Trata del desarrollo un tanto caótico, de la explotación de sus clases trabajadoras, de la mentira social y de la corrupción. De la violencia, descrita a veces como un nuevo «salvaje oeste». ¿Qué sabemos de China? 1.350 millones de personas, segunda potencia económica mundial, donde los trenes de alta velocidad surgen para enlazar ciudades futuristas y nuevos centros financieros. Un sistema que duda entre la estabilidad confuciana y la evolución vertiginosa.
Un crecimiento medio anual del 10 % entre 1990 y 2005, ahora ralentizado. Unas clases medias ya poderosas y volcadas al consumo. Se afirma que 600 millones de chinos han dejado de ser pobres, aunque las desigualdades, la corrupción, los abusos de poder y la represión periódica de la disidencia persistan. También una buena dosis de desorden urbanístico, frecuentes agresiones al medio ambiente y al mundo rural. Una contaminación de nivel superlativo en las grandes ciudades paralela a la existencia de lo que han llamado «pueblos del cáncer», donde la incidencia de ese mal es altísima debido a la polución (El País, 28/02/2013). Nos llegan noticias frecuentes de ese problema, junto a otro que preocupa a la sociedad china en su conjunto: la corrupción, de la que trata también la película citada.
En días recientes, la prensa europea ha hablado -de nuevo- de investigaciones por corrupción en la cúpula. En verano, el juicio muy mediatizado de Bo Xilai pudo ser seguido en abierto, para dar ejemplo de apertura en un habitual «sistema opaco y manipulable» (Le Monde, «Bo Xilai ou le procès paradoxal», 24/08/2013). La vinculación de su esposa, Gu Kailai, con el asesinato de un ciudadano británico, Neil Heywood, y los aspectos turbios de sus negocios, han constituido quizá el proceso judicial de mayor trascendencia pública desde el relativo a la Banda de los Cuatro, al final de la Revolución Cultural.
Gu Kalai, dicen, envenenó a Heywood, uno de sus testaferros, tras comprar una propiedad de 2,2 millones de euros en Cannes. El británico habría exigido una comisión demasiado elevada para mantener su silencio. Riqueza, mentiras, sobornos, sexo, asesinato y corrupción, en un proceso en el que se dejaron oír voces reclamando transparencia sobre el patrimonio de los «de la nobleza roja».
Para Brice Pedroletti, corresponsal de Le Monde, este carácter abierto de un juicio tan significativo es más «un cálculo táctico que la muestra de una voluntad de reforma». La censura funciona contra quienes denuncian la corrupción, pero no falta una cierta sociedad civil contestataria. Se expresa a través de algunos medios desde el interior o desde los medios taiwaneses o de Hong-Kong. En octubre un periódico provincial de Guangzhou se atrevió a pedir en primera página la libertad de uno de sus periodistas encarcelado por denunciar otro caso de corrupción de autoridades locales.
Zhou Yongkang, que fue máximo jefe de seguridad nacional, está siendo investigado. No podemos saber mucho más, excepto que su poder llegó al cénit durante la anterior presidencia de Hu Jintao. El presidente actual Xi Jinping promete luchar contra los abusos. Leemos que también el máximo responsable de empresas estatales está entre los altos funcionarios ahora acusados.
Tensiones territoriales, corrupción y represión cultural
Desde nuestra perspectiva distante, es difícil saber qué hay de moderna lucha contra la corrupción y cuanto de viejos reflejos, de tensiones entre dirigentes. China se moderniza en algunos planos. Parece inalterable en otros. Las desigualdades sociales y territoriales persisten. Los maoístas chic han convertido a su país en el tercer mercado mundial de Ferraris de lujo, después de EEUU y Alemania. ¿Qué esconde eso? Volvemos a lo que muestra el filme de Jia Zhang Ke. El PIB por habitante fue de 22.240 dólares en las provincias costeras (Shanghai, Jiangsu, etcétera). 36.000 dólares en Hong-Kong. Apenas 3.100 dólares en los territorios más alejados de la prosperidad, donde a la pobreza se suman las tensiones étnicas. ¿Tiene, entonces, sentido hablar de renta per cápita media?
El escritor Hung Huang (The New York International Weekly (en español), 19/12/2013) habla también del lenguaje críptico del poder. «Las cosas importantes se anuncian con eufemismos: los esfuerzos para luchar contra la corrupción son capturar tigres y aplastar moscas». Al parecer, esos términos se refieren a los altos y pequeños funcionarios. La cita me recuerda mis lecturas adolescentes del Libro Rojo de Mao: «Las fuerzas espontáneas del capitalismo han venido aumentando diariamente en el campo» (Citas del Presidente Mao Tsetung, Pekín, 1972). El cinismo político se sigue escondiendo en frases como «las cuatro modernizaciones» o las «ocho glorias y ocho vergüenzas».
Hung Huang dice que los chinos tienen actas de propiedad de sus viviendas, aunque los terrenos en los que se asientan siguen perteneciendo al Estado. Consecuencia frecuente: «La expulsión forzosa de familias de sus propiedades que provoca conflictos sociales y revueltas durante los últimos cinco años. Las autoridades locales echan a los agricultores de sus tierras para poder vendérselas a los promotores. Cada semana aparece en todas las redes sociales una historia horrible sobre expropiaciones».
A estas y otras tensiones sociales, debemos añadir las étnicas. China dista de ser uniforme. El método del poder central consiste en incrustar pobladores de la etnia mayoritaria (han) en regiones como Tíbet o Xinjiang (donde viven los uigures, musulmanes de idioma emparentado con el turco), en Mongolia Interior (donde los mongoles son ya clarísima minoría frente a un 75 % de chinos). Esas minorías disfrutan de una autonomía teórica.
«A pesar de las nuevas libertades que tibetanos y uigures conquistaron en la China 'normalizada' de Deng Xiaoping, al final de la década de 1970, el imperio rojo los sigue sometiendo a un régimen cada día más particular y eficaz: se caracteriza por la vigilancia y la represión militar y policial; la colonización han (etnia china mayoritaria); un tratamiento castrante de la religión y un grado de aislamiento del resto del mundo muy superior al de la China considerada más 'abierta'.
La región autónoma del Tíbet, por ejemplo, exige a los extranjeros un permiso especial, además del visado chino» (Le Monde, 11/07/2013). En esos territorios, las revueltas y manifestaciones contra el poder de Pekín son recurrentes; a veces saldadas con decenas o hasta 200 muertos, como en el caso de la capital uigur de Xinjiang, en 2008. Además, centenares de periodistas, internautas, gentes del mundo de la cultura y ciudadanos anónimos, fueron detenidos. Una parte condenados a largas penas de cárcel.
El intelectual chino Wang Lixiong, crítico con el poder, declara que los resultados de esa represión periódica son siempre contraproducentes. Las inversiones económicas en esos lugares apartados benefician a las elites locales vinculadas al aparato «comunista». Precisamente Zhou Yongkang (antes citado) fue responsable del territorio uigur (Xinjiang). Corrupción y represión se muerden la cola en diversas áreas. En Xinjiang, las autoridades denuncian a los «terroristas, extremistas y separatistas» vigilados allí por centenares de mini-cuartelillos de policía. Los chinos han son ya el 40 % de los habitantes de Xinjiang y para casi todos ellos los uigures y su cultura son algo lejano e incomprensible.
En Tíbet, el síntoma del sufrimiento de la población autóctona son las autoinmolaciones: unas 120 en 2009. En 2013, hasta mayo se contaban 119. La poetisa china Tsering Woeser, que sufre períodos de confinamiento domiciliario en Pekín, ha descrito la represión de los tibetanos. La renuncia del Dalai Lama y las negociaciones de años recientes, entre los dirigentes tibetanos del exilio y Pekín, no parecen haber dado fruto. Algunos indicios de apertura hacia la solución negociada no se han concretado.
En la revista Asia Weekly (9 de junio), la directora de asuntos religiosos y étnicos del Partido Comunista Chino, Jin Wei, sugería un giro hacia la comprensión de «los sentimientos de millones de tibetanos». Susurraba la posibilidad de permitir al Dalai Lama (78 años) instalarse en Hong-Kong. Quizá algo se mueve a la espera de la muerte del símbolo con tantos lazos occidentales.
Disidencia intelectual, periodismo rebelde y malestar social
Algunos intelectuales, como el artista disidente Ai Weiwei, o blogueros, como Zhu Ruifeng, que ha podido difundir pruebas filmadas de la corrupción de los dirigentes (TNYTW, 28/02/2013), muestran los límites de la libertad de información en China. Sin embargo, no es una sociedad completamente cerrada. Pero la tensión entre la clase dirigente, ligada al PCC, y unas ciertas capas más jóvenes, ilustran otras dificultades. Las autoridades han creado la red Weibo para sustituir a Twitter. Siguen temiendo la expresión del descontento y que una información descontrolada se traduzca en contestación social. Se admiten ciertas válvulas de escape. Sirven para captar el ánimo social, pero también para prevenir una especie de revolución árabe en China.
«La línea roja para los líderes chinos es la movilización de masas. Pero están dispuestos a tolerar la disidencia individual», afirma el experto indio Arvind Subramanian («Children of the Revolution», India Today, 8/10/2013). Y luego está Hong-Kong, donde existen medios audiovisuales y publicaciones prohibidas en el resto de China, pero que llegan a muchos por medio de la Red.
Los periodistas y personajes de todo tipo que luchan contra la censura conforman uno de los más interesantes aspectos de la China actual. Su creatividad activista para denunciar escándalos o la epidemia del síndrome respiratorio agudo, que las autoridades trataban de ocultar, o el accidente mortal del hijo del jefe de gabinete del anterior presidente en un Ferrari, con dos chicas semidesnudas, pueden servir para ilustrar los límites de la censura. En el caso anterior, la pregunta inmediata de muchos chinos fue, ¿de dónde sale ese nivel de vida?.
En El País, José Reinoso describe a los nuevos niños de papá («Principitos rojos fuera de la ley», El País, 27/04/2013) odiados por la gente por su arrogancia: «El auge de Internet y los teléfonos con cámaras de foto y vídeo han hecho imposible ocultarlos y los líderes exigen cada vez más responsabilidades a las clases dirigentes, conscientes de que los abusos y la corrupción son una causa creciente de malestar social y una amenaza para la supervivencia del PCCh».
Porque junto a esos niños del maoísmo chic, un tercio de los habitantes de Pekín vive en lugares de fortuna. Casi un millón en espacios mínimos situados en los refugios subterráneos construidos durante la guerra fría. Los llaman «la tribu de las ratas» o «las hormigas». Son vigilantes nocturnos, camareros, empleados de restaurantes, jóvenes llegados del interior y que pagan alquileres de menos de 90 euros por 8 m2 bajo tierra, con aseos precarios y colectivos. Un plan en marcha prevé desalojarlos, pero nadie tienen claro cuál será su alternativa (Le Monde, 7-8/04/2013).
La revista iSun Affairs, editada en Hong-Kong por quien llaman el Ciudano Kane chino, Chen Ping, tiene 40.000 lectores en Hong-Kong, Macao y Taiwan. En el resto de China, hasta 120.000 que descargan su versión PDF utilizando diversas maniobras informáticas, más otros «centenares de miles de lectores secundarios» (Le Monde, 16&03/2013). La paradoja es que el poder siempre surge de un PCCh con oscuros mecanismos de renovación de los dirigentes y en una sociedad en la que no siempre es fácil, ni posible, conocer el origen de la fortuna de los Citizen Kane de turno.
Comunidades exteriores, disputas territoriales y nuevas guerras frías
Las comunidades chinas, de diverso origen chino, son numerosas, se estiman en –al menos- 50 millones de personas en todo el mundo. En algunos casos, sobre todo en Asia, son comunidades asentadas históricamente. En EEUU se relacionan con la construcción del ferrocarril y el siglo XIX. En Francia, hay una migración china ya anterior a la segunda guerra mundial. La comunidad china en España pasó de 677 residentes legales en 1980 a 28.600 veinte años después, unos 200.000 en la actualidad.
Pasó el tiempo en el que todos trabajaban en restaurantes o microcomercios. En un reportaje de El País Semanal (15/12/2013) se refieren al guanxi, concepto que abarca las conexiones y lealtades personales. Pero al contrario de lo que se cree no siempre tienen una relación cercana en el tiempo, directa, con el país de origen, aunque el sentido de comunidad sea en general muy fuerte.
Uno de los aspectos más señalados de la acción exterior china tiene que ver con África. Queda el reflejo del antiimperialismo común y la oposición a los viejos poderes coloniales europeos. Hoy día, sin embargo, el aumento de los intercambios comerciales, las inversiones de China y sus necesidades de ciertas materias primas africanas, para sostener su propio desarrollo, conforman un puzle contradictorio.
A principios de la pasada década, Hu Jintao decía: «Los pueblos africanos y el chino tienen lazos de igualdad, sinceridad y amistad, se apoyan en un desarrollo común» (Le Monde Diplomatique, «La Chine est-elle impérialiste», septiembre 2012). Los dirigentes chinos se encuentran en la dificultad de mantener esa imagen de hermandad, cuando sus necesidades materiales les impulsan a actuar como las viejas potencias europeas del pasado. Sus prioridades como potencia y hacia su ciudadanía no permiten la relación ideal.
China también se expande hacia los mercados africanos. El sudafricano Jacob Zuma advertía la contradicción: «El compromiso de China con el desarrollo de África ha consistido, sobre todo, en aprovisionarse de materias primas. Se trata de un tipo de relaciones que no es sostenible a largo plazo» (Zuma warns on Africa's trade ties to China, Financial Times, 19/07/2012). Las empresas chinas de infraestructuras invirtieron 153.800 millones de dólares en 2012. China cuenta con un discurso occidental -con frecuencia, hipócrita- ante los derechos humanos. Pekín invierte sin preguntar por la democracia.
China es ya el mayor prestamista de África y su principal socio comercial. Y China invierte en países considerados de alto riesgo para y por Occidente (Sudán, Zimbabwe, Sierra Leona). Las acusaciones de desprecio al comercio local, a una mínima decencia en las relaciones y el desprecio al medio ambiente están haciendo mella en el ánimo africano. «África y China han vivido una historia de amor durante una década, sin embargo esa luna de miel ya ha terminado», declara Ana Alves del South African Institute for International Affaires (Le Monde, 24-25/03/2012). El término «nuevo imperialismo» resurge en África de vez en cuando.
Pero es en Asia donde China muestra su nervio mayor. No puede ser indiferente a su vecino y pro ahijado, Corea del Norte. Recientemente, calificaba como «asunto interno» la ejecución de Jang Song-thaeck, tío del tiránico Kim Jong-un. Corea del Norte es la mayor demostración de que la vieja y las nuevas guerras frías implican hoy quizá más a China que a la Federación Rusa. Pekín parece tener voluntad de mantener el statu quo. Las incógnitas norcoreanas son tan grandes que los dirigentes chinos no parecen mover un dedo y desean «la estabilidad» de lo que alguien llama «el reino ermitaño».
En noviembre, China pareció sorprenderse por la reacción de Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, que han dejado claro que ignorarán la decisión de Pekín de establecer una zona de control aéreo sobre las islas de Diaoyu/Senkaku, que Japón considera suyas. Sobre islotes y pequeños archipiélagos, China tiene disputas similares con Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei (La Vanguardia, 30/11 y El País, 29/11/2013).
La política exterior china está normalmente alejada de aventurerismos, tiende casi siempre al statu quo. Por eso los brotes periódicos de nacionalismo/reivindicaciones territoriales históricas sorprenden; pero China mantiene latentes contenciosos territoriales con casi todos sus países vecinos (también sobre Mongolia o sobre provincias enteras de la India). Y hay que recordar como antecedentes los fuertes choques armados China-Vietnam, que tuvieron lugar a saltos entre 1979 y 1984, además del conflicto bélico por disputas fronterizas con la URSS, en 1969 (Rusia y China, frente a frente, Gabriele Paresce, Ediciones Clio, 1972). Entonces hubo centenares de muertos y aquel conflicto solo pareció desvanecerse años después, tras una reunión de Boris Yeltsin y Yiang Zemin, a finales de 1999 (ABC, 10/12/1999).
Pero algunos ejemplos ilustran sus debilidades, que vienen de lejos. El primer portaaviones chino, el Liaoning, fue cedido a Ucrania cuando se disolvió la URSS. Fue construido entre 1985 y 1988, en un 70 % solamente, y su mercadeo, remolque y llegada azarosa a China, tras ser retenido 16 meses en Turquía en el Mar Negro, por parte de las autoridades turcas, ilustra los límites de que hablamos. Presentado como «chino» y nuevo, solo en noviembre de 2012 pudo experimentar el aterrizaje de un caza en su cubierta. No parece muy prometedor.
En la disputa estratégica, China y EEUU mantienen una mezcla de mutua desconfianza y mutua colaboración. Pekín es el mayor poseedor de deuda estadounidense, pero choca en los escenarios comerciales, en las alianzas con países del Pacífico. Las disputas coreanas, de Japón, Filipinas y Taiwán, no son las únicas. China muestra nuevos símbolos, contradictorios, de su potencia. La sonda china «Chang E3» ha alunizado, permitiendo a su robot Yutu que explore unos pocos kilómetros cuadrados de territorio lunar. China planea enviar un viaje tripulado a la Luna en 2020. Pero leemos en la letra pequeña que esa hazaña sólo ha sido posible con el apoyo de la Agencia Europea del Espacio.
Los episodios de la ciberguerra EEUU-China marcaron un hito de tensiones entre dos potencias que tienen tantos motivos de desconfianza como incitaciones a la colaboración. China es el mayor propietario de bonos del tesoro estadounidense, al tiempo que –según EEUU- tiene una unidad secreta del Ejército Rojo dedicada al espionaje y los ataques informáticos. Los capítulos Assange-Snowden-NSA ilustran que la ciberseguridad es parte inseparable de la nueva guerra fría multipolar.
China desacelera
Un cierto modelo chino parece agotado. El desarrollo económico ha producido una perestroika oriental políticamente reducida. En 2012, el crecimiento chino fue el más lento en 13 años. Abundan los conflictos laborales relacionados con los bajos salarios. La fábrica del mundo trata de reconvertirse en algo más que en producción barata para la exportación. Shanghái estrena la primera zona de libre comercio del país, un experimento económico que entrará parcialmente en competencia con Hong-Kong. El sistema político interno ha servido a ese modelo, pero no podrá permanecer inmune a los cambios que ha generado. «Actualmente, Xi Jinping y Li Keqiang (primer ministro) saben que deben lograr cambios significativos, porque si no se encontrarán con el fin de su mundo» (Zhang Ming, universidad de Pekín, citado en Le Figaro 13/03/2013).
El peligro no es únicamente social y político, sino también económico y financiero. China ralentiza también con la perspectiva de «un aterrizaje brutal», según el profesor Minxin Pei (Le Monde, 14-15/07/2013), que en verano decía: «El perfil de riesgo financiero actual de China se parece mucho a los de Tailandia, Japón, España y Estados Unidos antes de sus respectivas crisis financieras». Si llegara lo que el mismo Pei señala como «instante Lehman», el parón o deterioro económico deslegitimaría al PCCh y a sus dirigentes.
El Director del Observatorio de la Política China, Xulio Ríos, habla de «modernización autoritaria» y advierte: «Una China poderosa presa del inmovilismo, con la ley en régimen de cuarentena y asentada sobre una inmensa riqueza que sugiere beneficios astronómicos a la oligarquía en detrimento de las aspiraciones de la mayoría social está inevitablemente abocada a la inestabilidad» (El París, 2/04/2013). Para prevenirla, China prepara cambios fundamentales, como el fin de la política del hijo único ya que la tasa de fertilidad está bajo el índice de renovación de la población Y se expresa la voluntad de reforma de una cierta legislación penal. Cientos de miles personas siguen en campos de reeducación, que las autoridades dicen querer sustituir paulatinamente. ¿Será entonces el turno de la pena de muerte?
Hubo cambio de timonel este año con la llegada de una nueva generación de dirigentes. «La falta de indicios de reformas políticas por parte del Gobierno del presidente Xi Jinping aumenta todavía más las probabilidades de que haya una gran crisis en los próximos años» Timothy Garton Ash (El País, 27/09/2013). Crecimiento menor, multiplicación de la contestación social, burbuja financiera en ciernes, gobiernos locales fuertemente endeudados y con empresarios y promotores opuestos a atajar una financiación fluida, como hasta ahora, no son un buen cóctel.
Tampoco la corrupción, ni el urbanismo desordenado, ni la extensa contaminación, ni la distancia entre ricos y pobres. Y en China no faltan movimientos para «reactivar» la Constitución china (21/02/2013, TNYTW), que no ven cumplidos sus postulados escritos en lo que se refiere a los derechos de los ciudadanos. Los dirigentes saben que los cambios significativos son ya imprescindibles.