A esto hay que añadirle la nueva división en dos bloques (Occidente versus BRICS) que está llevando los conflictos hacia una especie de «guerra de trincheras», en la que no se avanza, y los acontecimientos se desarrollan de la peor manera posible. Hace tiempo que se han perdido prácticamente todas las posibilidades de diálogo y las decisiones se toman con urgencias, sin planificación y con demasiados intereses económicos de por medio.
Estados Unidos, dejó Iraq a finales de 2011, tras diez años de permanencia en el país. Lo invadió para echar del poder a Sadam Hussein, un dictador que mantenía sojuzgados, -generalizando-, a chiíes y kurdos. También para obtener el control sobre las reservas de crudo iraquíes. Durante la década que los estadounidenses permanecieron en el país aumentó la presencia de grupos yihadistas, que sembraban el terror entre la población con continuos atentados. Al principio contra las fuerzas de ocupación, pero más tarde implicaron a los dos grandes grupos religiosos: suníes y chiíes.
En el norte del país, los kurdos –relativamente tranquilos- cumplían con su labor de mantener seguros los campos petrolíferos de la zona. Erbil, la segunda población del Kurdistán iraquí, se convirtió en una rica y próspera ciudad, mucho más segura que Bagdad. Allí se han instalado centenares de estadounidenses y «empleados» internacionales que trabajan para compañías energéticas o para Organizaciones humanitarias.
En junio de este año, el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), un grupo terrorista escindido de Al Qaeda, tomó Mosul y Tikrit, declaró el califato del Estado Islámico (EI) y amenazó la estabilidad del gobierno de Bagdad y la seguridad de Erbil. Desde finales de julio EI se ha dedicado a perseguir a los seguidores de las religiones minoritarias de la zona por considerarlos infieles, entre ellos a los yazidíes, a los que acusan de adorar al diablo.
El presidente Obama no tomó ninguna decisión en ese momento sin embargo ahora, cuando el grupo extremista estaba a las puertas de Erbil, anuncia ataques selectivos para evitar una masacre contra la minoría yazidí. La segunda razón que ha ofrecido, seguramente la más creíble es la de proteger los intereses estadounidenses en esa zona. Una decisión que, en principio, aparenta estar poco planificada y de la que Obama parece estar seguro de su éxito, porque anuncia los ataques un jueves y se va de vacaciones familiares el sábado. Una actitud, como mínimo sorprendente.
Pocas horas después el gobierno francés, que acaba de terminar unas acciones militares contra yihadistas en Malí y otros países africanos, anuncia que enviará armas a los kurdos para que se defiendan. Por experiencia en las guerras de Oriente Medio, ignoramos siempre en qué manos van a terminar esas armas. Pasó con la oposición siria, libia y afgana y con parte del arsenal de Gadafi, que no pudo ser controlado y acabó en poder de los yihadistas en el Sahel, como ocurrió con otras armas que fueron a parar a los islamistas ultrarradicales en Siria o a los señores de la guerra en Afganistán y Pakistán.
Ucrania, de Maidán a la guerra civil
Lejos de esa región y con otros protagonistas, se desarrolla la guerra en el este de Ucrania. Todo comenzó en noviembre, en la plaza Maidan, con unas manifestaciones de grupos proeuropeístas. Los líderes europeos se lanzaron a apoyar a los manifestantes y a la oposición, aunque los que lideraban eran tan poco fiables como los que gobernaban.
La UE anunció grandes aportaciones económicas y la oposición consiguió echar del poder a Yanúkovich. Era la primera vez que Alemania, con demasiados intereses comerciales en la zona, tomaba las riendas de una crisis política internacional. En pocos días pareció solucionarlo todo, pero empezó una debacle que ha acabado con Crimea anexionada a Rusia, 298 personas atacadas cuando volaban tranquilamente hacia Australia y miles de ciudadanos huyendo de los separatistas y de los bombardeos del ejército, mandado por un gobierno que cuenta con el apoyo de occidente.
Líbia, del ataque de la OTAN a la violencia sectaria
En Líbia, casi tres años después de la muerte de Muamar el Gadafi, el país se adentra en una ola de violencia sectaria. Lo ha hecho durante todo este tiempo, pero se ha agravado en los últimos meses. En 2011, la OTAN atacó Libia y los países de la UE junto con Estados Unidos, apoyaron a los opositores al dictador, también sin saber quién estaba detrás.
Llegaron a reconocer que al desmembrarse el gobierno habían perdido algunos contactos básicos, pero apoyaron -como problema menor- a una oposición fragmentada y débil. La caída del regimen de Gadafi dejó en manos incontroladas miles de armas que han acabado en manos de Al Qaeda en el Magreb Islámico.
Hace un mes los grupos de inteligencia de varios países del norte de África detectaron una reunión de 6 grupos yihadistas en algún lugar del sur de Libia. Ante el agravamiento de la situación, los países occidentales han sacado a sus ciudadanos y esperan a ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
Gaza y Siria, bloqueados por las potencias
Gaza y Siria, añaden otros problemas que nos devuelven a la época de la guerra fría, a la política de bloques o la «guerra de trincheras diplomática». Rusia se pone del lado de Bashar al Assad y evita forzar la salida del dictador sirio, que lleva tres años masacrando a su pueblo. Occidente decide apoyar a una oposición dividida y aunque oficialmente no le ha dado armamento, lo cierto es que los rebeldes han recibido armas, y una parte de ellas ha llegado a manos del ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria).
También en este caso el gobierno de Erdogan, ha facilitado el trasiego de estos grupos armados por las montañas del kurdistán compartidas por Siria, Turquía e Irak. Hace un año Obama, igual que ahora, anunció como medida de urgencia atacar al gobierno de al Assad si seguía utilizando armas químicas contra la población. Unos días más tarde, la diplomacia rusa le ganó la partida a él y a la Unión Europea, y en una «triquilueña diplomática» Moscú evitó cualquier tipo de intervención militar extranjera.
Desde el primer momento se temió que el conflicto sirio saltara las fronteras y afectara a sus vecinos, principalmente Irak y Líbano. Nadie se movió y el problema ya se ha extendido.
En el último mes, ha resurgido el otro conflicto de la zona: Gaza. Ante los ataques impunes del ejército israelí, sobre la Franja, Estados Unidos se ha puesto de su lado, evitando cualquier medida internacional contra Tel Aviv. Los gobernantes europeos han callado.
Todos estos conflictos se frenan en el Consejo de Seguridad de la ONU o quedan pendientes de llamadas telefónicas entre líderes mundiales que solo miran su agenda electoral, su interés más inmediato o lo que es peor los intereses de las grandes multinacionales. Nada nuevo en el panorama político internacional, pero cuando actúan lo hacen tarde y mal. Apoyan y fortalecen a uno de los dos bandos enfrentados, sin tener en cuenta que, como ha ocurrido en más de una ocasión, pueden acabar devorando «la mano que les da de comer».
En Bruselas vuelven a sentarse a la mesa los 28, de nuevo con prisas y sin planes a largo plazo. Las urgencias de por sí, siempre son malas consejeras.