Este bienvenido impulso se debe a John Kerry, su secretario de Estado. «Estados Unidos no se puede dar el lujo de permanecer al margen», ha dicho el canciller. Ha realizado seis viajes a Oriente Medio y sostenido innumerables conversaciones con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas.
Las negociaciones se abrieron el 29 de julio y Kerry espera que en nueve meses lleguen a un amplio acuerdo que cumpla con sus objetivos.
Israel ha violado de forma constante principios básicos del derecho internacional y disposiciones del Cuarto Convenio de Ginebra relativo a la protección de los civiles . También ignora 87 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, que condenan los asentamientos judíos y exigen su desmantelamiento así como el retiro de los territorios ocupados.
La comunidad internacional considera ilegales esas colonias. Más de 200.000 judíos israelíes han ocupado Cisjordania por esta vía. Pero Netanyahu no se ha detenido y ha ignorado la demanda de Obama de suspenderlos.
En Jerusalén oriental, territorio palestino, el gobierno israelí ordenó construir edificios y desalojar a familias palestinas de sus viviendas para alojar a colonos judíos.
La intención de convertir Palestina en Estado judío, con la expulsión de los árabes, se remonta a los años 30, con el éxodo judío a ese territorio que se encontraba bajo mandato británico, promovido desde Londres por el líder sionista David Ben-Gurión, luego primer ministro (1948-1954 y 1955-1963).
El plan sionista era crear el Gran Israel. Sus sucesores cumplieron poco a poco esa meta. Con la Guerra (preventiva) de los Seis Días, el territorio israelí se extendió en 1967 a toda Palestina, ocupando Gaza y Cisjordania y también los Altos del Golán, en Jordania, y el Sinaí egipcio.
El primer ministro Ariel Sharón (2001-2006) puso en marcha el plan de asentamientos judíos para apropiarse de esas tierras. El régimen colonial que impone Israel y los ataques militares a Gaza, en respuesta a los cohetes lanzados por Hamás (Movimiento de Resistencia Islámica) y otros grupos, son devastadores.
Israel mantiene el control militar y los retenes, prohíbe a los palestinos el uso de la red de caminos, exclusiva para los colonos, y construyó un Muro de Separación en territorio cisjordano, a lo largo de su frontera, anexionándiose un 10 por ciento más de esas tierras.
La Corte Internacional de Justicia declaró ilegal el muro y exigió su demolición en 2004. El expresidente estadounidense Jimmy Carter lo comparó con el apartheid.
Estados Unidos no se opone a esa política ilegal e impide que la ONU la sancione. Israel es el mayor receptor de su ayuda, económica y militar.
Washington ha vetado más de un centenar de resoluciones condenatorias para Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esa defensa a ultranza contribuye a la incapacidad del foro mundial para sancionar el total desacato israelí a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional, que sería motivo de expulsión.
La Knesset, parlamento unicameral israelí, aprobó en 1980 una ley para la anexión de Jerusalén oriental, territorio palestino, con la pretensión de convertir en capital de Israel a la ciudad santa de musulmanes, católicos y judíos.
Para el actual primer ministro Netanyahu, del derechista partido Likud, son anatema los temas clave que deben discutirse en las negociaciones de paz: fronteras, estatus de Jerusalén y regreso de los refugiados a los lugares de donde fueron expulsados, hoy Estado de Israel.
Las negociaciones serán en extremo difíciles, pero Israel está hoy más solo que nunca.
La Unión Europea acaba de prohibir, a mediados de julio, todo acuerdo con Israel que implique su participación en los territorios ocupados en 1967. Netanyahu respondió con ira: «No aceptamos dictados externos en relación con nuestras fronteras», asuntos que solo serán resueltos en negociaciones directas entre las partes.
La decisión de la UE también afecta a Estados Unidos: los aliados ya no comparten su defensa a ultranza de Israel. Los presidentes de Estados Unidos nunca se han ocupado de la tragedia palestina, su prioridad es Israel.
Solo Obama, en un magistral discurso que pronunció en El Cairo en junio de 2009, se refirió al «innegable sufrimiento» de ese pueblo y a su desplazamiento «como consecuencia de la creación del Estado de Israel». Calificó su situación de «intolerable» y prometió no dar la espalda a su «legítima aspiración». Hasta ahora son solo palabras.
La responsabilidad de Washington es inmensa y ha perdido terreno frente a la comunidad internacional.
Una amplia mayoría mundial está con Palestina, nuevo miembro de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) desde 2011, y Estado observador de la ONU desde 2012, en capacidad de llevar sus quejas a la Corte Penal Internacional.
El mundo quiere el fin de ese conflicto pues ha causado la pérdida de muchas vidas y el sufrimiento de un pueblo que nada tuvo que ver con el Holocausto.
La tarea de Kerry es muy difícil. En su país las organizaciones sionistas son poderosas, y los grupos y entidades judíos en el mundo de seguro se opondrán a todo aquello que afecte a Israel.
Solo una decisión firme de Estados Unidos, aliado y generoso benefactor, podrá convencer a su baluarte en Oriente Medio de que la paz es necesaria, pero solo se logrará realmente con justicia.