Se estima que a finales de octubre había 375 inmigrantes detenidos en estos centros. Entre ellos había 33 niños y niñas, incluidos por lo menos un pequeño de un año, y tres que no estaban acompañados por ningún adulto.
Ciudadanos georgianos y rusos de origen checheno constituyen la mayor parte de los inmigrantes en Polonia, aunque en los últimos tiempos los sirios también tienen una presencia significativa en los centros de detención.
Quienes realizaron la huelga de hambre, principalmente georgianos y chechenos, reclamaban mejores condiciones en los campamentos, pero también cuestionaban el uso de la detención como medio de abordar el espinoso asunto de las migraciones.
La protesta fue coordinada en cuatro de los campamentos: Lesznowola, Bialystok, Biala Podlaska y Przemysl. Duró pocos días y finalizó cuando organizaciones humanitarias visitaron esos centros y prometieron trabajar con sus autoridades para mejorar las condiciones de vida.
Los campamentos de detención de Polonia funcionan bajo la órbita de la Guardia Fronteriza Nacional desde 2008, y las condiciones en cada uno varían ampliamente.
Lesznowola, ubicado en un bosque a 15 kilómetros al sur de Varsovia, en un ex complejo militar, conocido por sus malas condiciones. Biala Podlaska, en la oriental localidad homónima, cerca de la frontera con Bielorrusia, es una instalación moderna, construida en 2008 y financiada casi totalmente por la UE.
A primera vista, los dos campamentos no podrían ser más diferentes. Los estrechos corredores de Lesznowola son reemplazados por espacios brillantes y pintados recientemente en Biala Podlaska.
Quienes están al frente de Lesznowola no hablan ni inglés ni ruso, y contrastan mucho con el equipo altamente comunicativo (que también cuenta con traductores) que dirige Biala Podlaska. En este último, el personal vestido de uniforme circula por los corredores exhibiendo sonrisas profesionales.
Biala Podlaska también posee una cancha de fútbol, mientras que Lesznowola apenas tiene planes para construir una en una parte de su patio de hormigón rodeado por muros en cuya cima hay alambres de púa.
Pero al entrar en cualquiera de esas instituciones, queda claro rápidamente que, para quienes viven tras las rejas casi todo el tiempo (a excepción de la hora de la comida, de los ejercicios y de las ocasionales actividades educativas), la situación es exactamente la misma.
Ante el primer sonido que indica que se aproximan visitantes, adultos y niños sacan sus cabezas de las celdas que dan al pasillo, con sus manos y rostros pegados a las rejas, curiosos, esperando. Incluso una visita mundana se convierte en todo un acontecimiento en un lugar donde nunca ocurre nada.
Pateados «como una pelota»
La iraní Leila Naeimi, de 36 años, fue liberada a comienzos de octubre, tras pasar dos meses en Lesznowola, y tiene duras palabras para referirse a las condiciones de vida en el campamento. «Por todas partes una ve solo muros, en todas partes los guardias están con nosotros y nos tratan como animales», nos dijo.
Los guardias realizan inspecciones diarias a las 06:00 de la mañana, entrando en las habitaciones sin siquiera llamar a la puerta, agregó.
Naeimi, que huyó de Irán por temor a ser llevada ante la justicia a causa de su activismo por los derechos de las mujeres, dijo haber sido a menudo blanco de comentarios sexualmente abusivos por parte de los guardias fronterizos, tanto a su llegada a Polonia como en el centro de detención.
Los productos básicos de higiene nunca eran suficientes y los alimentos eran de mala calidad. Sin embargo, su mayor queja tiene que ver con la actitud de la UE hacia los inmigrantes en general. «Pueden enviarte de un país a otro cuando quieran. Piensan que pueden jugar con la vida de la gente. como si yo fuera una pelota que pueden simplemente patear» dice. «Nosotros necesitamos vidas normales. No nos habríamos ido de nuestros países si las cosas hubieran estado bien allí. Yo he tenido demasiados problemas solo por ser iraní», se lamenta Naeimi.
Osman Rafik, un pakistaní de 33 años que cuando era entrevistado por nosotros estaba detenido en Bialystok, ya lleva ocho meses en el campamento, pero decidió no unirse a la huelga de hambre, argumentando que sus objetivos eran demasiado «ambiciosos» y «diversos».
Cuando se quejó de las condiciones del campamento, e incluso nos pidió ayuda para tener medicinas, su preocupación principal no era denunciar la vida cotidiana allí, sino la naturaleza arbitraria de las políticas sobre migraciones. «Nos siguen preguntando por qué vinimos a este país si somos de Pakistán, pero deberían entender que no somos criminales simplemente porque cruzamos las fronteras hacia Europa», plantea.
«Me gustaría quedarme en Polonia si me liberaran. Después de todo, ya he pasado casi un año en este país, y la vida no es tan larga, la gente vive una media de 50 años . Ellos (las autoridades de inmigración) ya se han llevado un año de mi vida», continua.
«No podemos volver a Pakistán, tenemos problemas allí, pero las autoridades de aquí no entienden que nos tratan a todos igual, tengamos problemas en nuestro país o no».