Si la temperatura del planeta aumenta dos o tres grados, como se prevé, las regiones tropicales de América Latina experimentarán con regularidad inundaciones catastróficas, dice el investigador Seth Westra, de la Universidad australiana de Adelaida.
«El vínculo entre cambio climático y lluvias extremas está claramente establecido», señala Westra, autor principal del estudio «Global Increasing Trends in Annual Maximum Daily Precipitation» (Tendencias mundiales en aumento de las precipitaciones diarias máximas anuales), publicado en junio en el Journal of Climate.
Se trata de la primera investigación en usar observaciones de 8.326 estaciones meteorológicas de todo el mundo para determinar que la intensidad de las lluvias más extremas aumenta junto con las temperaturas.
Y la intensidad de las precipitaciones da la pauta de que estas aumentarán un 15 por ciento con cada grado de calentamiento en las regiones tropicales.
Si continúan las actuales emisiones de dióxido de carbono, los científicos calculan que el mundo alcanzará dos grados de recalentamiento entre 2030 y 2040.
La naturaleza puede ofrecer la mejor solución para controlar el aumento de las inundaciones que se esperan en las zonas tropicales y en otras partes de América Latina. Los bosques y los pantanos absorben las lluvias fuertes y enlentecen su liberación corriente abajo.
«Una infraestructura verde puede ser más redituable que los costosos controles de inundaciones concretas», nos dice el director de programas de conservación para América Latina en The Nature Conservancy, Aurelio Ramos.
Hacer que árboles, pastos y plantas sigan siendo parte del paisaje es extremadamente efectivo, tanto para limpiar como para retener el agua, además de reducir la sedimentación que obstruye vías fluviales, lo cual a menudo empeora las inundaciones. Otros beneficios son la mejora del sustento y de la biodiversidad y las menores emisiones de gases invernadero, agregó Ramos.
Monterrey, la tercera ciudad más grande de México, fue severamente perjudicada en 2010 por las inundaciones que causó el huracán Alex. La deforestación corriente arriba del río Santa Catarina, que atraviesa esa urbe, fue una de las causas clave del desbordamiento de sus aguas, que provocó tanto daño, indica.
«Un estudio detallado mostró que con reforestación y con unas pocas represas pequeñas corriente arriba se reduce un 20 por ciento el flujo de agua durante los eventos extremos», señala Ramos, quien agrega que esta infraestructura verde sería tan efectiva como una represa grande y más costosa.
La cuenca del Santa Catarina cubre 32 kilómetros cuadrados, y The Nature Conservancy, junto con el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (más conocido como GEF, por sus siglas en inglés) y otros socios han propuesto un plan de manejo que abarca el 35 por ciento de esa cuenca.
Para financiarlo, los socios, incluida la industria, han invertido en un innovador compromiso financiero que llaman «fondo de agua». Se necesitarán unos 35 millones de dólares para que el Fondo de Agua de Monterrey genere intereses de aproximadamente tres millones de dólares al año, que se invertirán en reforestar y en compensar a los dueños de las tierras por modificar sus prácticas agrícolas o pecuarias.
Los productores rurales deberán reducir el uso de fertilizantes, crear zonas de exclusión de vegetación natural alrededor de cursos fluviales o colocar vallas para mantener al ganado alejado de pantanos y áreas ribereñas.
Este pago por servicios de ecosistemas, requiere que los terratenientes firmen acuerdos a largo plazo, algunos incluso de hasta 80 años. «Planeamos lanzar el Fondo de Agua de Monterrey en septiembre», dice Ramos.
El primer esquema de este tipo fue el Fondo para la Protección del Agua (Fonag) de Quito, creado en 2000 mediante los esfuerzos de The Nature Conservancy, la Fundación Antisana y la empresa hídrica local.
Ahora hay cinco fondos de agua en Ecuador. Gracias al éxito de ese país, el GEF, The Nature Conservancy y el Banco Interamericano de Desarrollo lanzaron en 2011 una asociación de 27 millones de dólares para ampliar estos mecanismos.
Se prevé proteger casi tres millones de hectáreas de cuencas en varios países de América, entre ellos Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, México y otros países.
Ya están en marcha 12 fondos de este tipo, y otros 20 deberían estar listos para 2015, informa Ramos. «Hay quienes entienden que la infraestructura verde funciona, pero hallar el dinero para materializarla es más difícil», agrega.
Hay importantes argumentos para que las empresas inviertan en la naturaleza, por ejemplo, se reducen los costes de purificación del agua y la necesidad de dragado.
También se previenen las alteraciones y se impulsan las ganancias para las compañías que dependen del agua, garantizando un suministro más estable. Y estas inversiones pueden minimizar los costes de las inundaciones, además de ayudar a mantener más bajas las primas de seguros.
La industria de los seguros es muy consciente de los costes del cambio climático. Inundaciones, terremotos, sequías y otros desastres naturales le han costado al mundo 2,5 billones de dólares solo en los últimos 13 años, superando en mucho las estimaciones previas, según el Global Assessment Report on Disaster Risk Reduction 2013 (Informe de Evaluación Global sobre la Reducción del Riesgo de Desastres 2013), de la Organización de las Naciones Unidas.
Ese informe señala que demasiadas áreas urbanas e industriales ahora se encuentran en zonas propensas a catástrofes. Los gobiernos y el sector empresarial tienen que mejorar el manejo del riesgo de desastres, concluye.
Estimar dónde está el mayor peligro de inundaciones es difícil porque hay muchos factores involucrados, dice Westra, y debe tomarse una cuenca como punto de partida.
Cada obra de infraestructura construida en el mundo se llevó a cabo en base a información meteorológica y de inundaciones de los últimos 30 a 50 años. «Ya no podemos tomar decisiones de infraestructura basados solamente en esos datos», opina.
Pero los impactos del cambio climático se presentan más rápidamente de lo esperado y antes de que la ciencia pueda elaborar proyecciones precisas sobre el impacto regional. «Incluso en Australia no hemos incorporado aún lo que el cambio climático puede hacer con nuestros patrones de lluvias en los próximos 50 a 100 años», apunta Westra.
Su estudio constituye una confirmación de que lo que la ciencia climática viene diciendo desde los años 90. «A medida que el clima se recalienta, los países ricos en agua se vuelven más ricos y los pobres se vuelven más pobres», resume.