El hecho de que nuestro estilo de vida y la forma en que nos hemos desarrollado tengan un enorme impacto sobre el ambiente no es nuevo. Pero el libro «Primavera Silenciosa», de Rachel Carson, abrió los ojos sobre este asunto, en especial en Estados Unidos, donde se publicó en 1962.
La Conferencia de Estocolmo fue, quizá, el principio de la toma de conciencia sobre el hecho de que desarrollo y ambiente deben atenderse en conjunto. En la primera Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro en 1992, se reconoció al deterioro ambiental como un asunto de interés global.
Las convenciones sobre Diversidad Biológica y Cambio Climático fueron redactadas en esas conferencias. También quedó claro que los países ya no podrían resolver sus problemas ambientales a escala nacional. Con la mayor conciencia, en especial en materia de recalentamiento planetario, se hizo evidente que lo que ocurre en una parte del planeta, tiene un impacto en otra.
A pesar de la declaración del entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en Río de Janeiro, sobre que «el estilo de vida estadounidense no se negociaba», el mundo se dio cuenta de que, en definitiva, tenía que ver con el estilo de vida de la gente. El paradigma del desarrollo que emergió fue de intensas emisiones de dióxido de carbono y de un derroche excesivo.
La medida de la huella ecológica global fue desarrollada en 1990 por el ecologista canadiense William Rees y el planificador regional, el suizo Mathis Wackernagal, en la Universidad de Columbia Británica. Fue una buena forma de saber cómo las acciones de una persona impactan en el planeta.
Desde la década de los 70, la huella ecológica supera la capacidad de regeneración del planeta.
El debate global de entonces y, en gran medida el actual, parece tender a que los cambios en las políticas y en la introducción de nuevas tecnologías pueden, de alguna forma, dejar una huella ecológica sostenible, pero es una noción ampliamente discutida.
En el centro del cambio necesario está la transformación que ocurre en la forma en que las personas se relacionan con el planeta y cómo producimos, consumimos y desperdiciamos recursos. El comportamiento de la gente no cambiará sólo con leyes, sino con ella misma actuando con sentido de responsabilidad. Y este sentido de responsabilidad está en el centro del concepto de ciudadanía.
La Ciudadanía Global emerge casi de forma natural de la comprensión del medioambiente y del desarrollo sostenible. La educación para el desarrollo sostenible (EDS) se convierte, por tanto, en el principio de la educación para la ciudadanía global (ECG).
Un ciudadano global no es alguien que pueda ser pasivo, sino que necesita aportar. A diferencia de los programas de educación formal, la EDS tiene el componente de acción necesario en sí mismo. En la sigla EDS se olvida una palabra tan importante como las otras tres: «para». Esta palabra plantea un objetivo que implica acción al final del proceso educativo. No se trata solo de aumentar la conciencia pública y el conocimiento sobre el desarrollo sostenible, sino, de hecho, de alcanzarlo.
La Iniciativa Mundial para la Educación Antes que Nada (GEFI, en inglés), del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se refiere a la ciudadanía global como uno de los tres conceptos clave que el mundo debe procurar en la educación. La ECG implica ampliar horizontes y mirar a los problemas desde otro ángulo. Los debates entre múltiples actores forman una parte importante del Programa de ECG. No es fácil comprender y experimentar distintos puntos de vista, aunque nos esforcemos,
El Centro para la Educación Ambiental (CEE), en Ahmedabad, India, junto con el CEE de Australia, ha lanzado el programa Ciudadanía Global para la Sostenibilidad, que implica conectar a niños y niñas de escuelas de diferentes países utilizando un tema vinculado con la naturaleza.
Por ejemplo, el Proyecto 1600 conecta ocho escuelas de la costa del estado indio de Gujarat, donde se ubica Ahmedabad , con otras tantas en el estado australiano de Queensland. A través de proyectos sobre el medioambiente marino, niñas y niños que viven en sociedades muy diferentes y con distintos grados de desarrollo comparan notas. El intercambio les obliga a comprender los temas desde distintas perspectivas, desde diferentes lugares del mundo.
Los intercambios en los que estudiantes están una temporada en países y ambientes muy distintos a los suyos también son una herramienta efectiva de la EDS. Además, la creciente conectividad ha abierto nuevas posibilidades al respecto que habrían sido impensables hace unos pocos años.
El trabajo sobre la EDS que se ha hecho durante la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014), liderado por la Unesco, junto a otras organizaciones en todo el mundo,ha sentado las bases para la CME. Todavía se trabaja para desarrollar herramientas que puedan medirla, al igual que en el propio concepto. El Instituto Brookings través de su Grupo de Trabajo Ciudadanía Global del Programa de Mediciones de Aprendizaje Grupo de Tareas 2.0 ha comenzado a trabajar en estas herramientas.
Así como el trabajo que se hizo en la década pasada sobre EDS ha permitido la creación de un sentido de responsabilidad hacia el planeta en la comunidad global, al mismo tiempo que se participa en el proceso de desarrollo, las continuas reacciones que recibe el programa y su propio fortalecimiento generan perspectivas específicas para la ECG,