrorizaba que los persiguieran los ocupantes islamistas. «Parece obvio que algunos habitantes del lugar informaron dónde estaban los cristianos. Entre los lugareños, todos se conocen», nos explica.
Pero Touré, un cristiano que también enseña catecismo, está convencido de que buscar venganza no es una solución. Los refugiados se fueron de la casa de Touré y volvieron a sus hogares en Diabaly, «pero la vida en el pueblo no será la misma para los cristianos».
Sin embargo, algunos aquí aún recuerdan un pasado de paz, creyendo con optimismo que la vida volverá a ser como antes del conflicto. El musulmán Bakary Traoré, maestro retirado, es uno de ellos. «Tomaron a los cristianos como diana. Pero todo Diabaly ha sido víctima. Los islamistas no tuvieron tiempo de imponer la shariá, pero si lo hubieran hecho, todos habrían sufrido. No tuvieron éxito. Y ahora todos podemos vivir en armonía, como antes, como un solo pueblo», dice.