Un siglo después la comunidad internacional sigue dividida. Para los armenios no hay duda de que el objetivo de las matanzas era «exterminarlos como pueblo»; aseguran que así lo demuestran los testimonios, informes y restos humanos hallados en el desierto sirio. Sin embargo, Turquía sigue evitando utilizar el término «genocidio» para referirse a lo ocurrido hace cien años en la península de Anatolía.
Las autoridades turcas reconocen que se produjeron masacres y deportaciones, pero insisten en que éstas se llevaron a cabo en un contexto de represión y violencia. «Era consecuencia del conflicto bélico», insisten, y niegan que hubiera cualquier tipo de intención de exterminar a un pueblo. Es más, acusan a las autoridades armenias de «engañar» a representantes políticos de todo el mundo.
Y es que el matiz semántico no es baladí. Si los hechos fueran considerados genocidio, estaríamos ante un delito con graves implicaciones legales y que además, no prescribe. Y no solo eso, al ser considerado como tal, Turquía podría tener que hacer frente a importantes compensaciones económicas. No obstante, desde Ankara recuerdan que los supuestos responsables de las redadas fueron juzgados nada más terminar la guerra, y que nunca fueron condenados por este motivo.
El giro de Alemania
Alemania era hasta ahora el estado europeo más reacio a considerar las matanzas de armenios crímenes contra la humanidad. Se trata de un país con una significativa comunidad turca y en el que la losa del Holocausto sigue pesando sobremanera y por tanto, el gobierno de Berlín prefería recurrir a los eufemismos. Durante casi un siglo se ha limitado a condenar las matanzas y las deportaciones, sin aplicar ningún calificativo a lo sucedido. Sin embargo, coincidiendo con la celebración del centenario, el presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert, sorprendía este viernes con una declaración de condena del «genocidio» armenio, por «el crimen masivo y la limpieza étnica».
Puede que al Gobierno de Berlín le hayan inspirado las palabras del Papa Francisco el pasado domingo recordando a las víctimas durante el sermón dominical. O puede que la resolución aprobada por el Parlamento Europeo hace una semana pidiendo a Armenia y a Turquía que retomen sus relaciones diplomáticas le haya animado a dar un paso adelante. «Independientemente de las palabras que usemos para describir esos acontecimientos terribles, no puede haber una negación de su realidad histórica», insistió Kristalina Georgieva durante el debate parlamentario.
Hasta ahora solo 23 países del mundo, incluyendo Rusia y muchos miembros de la Unión Europea, calificaban de genocidio la matanza de armenios. Otros como Grecia, Chipre, Eslovaquia o Suiza han optado por una fórmula intermedia: nadie habla de crímenes contra la humanidad pero se prohíbe la negación del genocidio, incluso con penas de cárcel. En España la cosa varía en función de la región; solo los Parlamentos autonómicos de Euskadi, Baleares, Navarra y Cataluña han aprobado una declaración para condenar los crímenes por considerarlos un genocidio.
Entre tanto en la península de Anatolía nadie olvida lo ocurrido hace 100 años. Este viernes han celebrado un acto en el memorial Tsitsernakaberd, en la localidad de Ereván, en el que el patriarca de la iglesia armenia ha canonizado al millón y medio de personas que fallecieron durante las matanzas y deportaciones. El acto ha contado con la presencia de los presidentes de Armenia, Rusia y Francia, aunque muchos han echado en falta una mayor representación internacional.
En su discurso Françoise Holland ha recordado que Francia, Gran Bretaña y Rusia «ya denunciaron estos crímenes contra la Humanidad y la civilización en una declaración conjunta el 24 de mayo de 1915»; es decir, apenas dos meses después de la masacre. También ha condenado todos los genocidios que surgieron a lo largo del siglo XX, después del armenio, como el sufrido por los cristianos en Oriente o el Holocausto judío. «La memoria no debe ser utilizada para dividir sino para unir» ha concluido el presidente galo.