Según este discurso, estas estrategias ayudarían al mundo en desarrollo a integrarse más profundamente a las cadenas de valor mundiales, dado que pueden importar a precios más baratos y, por lo tanto, exportar de modo más competitivo.
Sin embargo, mirado de cerca, el panorama no es tan simple.
Las cadenas de valor mundial no son un concepto nuevo. Han formado parte del comercio desde la colonización, cuando los países en desarrollo eran los proveedores de materias primas al mundo industrializado para que fueran usadas de varios modos, incluida la producción de mercancías sofisticadas.
Es verdad que actualmente estas cadenas de valor se están expandiendo, simplemente a causa de la proliferación por todo el planeta de las corporaciones transnacionales, la mayoría de ellas con sede en países ricos. Pero también hay algunas originarias en estados en desarrollo, que usan suministros de todo el mundo para llevar a cabo sus varias funciones.
Sin embargo, los países en desarrollo se sitúan de un modo diferente en las cadenas de valor mundiales. Algunos tienen parte en las secciones de alto valor añadido, pero no la mayoría. No todos los actores pueden beneficiarse equitativamente de su participación en estas cadenas de valor.
Todo depende de cómo se alinea un país en términos de capacidad tecnológica, de la profundidad de sus capacidades manufactureras, de lo desarrollados que estén sus sectores de servicios, el tamaño de sus empresas, su pericia en materia de gerencia y su capacidad para cumplir con los estándares de los mercados internacionales, por nombrar unos cuantos criterios solamente.
Debido a estas y a otras limitaciones, los países en desarrollo pueden abrirse e integrarse más, pero la calidad de su integración puede no ser realmente beneficiosa.
Como señala Rashmi Banga en su estudio «Measuring Value in Global Value Chains» (midiendo el valor en las cadenas de valor mundiales), publicado en mayo, los países pueden estar vinculados, pero eso no necesariamente significa que vayan a obtener ganancias.
En estas cadenas, hoy el valor se captura en la etapa conceptual y de diseño, donde tener la tecnología es importante, así como en las ventas finales y el mercadeo. Sin embargo, la mayoría de los países en desarrollo no se llegan a este punto.
Generalmente estos estados se encuentran en el sector de menor valor manufacturero de la cadena de valor e, incluso entonces, esto ocurre con algunos, no con todos.
La mera liberalización no modernizará las capacidades de suministro tecnológico o de servicios.
Un acuerdo de facilitación comercial, acelerando el ingreso de importaciones a través de una variedad de procedimientos aduaneros, algunos de los cuales son muy costosos y administrativamente intensivos, tampoco será la fórmula mágica para catapultar a los países en desarrollo hacia la competitividad a escala mundial.
En resumen, no hay atajos.
En cualquier caso, la pregunta central para el Sur no tiene que ver con pertenecer a estas cadenas a cualquier coste. La pregunta real es cómo puede profundizar sus capacidades de producción, a fin de poder recabar una mayor parte del valor añadido.
Para lograrlo, se debe seguir el camino del desarrollo de la industria, la agricultura y los servicios.
Necesitamos una transformación estructural en la industria si queremos que nuestras capacidades de manufactura vayan más allá de ser líneas de ensamblaje, mayores capacidades de producción en una variedad de sectores de servicios y un sector agropecuario más dinámico, especialmente en países con grandes poblaciones rurales.
No se puede pasar por alto al sector agrícola si una gran parte de la población participa en él y depende de él como fuente de empleo. Como ocurre con los puestos en la manufactura, es necesario brindarle a la población precios y salarios justos. Esto es crucial para crear poder adquisitivo interno, y para alimentar la demanda interna y, así, la necesidad de crecimiento de las industrias locales.
No comprometerse con una transformación estructural y con la profundización de las capacidades de producción puede significar que los países queden atrapados en el suministro de materias primas y en ser sitios para tareas de manufactura de escaso valor añadido.
Muy a menudo, los mercados interno o regional ofrecen a los países en desarrollo mejores oportunidades que las cadenas de valor mundiales, en términos de obtener una mayor parte del valor agregado.
Las políticas comerciales deben usarse estratégicamente para apoyar el desarrollo industrial de sectores clave y debería enfocarse de modo dinámico, cambiando con el tiempo mientras algunas industrias maduran y se desarrollan otras nuevas. En ese contexto, la liberalización general no ayudará.
En conclusión, las cadenas de valor mundiales, como observó el embajador de Sudáfrica ante la OMC, Faisal Ismail, no brindan un marco para ayudar a los países pobres a desarrollarse más allá de sus actuales ventajas comparativas.
El último análisis de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) sobre datos del comercio de mercancías con valor añadido también muestra que más exportaciones no significa más exportaciones con valor añadido.
El discurso de las cadenas de valor mundiales viene de querer aliviar más las operaciones, el movimiento y el acceso de las corporaciones transnacionales en los mercados mundiales, con peligros reales para las empresas y las industrias de los países en desarrollo.
La prioridad para los países en desarrollo es crear sus capacidades de producción. A tal fin, es necesario el uso flexible y dinámico de los instrumentos de políticas comerciales (aranceles, regulaciones gubernamentales) que apoyan la industrialización, el desarrollo agrícola y de los servicios, complementados con normas comerciales más justas.