«La gente sabe bien que se necesitan grandes transformaciones frente al cambio climático y al agotamiento de recursos», dice Rob Hopkins, uno de los fundadores del movimiento Transition Towns, que reúne a los residentes preocupados en mejorar las calles y los barrios.
«Comencé con amigos y vecinos, preguntando: '¿Qué podemos hacer como personas comunes, sabiendo que nuestros gobiernos no van a resolverlo?'», nos cuenta.
Mientras, frente a un problema creciente de basura, los residentes de la comunidad sudafricana de Greyton procesaron los desechos y los colocaron en botellas de plástico para fabricar «ecoladrillos», un buen material de construcción con alta capacidad de aislamiento, que ahora se utiliza para edificar cuartos de baño.
En Portugal, donde el desempleo supera el 20 por ciento de la población económicamente activa y los salarios se deterioran, el movimiento ha lanzado iniciativas para limitar la circulación de dinero. En una pequeña localidad se prohibió el uso de monedas y billetes durante tres días, y los habitantes intercambiaron bienes y servicios.
«Podemos hacer que funcione», dice Hopkins, autor del libro «Power of Just Doing Stuff – How local action can change the world» (El poder de hacer simplemente algo. Cómo la acción local puede cambiar el mundo).
Ahora hay más de 1.000 comunidades involucradas en Transition Towns, movimiento voluntario y sin fines de lucro.
Estas inventan sus propias formas de reducir la dependencia de los combustibles fósiles, mientras aumentan su capacidad de resistencia y su autosuficiencia en alimentación, agua, energía, cultura y bienestar.
Según un informe de 200 páginas del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), divulgado el 30 de septiembre, las temperaturas registradas en el hemisferio Norte entre 1983 y 2012 fueron las más altas de los últimos 1.400 años.
El informe, redactado en forma muy cautelosa, detalla los últimos impactos observados, como los cambios en las precipitaciones y los eventos climáticos extremos. También confirma que esos y otros efectos se agravarán conforme se incrementen las emisiones de dióxido de carbono.
«Las ciudades tienen el papel más importante en los esfuerzos para una emisión cero», subraya George Ferguson, alcalde de la localidad británica de Bristol, con medio millón de habitantes.
«Bristol pone énfasis en el transporte a pie y en bicicleta, y tenemos planeado duplicar o triplicar la capa forestal. Queremos mejorar la calidad del aire y la salud de los residentes», nos dice.
Esta ciudad, una de las primeras en integrar el movimiento Transition Towns, es un laboratorio viviente para ideas y experimentos destinados a crear una «ecociudad» para todos, destaca el funcionario.
Entre las tres y las cinco de la tarde está prohibida la circulación de automóviles. Esto ha permitido que las calles hayan quedado libres y se usen como lugar de juego para niños y niñas.
Bristol también es un ejemplo en Gran Bretaña en materia de reciclaje, y tiene previsto crear una compañía municipal de energía sostenible.
A partir del año próximo, los niños y niñas aprenderán ecología en las escuelas. Se les enseñará a plantar árboles en sus barrios como parte de un esfuerzo anual para aumentar los espacios verdes de la localidad.
«Creo que los niños enseñarán a sus padres importantes lecciones ecológicas», augura Ferguson, quien recibe todo su salario en la moneda alternativa de la ciudad, llamada la libra Bristol, que solo puede gastar en negocios locales.
«Mi bicicleta, mis pantalones, mi comida y la peluquería, todo lo pago con la libra Bristol», señala.
Hay más de 400 monedas alternativas en uso en todo el mundo, y el número crece rápidamente en respuesta a la globalización y al dominio corporativo.
Si bien los residentes pueden pagar incluso sus impuestos en libras Bristol, las grandes cadenas de supermercados no las aceptan, señala.
Este verano, Bristol fue premiada por sus esfuerzos, al ser designada la Capital Verde Europea 2015, la primera ciudad británica en obtener ese reconocimiento.
«Lo que hacemos se puede aplicar en miles de ciudades y localidades, y nos divertimos mucho al hacerlo», señala Ferguson.
Saint-Gilles-Du-Mene es un pueblo rural en la noroccidental región francesa de Bretaña que decidió reinventarse como una comunidad productora neta de energía.
Hoy, utilizando biomasa, biodigestores, fuentes eólicas y solares y sistemas mejorados para el aislamiento de las viviendas, produce el 30 por ciento de su propia energía. Los residentes esperan que para 2025 puedan venderla también a otras comunidades.
«Nuestra transformación energética ha creado nuevos empleos y sinergias. Tenemos una nueva instalación para realizar videoconferencias y producimos nuestro propio biodiésel para los tractores agrícolas», explica Celine Bilsson, de la Comisión de Energías Renovables del pueblo.
Bilsson explica que su localidad se inspiró en el ejemplo de Güssing, poblado austriaco otrora pobre que fue el primero de Europa en utilizar completamente energía renovable a fines de los 90.
Güssing redujo su gasto energético un 50 por ciento gracias a una mejora de la eficiencia, y ahora gana millones de euros vendiendo energía renovable a otras comunidades.
«No perdimos el tiempo haciendo estudios. Simplemente reaccionamos. Ustedes deberían hacerlo mismo», aconseja Bilsson